Aprendimos de nuestros cuidadores primarios a gestionar nuestras emociones, la manera en que nuestros padres y madres manejaron sus estados emocionales se convirtió en el modelo de autorregulación para nosotras. Así adquirimos mecanismos adaptativos o desadaptativos de regulación emocional que hoy pueden ser visibles en la vida adulta.
Somos una generación donde la educación emocional no era un tema importante, asistir a terapia psicológica o psiquiátrica consistía en un estigma, por lo que la mayoría de nosotras tuvimos crianzas negligentes, donde se priorizaba las necesidades básicas, como alimentos, vivienda y vestimenta, pero no la emocional, por lo que aprendimos a reprimir nuestras emociones. Estos mecanismos adquiridos inconscientemente los absorbimos cuando nos sentíamos tristes, enojadas, temerosas o avergonzadas, y nos respondían con un “no ha pasado nada”, “continúa jugando”, “no es para tanto, no llores”, “ve a la televisión”, “eres una exagerada y dramática”, o peor aún, “son tonterías”.
Entonces ¿qué aprendimos con este tipo de expresiones? A ignorar, evadir y reprimir las emociones, a decirnos a nosotras mismas “no es importante”, “sigue distrayéndote”, “no ha pasado nada”, ignorando que cuando llevamos años evadiendo nuestro sentir eso tiene un costo elevado para nuestra salud mental y emocional.
Todas las emociones que nos habitan son energía que piden ser escuchadas, expresadas y liberadas, las cuales cumplen una función adaptativa. Cuando éstas son negadas, la energía se alberga en el cuerpo generando sensaciones incómodas, malestares e incluso enfermedades.
Ahora de adultas solemos repetir los patrones de evitación emocional hasta que llega “el darse cuenta” donde inicia un proceso de reconocimiento y de trabajo personal para cambiar los mecanismos desadaptativos por expresiones emocionales más adaptativas, maneras más sanas de sobrellevar las emociones intensas. Tarea que radica en comprender lo que sentimos y, sobre todo, en brindarnos lo que en esos momentos necesitamos para poder expresarlas de una manera más asertiva.
Solemos priorizar los estados de euforia y solemos saber qué hacer en esos momentos de disfrute, el desafío se encuentra cuando somos invadidas con emociones que nos piden pausa o retirada del espacio para sentir esas emociones y poder gestionarlas, encontrando mejores formas de autorregulación. Aprender nuevas habilidades de regulación emocional es un proceso y, como tal, no es un evento, por lo que requiere de práctica y constancia. Para la psicóloga Nicole Lepera la regulación emocional consiste en experimentar la emoción, permitir que la sensación recorra el cuerpo, identificarla y respirar hasta que pase.
Ahora el compromiso no sólo es con nosotras mismas, sino con nuestras hijas e hijos, para trasmitirles nuestro propio proceso personal y en el camino enseñarles los nuevos aprendizajes de gestión emocional. Si como madres o padres no nos hacemos cargo de nuestras propias heridas de la infancia es mucho más complejo poder acompañar y validar a las y los más pequeños.
Somos seres finitos y emocionales, esa maravillosa energía que nos lleva actuar por amor, aislarse en momentos de tristeza o de marcar límites y defenderse en momentos de enojo es un síntoma de que estamos vivas.
Responder