Se llamó José Luis Rodríguez de Armas, pero desde muy joven perdió el nombre; todos le llamaban el Chino, por sus ojos oblicuos. El Chino aquí y el Chino allá, genio y figura, carismático y emprendedor, sin lugar a dudas uno de los curadores, críticos de arte y museógrafos de mayor talento y empuje en el escenario artístico compartido entre México y Cuba, y con mayor precisión entre Yucatán y Santa Clara.