Respirar en tiempos de pandemia ha sido peligroso. Pero justo cuando más necesitaba de bocanadas de aire diferentes, un soplo renovador llegó a mí: Lectámbulos.
En su primer año de vida, nuestra revista ha sido refugio y guía frente al SARS-CoV-2. Nos aferramos al ciberespacio justo cuando era éste el único “lugar” en el que podíamos sentirnos seguros, y con Lectámbulos he tenido el placer de recorrer caminos de arte, cultura, tecnología, literatura, cine, en el singular estilo de cada redactor que; sin embargo, se fusiona para dar una visión nuestroamericana única.
A un año de iniciar esta travesía se habla de vacunación y nueva normalidad, pero sabemos que todavía no es suficiente. El norte desarrollado ha sido el más beneficiado con los inmunógenos, mientras la mayoría del sur espera regalías. Al mismo tiempo, frente a las dosis de Pfizer, Moderna, AstraZeneca, Soberana 02 o Abdala, el virus cambia de cara y unas veces se apellida Delta, otras Lambda, otras Alfa. Así como muta el agente causante de la COVID-19, cambia el planeta.
Una pregunta ronda los tiempos que corren: ¿Estamos listos para reincorporarnos de nuevo al mundo o seguimos en el encierro? La interrogante brinda disímiles respuestas. Todas dependen de la realidad que vivamos, pero si algo tienen en común es que el mundo quizá ya no es el mismo.

Por ejemplo, parece que los barbijos o mascarillas seguirán integrados a nuestra existencia por mucho más tiempo. Ahora también somos más conscientes de todo lo que tocamos, y de lo que hacemos con nuestras manos. Es un estado de alerta anclado a nuestro cerebro del cual será difícil desprenderse.
Se han cambiado los apretones de manos por apenas chocar el puño cerrado, o un gesto con la cabeza a modo de saludo. Sencillamente ya no es antes.
En cuanto a la tecnología, temática de la que más me apasiona escribir, también estamos ante un escenario totalmente diferente. Estos 18 meses de pandemia han acelerado procesos, abierto puertas a nuevos conceptos y transformado dinámicas por las condiciones que impuso la COVID-19.
El teletrabajo ganó fuerza en los inicios de la pandemia y ahora se está convirtiendo, poco a poco, en un estándar atractivo para no pocas compañías. Otras regresan a una ¿Normalidad? que combina las formas presenciales con las virtuales.

Ha sido en este período, además, cuando se ha reforzado la economía digital a base de criptomonedas. Miles de nuevas empresas dedicadas sólo a la minería de crypto han surgido alrededor del planeta, con especial impacto en Medio Oriente y Asia. Ahí está el ejemplo de Irán, que habría sufrido apagones por culpa de las extensas minas de bitcoin instaladas en su país. El desafío que ha impuesto el crypto y su creciente popularidad ha disparado el precio del bitcoin, estabilizado otras monedas digitales, y ha hecho que no pocos gobiernos o entidades financieras se inclinen por adoptarlas.
En El Salvador el gobierno apuesta por el uso del bitcoin. Esa moneda es empleada hoy como una forma de pago extendida para miles de personas que ofrecen sus servicios o trabajan sólo a través de internet. Es tal la fascinación por el mundo de las criptomonedas en general que hasta el mundo de los videojuegos tiene nuevos modelos: juega para ganar. Axie Infinity, un juego estilo Pókemon, es el mejor ejemplo, pues los activos de los jugadores son valorados en miles de dólares.

Otro interesante concepto que gana fuerza, especialmente en el mundo del arte, es el NFT. Estas siglas en inglés, que pueden traducirse como token no fungible, se refieren a activos digitales a los cuales hoy la humanidad les da valor.
Un NFT puede ser cualquier cosa codificada en ceros y unos. Así, el primer tuit de la historia, publicado por Jack Dorsey, el fundador de Twitter, se vendió recientemente por 2,9 millones de dólares. La cifra parece descabellada, pero se paga todavía más por otros objetos en cualquier subasta de un día ordinario. Estamos ante una nueva realidad ya inobjetable: lo digital se ha fusionado con lo palpable, y para las generaciones actuales, quizá los más jóvenes, las diferencias entre un mundo y otro son pocas.
A todo ello ha contribuido la rápida expansión de la telefonía celular durante los últimos 15 años. ¿Cuánto habrá acelerado este proceso la COVID-19? Parece que mucho. Las personas pasan hoy más tiempo pegadas a sus equipos que nunca antes.

Acaso por ello Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, defiende ideas como la creación de una nueva realidad: el metaverso.
La idea no es de Zuckerberg, apareció por vez primera en la novela Snow Crash, de Neal Stephenson. En ese libro los seres humanos escapan del mundo apocalíptico en el que viven a una realidad virtual en la que pueden ser lo que quieran, aunque también aplican las leyes del mercado o los estamentos sociales.
Quizá lo que constituye uno de los primeros intentos de recrear esa ficción sea Genesis City, una metrópolis virtual que vende parcelas, viviendas y otros activos digitales a quienes así lo deseen.
Pero Mark Zuckerberg quiere ir más allá, y ha presentado un concepto de metaverso donde lo colaborativo toma el centro de atención. Digamos que es una visión más bien enfocada a lo empresarial, un intento por pasar de la era de las reuniones en Zoom a un escenario parecido a las conferencias de video en Star Wars.

De forma paralela, la humanidad atestiguó en plena pandemia los primeros viajes al espacio con civiles. El hito lo alcanzaron personas multimillonarias que pueden permitirse tal lujo mientras otros sueñan con que quizá en un futuro no muy lejano estos viajes sean más comunes. Al menos eso es lo que promete Elon Musk con su SpaceX.
Estamos ante un mundo muy diferente al que dejamos atrás en marzo de 2020. Es cierto que la transformación social no se detiene. También que la tecnología avanza cada vez más a pasos agigantados y parece indeclinable su uso. Quizá por eso no pocos pospongan el retorno al mundo real y mantengan su “encierro”. Para muchos no es necesario cruzar nuevamente el umbral.
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