La vejez y la vida

¡Hola vida! Hoy de nuevo has llegado puntual, como cada mañana, como todas las mañanas: rica, enérgica, vivible. ¡Siempre has sido así! Creo que soy el que ya no quiere verte. ¡A veces no te soporto!

Sí, es cierto. Tienes razón; mi cabeza ahora está gacha, comienza a insinuarse una joroba en la espalda; mis manos se ven cada vez más arrugadas; mis pies son más lentos, se mueven con pasos pequeños para sentirme seguro, y para andar necesito ayuda; mis ojos ni con las antiparras leen, pero te ven transcurrir aun cuando quieres pasar inadvertida. Mis oídos te escuchan aun cuando las voces se me alejan y otras se distorsionan, o no las oigo por más que me esfuerce. Grito, me molesto. Agrío el carácter de los que me sirven y, sobre todo, si son mis más próximos, ¡me he convertido un verdadero cascarrabias!

Esta edad es difícil y por ella muchas veces te he pedido, en nuestros diálogos mañaneros, que me lleves, y tú, terca, me arrojas a esta silla de ruedas. Te empeñas en que te vea pasar y me llene la cabeza de recuerdos… Las palabras ya casi no salen de mi boca y mis silencios se prolongan por horas, o me duermo para no verte y no darme cuenta que sigo aquí, compartiendo contigo.

Una vez me preguntaste qué cosa pensaba del tiempo pasado, y te dije, “pregúntale a mis canas, cada una es parte del tiempo y lleva escrita una historia”. Ahora, muchas se han caído y esas son de los sucesos que ya no recuerdo, se perdieron; pero se quedaron aquellas que llevan la sensación del dolor que son la parte de la expiación que se le paga a tu amigo inseparable, el tiempo; y las de la alegría, que se conservan. Estas son para sostenerme hasta que tú y tu amigo me llamen.

No tardes tanto. Ya no soporto estar aquí. ¿No ves que mi vida transcurre sin ya poder hacer lo de antes? ¿No has observado que el amor hace años que se fue y desde entonces mi reino es la soledad? ¿No te has dado cuenta de que mi voz se ha vuelto cascada y ahora casi vivo en el silencio? Tú, tal vez, no; pero yo, sí me doy cuenta. ¡Eres verdaderamente egoísta!. !, quieres que sólo piense en ti y te contemple sin ver ni oír. Nada más estar contigo.

Una vez un poeta dijo: “Vida nada me debes. Vida nada te debo. Vida estamos en paz”. Y, yo, ¿te debo algo? No sé realmente para que me quieras aquí, y así. ¡Si todo fuera como antes…!; pero, bueno, no, no puede ser. Tú y el tiempo son los que nos mueven a su antojo y a algunos de nosotros nos obligan a renunciar a ustedes por las puertas que abrimos a la fuerza.

¡Mira mis historias!; ya estan muy blancas de tanto repasarlas y además me quedan pocas. Si puedes, ahora, ¡llévame contigo en este momento!; sería muy feliz de sentirme viajar por ese espacio infinito en el que no existes ni tu ni el tiempo, y estoy seguro de que ni tú misma sabes que existe allá; pero supongo que es mejor ese lugar en vez de estar esperando que tú te decidas a separarte de mí. Sí, es cierto, a cada rato paso la mano y acaricio mis historias. ¡Son mías! ¡Yo las he vivido y a mí me han costado! Tú, sólo has estado junto a mí para ver cómo lo he hecho y sabes, tienes razón, creo que ni te importan.

Que te parece que hagamos un trato: Yo me quedo sentado y sólo me dedico a mirarte y a oírte; y tú, cuando se te ocurra, me llamas para irnos juntos. Hasta ese instante en que debemos separarnos y despedirnos como siempre ha sido con todos los que se han marchado antes, como lo hacen los buenos amigos que caminamos los caminos sin descanso y compartiéndolo todo. ¿Estás de acuerdo…? Entonces mañana nos vemos, y juntos lo decidiremos. Por hoy, me espero, tal vez estemos ocupados en poner en regla los papeles.

Deja que componga de nuevo mis historias que cargo en mis canas y mañana, ya nutrido por ellas, podamos despedirnos, ¿estás de acuerdo…?

Y me pregunto, ¿de verdad estaré de acuerdo de irme contigo?, ¿será mi tiempo o mi miedo de andar ese camino?

Cuánto valor se necesita para dar ese paso. ¿Es huir? ¿Es evadir? ¿Es escapar? ¿Es miedo a enfrentar? ¿Puede ser cómodo correr ese riesgo? Cuando dejas de existir, ¿te llevas todo?, ¿qué dejas?

Mejor esperar que el tiempo llegue solo y me llame. No me preguntará. Así es mejor y no por falta de valor, porque al menos ya lo he pensado y creo que mantengo mi fe en mí hasta el último momento.

José Perulles López nació en Mérida, Yucatán, en noviembre de 1935. Ha sido maestro desde educación primaria a Universidad. Es Maestro en terapia de pareja y familia. Su interés y estudios en geopolítica, le ha llevado a impartir conferencias sobre temas de polìtica internacional. Es escritor de la novela costumbrista "Pozo Amargo ".