Llegué a Pablo casi niño y con el brillo en los ojos de las lentejuelas de la música estadounidense. Fue su voz en un disco de sonoridades irreverentes, revolucionario y transgresor la que logró ese impacto que perdura en el tiempo: Cuba va y Yolanda: la primera, un himno a la esperanza y a la fuerza de una sociedad que se erguía; la otra, una sencilla e inigualable declaración de amor.
Así de simple llegó el cantor, impresionándome con el encanto de una poética única, llena de referencias al Son más tradicional, al feeling y a la vieja escuela de la trova cubana.
Así Pablo fue llenando de amor por la vida a varias generaciones. Su voz cálida, melodiosa y madura, más el encanto de su rítmica, nos hizo soñar y acostumbró a salir de sus abarrotados conciertos con la mejor de nuestra risa y los corazones en las palmas de la mano.
Gracias a él aprendí que mi ciudad, esa Habana de tantos y de todos, tenía sitios inigualables, y después de cada concierto esperaba con ansias que llegara al Rincón del Feeling, acompañado de Elena Burke, Omara Portuondo y su inseparable Sara González.
Allí era el Pablo íntimo, sanador de noches.
Y eso fue Pablo: un sanador de almas. Eso es Pablo, un hombre que esculpió el amor con poesía y ritmo para regalarlo en canciones.
Responder