Donald John Trump ha ganado las elecciones y será nuevamente el presidente de Estados Unidos. Y no sólo eso. En contra de lo que vaticinaban las encuestas, el candidato republicano ha ganado por un amplio margen, llevándose incluso estados que históricamente habían sido demócratas. Una victoria incontestable para el polémico magnate y una derrota sin paliativos para Kamala Harris y todo el establishment del Partido Demócrata.
La victoria de Trump vuelve a poner en la palestra la pregunta que vuelve loco a todo progresista que contempla con perplejidad el éxito del trumpismo, ¿Cómo es posible que un tipo que miente e insulta descaradamente sea Presidente de Estados Unidos? ¿Cómo es posible que la clase trabajadora estadounidense crea que un multimillonario tramposo -que si algo ha hecho es aprovecharse del sistema- va a mejorar sus condiciones de vida? It´s the emotions, stupid.
Uno de los grandes mitos del comportamiento político es que la gente vota con la razón. Y no es así. La gente vota con sus emociones, con sus principios, con sus prejuicios. La mayoría de los votantes de Trump votan en contra de sus intereses creyendo que votan a favor de sus principios. ¿Y cuáles son esos principios? La patria. La bandera. Make America Great Again. Es mentira que el votante trumpista sea engañado. En el fondo lo que realmente quiere es dejarse engañar. ¿Por qué? Porque quiere confirmar sus prejuicios, sus creencias, sus valores, su idea del mundo. Sesgo de confirmación, le llam an en Psicología. Como escribió Gabriel Rufián: “el sentimiento es más poderoso que la verdad”.
Pero ojo, el éxito de la estrategia de Trump no esconde los monumentales errores del Partido Demócrata que bien podrían ser los males de todo proyecto político que se enfrenta a las ultraderechas del mundo y que podrían sintetizarse en una frase: el centro no existe. No es tiempo de moderación sino de ser fiel a tus principios y de dar la batalla ideológica.
El planteamiento de la campaña de Kamala Harris exhibía una fuerte debilidad ideológica de base al establecer que “al menos no soy Trump”. Las personas quieren algo más que oponerse a algo. Y una vez más, el centro no existe. El proyecto de moderación de la candidata demócrata no tenía futuro cuando el eje de la política, el sentido común en Estados Unidos se ha corrido demasiado hacia las posturas de la ultraderecha. Y el miedo a la ultraderecha, el catastrofismo, ha demostrado también, una vez más, que no es variable movilizadora de éxito.
La estrategia del “mal menor” fue una pésima idea del equipo de campaña de Harris, teniendo en cuenta que Trump ya había ganado una elección. La candidata demócrata fue incapaz de ofrecer algo más que no ser Trump. Cuando la clase trabajadora exigía derechos labores, Harris respondía “al menos no soy Trump”. Cuando los jóvenes universitarios pedían paz en Oriente Medio, Harris respondía “al menos no soy Trump”. Cuando los afroamericanos exigían igualdad sustantiva, Harris decía “al menos no soy Trump”. Cuando el movimiento feminista exigía garantías que protegieran los derechos reproductivos de las mujeres, Harris respondía “al menos no soy Trump”. No se puede ganar sin ofrecer nada, sin apelar a una idea de país propia.
Aviso de navegantes para las izquierdas de todo el mundo: es momento de radicalizarse (entendiendo la radicalización como una apuesta irrestricta a los valores de la izquierda y no lo que algún despistado o malintencionado vaya a querer entender). Son tiempos de batalla ideológica; es decir, tiempo de decir, pero sobre todo hacer cosas de izquierdas. No se puede ser moderado cuando la desigualdad y el horror en el mundo apremian.
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