El arte biométrico de Lozano-Hemmer

Tanto los aficionados al arte como a las aplicaciones científicas y tecnológicas, residentes en la ciudad de Montreal, se apuraron para ver, antes del cierre dictado el pasado octubre por las autoridades sanitarias locales, las instalaciones del mexicano Rafael Lozano-Hemmer desplegadas en el espacio Arsenal Art Contemporaine y el Musée des Beaux-Arts.

No es que fueran  a perdérselas luego, puesto que ambas instituciones prolongarían más tarde,  hasta finales de 2020, ambas exhibiciones públicas, sino de tomar nota del interés que en unos y otros genera el arte innovador de un creador, nacido en 1967 en el Distrito Federal,  que se halla a la vanguardia de la hibridación de los recursos más avanzados de la tecnología con una prospección estética a la altura de los tiempos actuales.

En Arsenal, Lozano-Hemmer presentó la exposición Cercanía: Arte digital inmersivo e interactivo, que ocupó una superficie de 6 000 metros cuadrados en cuyo centro una sala de proyección interactiva de 30 metros de largo, ambientada por una estructura sonora entretejida desde 2 300 pistas, reproduce el retrato efímero del visitante generado electrónicamente en el espacio a partir de una nube de vapor de agua enfriada. Juegos de sombras producidas mediante efectos digitales complementan la instalación.

Sumamente osada fue la propuesta del museo, titulada Bilateral Times Slicer. Los seguidores de los thrillers seriados estadounidenses hallaron analogía con la serie Persona de interés, solo que mientras la producción dramática apuntaba a la pérdida de privacidad y la invasión policial a la intimidad de los individuos, la obra de Lozano-Hemmer sugirió la recuperación de la identidad de cada sujeto y sus conexiones espirituales con otros semejantes.

El procedimiento consiste en la activación de un sistema de seguimiento biométrico, que detecta rostros en el público asistente. La computadora divide la cara en dos mitades. Cada nuevo participante, queda registrado en una sucesión temporal. Después los cortes se cierran y se vuelven a unir creando una cadena de grabaciones pasadas. La pieza está inspirada en esculturas y máscaras que se pueden encontrar en tradiciones antiguas –atiéndase la máscara azteca de tres caras o los avatares de Vishnu- y en referencias al arte moderno a lo Marcel Duchamp, Giacomo Balla o Boris Schatz.

Acerca de sus intenciones, el artista ha dicho: “Mi trabajo no es moralista ni didáctico. Se trata de encontrar formas excéntricas de crear  plataformas que están fuera de mi control, pero que involucran las subjetividades de las personas” Y cuando indagan sobre sus vínculos con el discurso político, explica: “Están centrados en la micropolítica de la interacción. Muchos de mis trabajos en espacios públicos están diseñados para hacer giras, y con cada recorrido obtienes diferentes comportamientos en diferentes ciudades. De modo que separo mi trabajo de la práctica específica del sitio y en su lugar propongo trabajos que son específicos de la relación, donde la especificidad tiene que ver con la toma de control pública temporal de una plataforma”.

¿De qué premisas parte Lozano-Hemmer? “Mi estudio tiene dos enfoques principales para desarrollar nuevos trabajos. A menudo tengo un concepto y desarrollamos sistemas, tecnologías o métodos de fabricación para realizar el concepto”, expuso ante un foro convocado por el Museo de Arte Moderno de San Francisco, en el que se explayó: “A veces nos encontramos con un material, ecuación o tecnología existente y desarrollamos un trabajo a partir de eso. Tengo en cuenta  la idea de Octavio Paz de que la poesía, cuando se recita, se convierte en parte de la atmósfera y la gente puede respirarla. Atomizar el agua nos permite convertir su poesía en un evento atmosférico. Me atrae lo efímero. Me gustan las obras de arte que reflejan un cambio constante. Dejar que la poesía surja de esta agua caótica es un recordatorio, un memento mori. Montaigne decía que filosofar es aprender a morir. El arte también es un poco así. Las cosas desaparecen y ese recordatorio es hermoso”.

En retrospectiva, muchos recuerdan el impacto singular de una de las obras con las que Lozano-Hemmer estremeció a las audiencias domésticas. Fue en 2008 en ocasión de conmemorarse el cuadragésimo aniversario de la masacre de Tlatelolco.

Instaló un megáfono en la explanada de la Plaza de las Tres Culturas, que conectado a un cañón de luz, convertía voces en destellos lumínicos, multiplicados en tiempo real a otras tres fuentes luminosas ubicadas en la azotea del antiguo edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) y desde allí a otras  tres direcciones de la ciudad: el  Monumento a la Revolución, el Zócalo y la Avenida Insurgentes Norte. En colaboración con Radio UNAM se mezclaban documentos sonoros de la época de la matanza o testimonios de esta con las vivencias y juicios emitidos cuarenta años después.

La instalación se llamó Voz alta. La voz que en todas sus intervenciones públicas, hasta hoy en que reside y actúa en Canadá, ha tratado de sostener el arte audaz y propositivo del mexicano Rafael Lozano-Hemmer.

Nació en Cienfuegos, Cuba, en 1953. Escritor, periodista y crítico. Premio Nacional de Periodismo José Martí 2017 y Premio Nacional de Periodismo Cultural 1999. Ha publicado una decena de libros de ensayos, crónicas y entrevistas sobre temas políticos y culturales. Colabora habitualmente con medios de prensa de Cuba y México. Pertenece al capítulo cubano de la Red En Defensa de la Humanidad y se desempeña como vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.