Puedo ser ambiciosa en mis expectativas, porque pretendo que tú, lector, viajes cuando leas estas líneas; sí, viajes aun estando encerrado en una habitación, mirando esa ventana que te comunica con el exterior. En medio de condolencias, tenemos que dejar ir la mente, invitarla a un viaje por medio de las letras, las que una vez más nos salvan y regalan lucidez, la luz que necesitamos para alumbrar este lóbrego pasaje en nuestro viaje por la vida.
Déjame contarte un poco sobre la literatura de viajes la cual se ha considerado por algunos estudiosos en letras como un subgénero. Lo cierto es que el viaje es un tema que está siempre presente en una gran mayoría de textos literarios. Se puede hablar de relato de viaje, cuando el viaje tiene un papel decisivo en el texto, cuando sin viaje el texto o la novela, no existiría. No es igual una novela o un libro en el cual entre otras cosas se habla de un viaje que hace el protagonista, a un texto en el cual el viaje, es fundamental, porque transforma al protagonista. Una cosa es pues el viaje en la literatura (porque casi siempre hay viaje en la literatura) o literatura de viaje (aquella literatura en la cual el viaje es fundamental, imprescindible, sin viaje no hay libro).
En esta ocasión, viajaremos a la península yucateca, donde quiera que te encuentres, intenta escuchar el viento, viaja con él y déjate llevar de la mano por Juan Villoro a través de Palmeras de la brisa rápida. Un viaje a Yucatán. Este es un viaje que el protagonista hace para encontrar sus raíces mexicanas, descubrir lo suyo, lo regional. En mayo de 1988 sale en avión de la Ciudad de México, ya desde el vuelo empieza con un recorrido introspectivo: “Envidio a quienes no dejan de leer el Excélsior durante el despegue o se duermen antes de que se apague la señal de No Fumar. Desde un punto de vista técnico, yo estoy vivo, pero pienso que no merezco estarlo, caigo en abismo de culpabilidad en los que repaso mis actos más ruines y llego a la conclusión de que es casi necesario que el avión explote”.
Lo primero que recibe al viajero en Yucatán es la canícula de mayo: “Una bocanada de calor me recibió en la escalerilla”. Aquí, siempre sale el sol, de vez en cuando nos da tregua, pero por lo general hace mucho calor, lo ideal es usar ropa de telas sencillas o frescas pero la gente usa pantalones de mezclilla, tal vez sea para combatir las picadas de mosquitos, otra de las maravillas de este lugar, casi todo el año atacan y es casi imposible ir de picnic. Así es Yucatán. Nuestro personaje decide dar un paseo y verán que el sol yucateco nunca descansa: “En Mérida, mayo es un mes que se cuece aparte, hace tanto sol como en un verso de José Luis Rivas. Caminé en un aire que ardía en los ojos abultados por la desmañanada”. “¡Qué estupidez ir a Mérida en mayo!, ¡pero si el calor es algo típico, como la nieve en Rusia!”.
En el siglo XIX en Yucatán existió algo que llamaban: El oro verde, que no es otra cosa que el agave conocido con el nombre de henequén, el cual al ser procesado se convierte en diversos objetos. Un grupo de hacendados se hizo de mucho dinero a costa del trabajo mal pagado a miles de jornaleros que bajo el sol calcinante de antes y el mismo de ahora, cortaban toneladas de pencas en los plantíos de henequén. Cuando nuestro viajero sale nuevamente de paseo por la avenida más conocida de Mérida, la del Paseo de Montejo, dejará claro la relación entre las hermosas casas y el henequén, y lo cito una vez más: “A principios de siglo, en una época dichosa donde no había nylon, los barcos del mundo entero se ataban y
desataban gracias a Yucatán. La venta de millones de cuerdas de henequén regresó a Mérida en forma de mansiones palaciegas, mosaicos de Italia, sillas de Austria, emplomados de Francia, cristal esmerilado de Bohemia. La burguesía henequenera de veras se aficionó a lo bonito y edificó casas con mansardas en un lugar que, al menos en la presente era geológica, no conocerá la nieve”.
Ya lejos de Mérida, nuestro viajero se traslada al interior del estado de Yucatán en busca de una de las nuevas maravillas del mundo, la pirámide de Chichén Itzá: “Después de semanas de tórridas temperaturas es fácil entender la veneración por los dioses del agua y la delirante iconografía del Códice de Dresde, donde el dios Chaac orina, defeca y escupe lluvia; la diosa roja, más recatada, vierte un cántaro sobre los hijos del Mayab”.
Otro detalle que no pasa desapercibido por el viajero es el consumo de Coca Cola en Yucatán, como si aquel líquido fuera el elixir para calmar la sed y el calor. Sería ocioso enumerar todas las citas; sin embargo, mencionaré algunas: “En la tienda había un camión de Coca-Cola con una llanta ponchada; el chofer dormía bajo el chasís junto a un perro con la lengua de fuera”. “Una palomilla de niños me rodeó de inmediato. Gritos de “dinero” y “sidra”. Hace años un refresco de color oscuro se llamaba “Sidra”; por mimetismo se le dice así a la Coca-Cola”. “Llegué al coche seguido por un niño que no había dejado de pedirme 100 pesos; era lo que le faltaba para completar su “sidra”, apenas se los di, corrió al tendejón”.
Definitivamente a 31 años del viaje de Juan Villoro podemos palpar los estragos del consumo desmesurado de refresco en nuestro estado y, desafortunadamente, las complicaciones que viven los pacientes con sobre peso y diabetes.
Finalmente, el viajero reivindica Yucatán y nos deja una invitación a descubrir con nuestros propios ojos al otro, lo otro: “la sombra cárdena de los flamboyanes a las seis treinta
de la tarde, el sabor de la pitahaya (una sensación de aire cuajado en fruta), los barquitos de papel después de la lluvia, las muchachas ensayando bailes típicos con una botella en la cabeza, los dedos exactos trabajando “filigranita de oro”, el tibio pan de nata del barrio de Santiago…” Ya para acabar este viaje es importante mencionar que es muy interesante el ojo desde el cual mira el viajero, con mucho humor e ironía nos deja una sonrisa y muchas ganas de visitar Yucatán.
Citas tomadas de: Villoro, J., (2009), Palmeras de la brisa rápida. Un viaje a Yucatán. Mexico, Ed. Almadía.
Hermosa anecdota, se me antojo una de pitajaya con tamarindo…