¡Aquí estamos! Resistiendo, manifestando, haciendo valer nuestra voz e historia. Hoy, 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, me permito nombrar las diversas violencias que recibimos por el hecho de ser mujeres, desde el golpe físico hasta el maltrato psicológico, traducido en violencia subterránea o silenciosa —esa que aparentemente no deja rastro físico, pero que desestabiliza la psique de las mujeres agredidas, llevándolas a la desconexión, depresión y al suicidio—, desde el acoso sexual o laboral, mejor conocido como “Mobbing”, hasta la violencia económica e institucional, entre otras tantas que enfrentamos a diario.
El poder, el dominio, el sometimiento, el control de las que somos presas viene del sistema patriarcal que ha abusado de nosotras por siglos. Me demoré más de tres décadas para darme cuenta de las diferentes violencias que nos atraviesan, fue justamente mi ingenuidad y mi precario lenguaje de aquel entonces que me llevó a desconocer, tolerar e ignorar el maltrato en las relaciones de pareja, de contextos laborales, familiares o amistades. Normalizaba acciones u omisiones, sin duda me faltaba el valor para reconocerlas y nombrarlas.
Pero al fin desperté, al fin esa venda de los ojos se cayó, entonces pude ver con mayor nitidez el abuso de los depredadores, la perversión del machismo en todo su esplendor, pude acomodar las piezas del rompecabezas, así como identificar los síntomas del abuso y del maltrato.
Liliana Colanzi, escritora boliviana, nos dice que “el momento en que una mujer se da cuenta de que vive en una sociedad patriarcal y se plantea, desde el lugar que le toque, dejar de ser funcional a ese sistema, es el momento en que nace como feminista”, si bien en el camino me he encontrado con mujeres que en vez de contribuir al movimiento feminista desde sus posiciones se han sumado al pacto patriarcal, convirtiéndose en cómplices del sistema para conservar sus privilegios o para solapar a los suyos y terminan sometiendo, controlando y violentado a sus subordinados.
Sin duda, somos más las mujeres conscientes que bregamos por un cambio, el feminismo denuncia en voz alta las violencias que vivimos, el ruido estridente llega cada día a más latitudes, sin embargo parece no ser suficiente, la violencia se multiplica a pasos agigantados, se recrudece, los juzgados familiares rebosan de mujeres exigiendo justicia de las agresiones perversas de los progenitores que utilizan a los hijos como medio para violentar a las madres —violencia vicaria— realizando alienación parental o huyendo de sus responsabilidades como padres negándose a entregarles la pensión alimenticia a sus hijas e hijos.
A todas las mujeres receptoras de violencia y sobrevivientes de las agresiones que NO pedimos, me queda decirles que nos hermana el dolor y el sufrimiento, nos unen las heridas, las frustraciones, la impotencia, la rabia y la tristeza de palpar la destrucción que ellos dejan a su paso. Nos une el miedo y la valentía, la fuerza y el poder de nuestra voz, porque ahí es donde nos encontramos y recuperamos. Nunca más permitamos esa desconexión a nosotras mismas, esa es nuestra fuerza para cuidar de nuestras hijas e hijos. Por ti, por todas.
Responder