Qué dirán del encierro los muebles, ciudadanos solemnes de nuestras casas. He visto sus intentos por no estorbar, arrinconándose a las paredes con sutileza, retrayendo sus uñas y abriendo sus pies para no hacer tropezar al habitante, dejando discretamente un pequeño espacio para el aire que corre a sus espaldas, ese aire en ocasiones denso, incluso furioso, cargado de ansiedades e incertidumbres.
Ellos aparentan su naturaleza objetual pero saben, en lo mas hondo de sus rincones, que son seres de madera creados para acompañar a los humanos, destinados a presenciar silenciosamente sus rituales solemnes y ruines, a resulta de la convivencia y los malos entendidos.
Los espacios entre mueble y mueble son como pequeñas avenidas transitadas de día y de noche, viviendo el paso de la luz como estoicos edificios dispuestos a desaparecer en la oscuridad. Los habitantes de la casa no siempre atinan a caminar entre ellos sin rozarlos, incluso, el mueble podría experimentar la víspera de una embestida de uno de esos cuerpos caminando, casi dormido, en la oscuridad. El mueble sólo atina a cerrar los ojos ante el choque inminente del habitante de la casa, que pegando un grito, lo más sordo posible, continúa su camino quejoso sobándose la parte del cuerpo golpeada. Pero en una noche de suerte, el cuerpo puede pasar provocando una suave brisa endulzada por el sueño, rozando levemente sus superficies, provocando en el mueble, el comienzo de un suspiro.
El mueble, a voluntad, va llenando de oxígeno su cuerpo durante diez largos años, hasta que logra soltar su primer suspiro que, en su lenguaje de madera, más bien se escucha como un crujido. En ese intervalo de tiempo se provocan algunos escapes de pequeños suspiros —crujidos— cada tres o cinco años, para sorpresa de los habitantes de la casa. De tal manera que el suspiro que escuches algún día, en realidad no se puede saber de cuándo viene ni por quién cruje ese mueble.
Sólo puedo asegurar que los muebles practican el arte de la respiración, imposible de registrar, ya que, al estar nosotros despiertos, ellos nos observan en una apnea profunda voluntaria, que únicamente abandonan para registrar nuestros olores. Los abuelos sí lo sabían, por eso les ponían naftalina en los rincones, ellos no querían ser olidos por muebles que probablemente les sobrevivirían y pudieran contar sus verdades en susurros imperceptibles que se convertirían en sueños de los futuros habitantes de la casa.
De tanto observar su conducta, logré esconder mis olores y hacer una apnea lo suficientemente larga para no ser percibida y averiguar si los muebles se acostaban en la noche o se mantenían de pie, incansables, con ese aire de soldado inglés que los caracterizaba.
Y descubrí que los muebles están siempre de pie porque en las noches de ausencia humana recitan el Akáthistos, creado por José el Himnógrafo, versos sagrados pertenecientes al género del Kondakión, cantados con una melodía original llamada Idiomelón que con el tiempo fue remplazada por el canon. Uno de estos himnos quedó accidentalmente pegado en las paredes de un estante recitante, que para deleite de los suyos, cantaba los versos sagrados en celebraciones onomásticas de los muebles, que solamente ellos conocían, ya que les avergonzaba que su nacimiento encerrara en él la muerte de uno o varios árboles. Por eso era de suma importancia para la dignidad de la existencia de un mueble, cantar el Akáthistos cada vez que se podía, ya que su canto expresaba las alegrías y salves que encerraban el misterio de la vida de los árboles. Se cuenta que el espíritu de esos árboles germinaba en la piel de los muebles durante el Akáthistos, revelándose en las huellas de sus vetas, con las mejores intenciones de seguir viviendo después de su muerte. De esta manera los muebles conocían los secretos de lo que sucedía en el mas allá. Cantos de árbol y de objetualidad se entrelazaban en estas alabanzas. Recitaban:
I Mundo Alma Espíritu etérico puro Despertar de lo matérico Proclama del ánima Del alfa al omega II Alfa la madre Beta raíz Gama la luz Chaíre Chaíre Chaíre III Delta la base Épsilon camino Dseta el sonido Chaíre Chaíre Chaíre IV Eta el ocho Theta ángulo Iota la diferencia Chaíre Chaíre Chaíre V Kappa la mano Lambda treinta Mi la posibilidad Chaíre Chaíre Chaíre VI Ni la frecuencia Xi raíces Ómicron la pequeña Chaíre Chaíre Chaíre VII Pi la reflexión Rho cien Sigma el enlace Chaíre Chaíre Chaíre VIII Tau lo irracional Ípsilon cuatrocientos Fi el áureo Chaíre Chaíre Chaíre IX Gi lo desconocido Psi mariposa Omega |
Los muebles pasaban días enteros vibrando y reluciendo sus vetas hasta la llegada de sus habitantes, que al entrar a la casa, ignoraban la libertad de espíritu que poblaba entre los muebles.
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