Narrativa Llamadas de Alicia Herraiz

No sé cómo llamarlo. No sé si es una habilidad, un talento o una maldición, pero no conozco a nadie que reciba tantas llamadas equivocadas como yo. Es extraordinario.

Hasta que cumplí veintiún años solían llamar a casa preguntando por un taller mecánico. Yo, adolescente insolente que era, contestaba con regocijo, afeándoles que solo se acordaran del taller cuando tenían una emergencia. “¿Cuánto hace que no vienen para una revisión?” les reprochaba. Finalmente, les confesaba que el taller cambió de número al menos cinco años antes de nacer yo, y les preguntaba de qué marca era ese automóvil que no les había dado averías en más de veinte años. Hace tiempo que no llaman. Parece que el taller por fin ha logrado informar a todos sus antiguos clientes del cambio de número. O eso o ya no les renuevan el carnet de conducir.

Pero hay más llamadas erróneas, muchas más. Suficientes para que valga la pena aprovechar este espacio y enviar (o reenviar) un mensaje.

Al caballero Antonio S.V., vecino de Cantabria, que usa gafas y tiene una cardiopatía: está usted dando mal su número de teléfono. Igual no le importa perderse el 2×1 en gafas que le ofrecen en la óptica, pero sepa que tiene usted revisión médica el mes que viene.

José Luis C. S. me tiene preocupada. Llevan años llamando de una aseguradora y de un banco preguntando por él, sin que yo pueda convencerlos de que no soy José Luis. “Han llamado quince veces,” les digo, y como la oportunidad de practicar los ordinales es rara, añado: “esta es la decimosexta vez.”. Ahí, con todas sus sílabas.  “Disculpe si no le creo cuando me dice que tomará nota y no volverán a llamar a este número.”

Un día del mes de junio llegó un mensaje de WhatsApp. “Hola José Luis. Soy tu conductor de Blablacar. Te recojo mañana a las 10.” Como yo no había pedido ningún servicio de chófer, cancelé la reserva. No caí en la cuenta de que con toda probabilidad el José Luis que buscaba un coche con conductor era el mismo José Luis al que el banco no podía localizar. Até cabos al día siguiente, cuando recibí una llamada de la policía de Cádiz preguntando por José Luis C. S.

Para los lectores del otro lado del océano: que te llamen de Cádiz es como que te llamen de Ciudad Juárez. Ambas son ciudades preciosas con muchas cosas que ver, pero también son un punto importante en la ruta de transporte…

José Luis, ¿Te has metido en un lío de dinero? ¿Es posible que el banco lleve años intentando avisarte? Hay que pasar más a menudo por la sucursal bancaria, José Luis. ¿No habrás pedido un préstamo a la gente equivocada? Lo siento por ti, de verdad, pero si das mal tu teléfono al conductor de tu fuga yo no puedo ayudarte.

Cuestión aparte es Rubén Iván S. M.

Rubén tiene una deuda con el banco y no sé si por nervios, torpeza o picardía el número que teléfono que dio es el de mi oficina. Con extensión y todo. No sé cómo lo ha hecho porque son doce dígitos, pero ese es el número al que llaman, día tras día a las nueve de la mañana, a las doce del mediodía, a las cuatro de la tarde. Con estos he tenido más suerte y he conseguido que acepten que no soy Rubén porque mi voz es indiscutiblemente femenina, pero se niegan a creer que no le esté escondiendo bajo mis faldas.

¿Hace mucho que tienes este número?” me dice una voz brusca e impaciente. “¿No sabes cuál es su dirección actual?”. No. Al no saber quién es Rubén… “¿No trabaja contigo?” Le he dicho que no, pero tengo un Roberto si le sirve. “¿Estás segura de que no conoces a Rubén?”. Segurísima, señora.

Es difícil reproducir en estas líneas su tono bronco, el tuteo arrogante, el acento suspicaz y desconfiado. No me imagino lo humillante y desmoralizador que debe ser recibir estas llamadas cuando verdaderamente tienes una deuda. Como si te reclamaran un pecado mortal en lugar de 120€. Rubén lo ha hecho mal, pero esta gente lo hace peor. Son hostiles, groseros y, sobre todo, ineficaces. Jamás podrán recuperar el dinero mientras insistan en dirigir su campaña de acoso hacia la persona que no es. Así se lo digo en la última llamada. “Mire, sigo sin ser Rubén. Son ustedes un hatajo de inútiles.” Pocas veces al día puedo usar “hatajo” con hache, por eso todavía no he bloqueado el número. Me hace ilusión poder colocar “bellaco” en una conversación. Mañana se lo digo.

Cuelgo el teléfono pensando en que podría escribir un artículo sobre expresiones que se han quedado anticuadas. Los teléfonos ya no se cuelgan ni se descuelgan, y apretamos un botón en lugar de tirar de la cadena… Pero se interrumpe la reflexión cuando Maribel aparece por la puerta. Maribel es una compañera de trabajo. La clase de persona que en el colegio le recordaba a la maestra que no había puesto deberes; no por responsabilidad o por ansia de aprender, sino porque la pobrecita tiene sangre de escorpión. No lo puede remediar. Maribel aparca todos los días en la plaza reservada para discapacitados. Te roba el bolígrafo durante la reunión. Se baja la mascarilla para hablar… y a veces para escuchar. En el último simulacro de incendio Maribel salió del edificio tarde, con el abrigo puesto y fumando un cigarrillo. “En la segunda planta hay galletas,” me dijo a modo de explicación por su tardanza. Claro ¿cómo iba ella a respetar el desayuno de otra persona?

En fin, se hacen a la idea.

Maribel viene furiosa por no sé qué motivo, y se desquita con el chico nuevo (el tal Roberto). Al parecer el muchacho ha hecho una cosa que Maribel le había pedido que hiciera, pero no a su gusto. Entonces el espíritu que vive sobre mi hombro (y que no sé si es ángel o demonio) se remueve, se estira, extiende las alas y me roza el cuello. “Tienes su número,” me susurra. Es cierto. A Maribel le gusta enviar mensajes de trabajo los domingos por la tarde, para que se vea que ella está más comprometida que el resto.

Bajo la vista al teléfono que todavía sostengo en la mano y la pantalla se ilumina. Es el 685 otra vez, los que reclaman la deuda a Rubén.

Rubén, no te preocupes. No te van a llamar más de ese banco. Y a mí tampoco.

Profesora y comunicadora, Alicia Herraiz Gutiérrez es Doctora en Literatura por la Universidad de Nebraska-Lincoln, Máster en Literatura por la Universidad de Western Michigan y Máster en Educación por la Universidad de Burgos. Ha participado en cerca de una veintena de conferencias y es autora de varios artículos y capítulos de libro. Alicia incorpora en toda su investigación académica una perspectiva de género, con especial atención a los personajes femeninos y a la obra de escritoras. En su faceta de comunicadora, Alicia está comprometida con la divulgación humanística, participando en varias publicaciones además de en el programa “Al pie de la torre”.