Nunca he tenido muy claro dónde está el límite de la literatura. La última moda dice que todo texto puede ser literario y en las universidades se estudian cartas y diarios personales con la misma atención que si fueran un cuento de Borges…
Hace unos meses me encargaron un manual para una asignatura de lengua y literatura. Se trataba de enseñar a futuros docentes las herramientas de la profesión, así que había que buscar un equilibrio entre lo teórico y lo práctico. Tan pronto escribía sobre la diferencia entre “significante” y “significado”, como hacía una lista de las segundas lenguas más frecuentes para que supieran a qué se enfrentaban en el aula.
Y, por supuesto, había que tocar el tema de los géneros literarios. Un concepto que se ha enseñado de manera bastante confusa, mezclando forma con tema y con modo. Así que ahora nadie tiene claro qué diferencia hay entre lírica y poesía ni cómo se clasifican los poemas épicos medievales. Ni falta que les hace. Se puede vivir perfectamente sin pararse a pensar en si El Cantar de Mío Cid es lírica o narrativa. Quizás por eso en los últimos años el currículum de educación español incluye géneros que no son estrictamente literarios, pero que conviene conocer. Más allá de la lírica, narrativa y dramática, ahora se estudia el género periodístico, el ensayo y la publicidad. Con un poco de suerte, el alumnado aprende a distinguir entre información y opinión. Lo más espabilados hasta detectan cuándo les están vendiendo algo, que no es mala cosa para aprender a los quince años.
Nunca he tenido muy claro dónde está el límite de la literatura. La última moda dice que todo texto puede ser literario y en las universidades se estudian cartas y diarios personales con la misma atención que si fueran un cuento de Borges, aunque con mucho menos jugo. Yo me he leído la correspondencia de Pedro Salinas y, qué quieren que les diga, es mejor su poesía. Por eso utilizo un criterio personalísimo e interesado por el cual aquellas cartas no eran literatura, eran aburridas. En cambio, el Diario de una mujer gorda en el que una ama de casa argentina abre su corazón, es literatura que me encanta y me enternece. Cierto es que su autor no es una mujer ni ama de casa, sino el escritor Hernán Casciari. Pero, si lo hacen bien, no me importan que me mientan.
Lo maravilloso y lo literario de este género es que Google, ese magnífico tirano, permite escribir una reseña para cualquier lugar registrado en su mapa sin que necesariamente sea un comercio. La idea es informar de las mejores horas de visita o el acceso más cómodo de un destino turístico.
Con esto quiero decir que no sé si es literatura y tampoco me importa, pero hay un género literario que me fascina, que disfruto y que leo con una mezcla de delicia y espanto que debe ser lo que llaman schadenfreude: las reseñas de Google.
Se trata de comentarios semi anónimos que cualquier persona con una cuenta de Google puede dejar allá donde se haya generado un mapa. Es un género colectivo, a veces efímero, y con conflicto garantizado. Cuando el autor tiene razón, leo con compasión su mala experiencia de comida fría, servicio grosero y moscas en la sopa. Cuando no la tiene, ¡ah! Entonces leo estupefacta la queja contra ese restaurante que pidió que sujetaran al niño, con lo entretenido que estaba jugando en el tanque de las langostas.
Lo maravilloso de este género es que es hipertextual y tremendamente flexible. Puedes elegir un lugar y leer las reseñas de los distintos visitantes en una fecha, reconstruyendo el día como un detective hasta dar con la historia completa. Una vez me sumergí en una lectura de cuarenta minutos porque al menos una docena de personas se lamentaban de la desastrosa cena de Nochevieja en un hotel de Segovia. Una a una leí sus declaraciones como en esa película de culto, Rashomon. En este caso el crimen era que la cena se sirvió tarde, las gambas eran microscópicas, el helado del postre llegó derretido y la banda que amenizaba la velada sólo se sabía tres canciones (y mal). Para mi desgracia, nadie explicó cuáles eran esas tres canciones.
¡Bendito Google que recopila todos nuestros datos! También se pueden leer reseñas como si el Ulises de Joyce se encontrara con Un día de furia. No hay más que pinchar en el nombre de un usuario que parezca especialmente crispado y seguir todas las reseñas que ha escrito, berrinche a berrinche. Brian, pasaste una semana terrible en Madrid, pobrecito, y yo te acompaño en el sentimiento. Esos camareros hablando siempre en español ¡qué maltrato! Y el museo de El Prado, que te pidió que hicieras el favor de ponerte una camiseta porque hay que entrar vestido ¿Quiénes se creen que son? ¿Y cómo podías tú saber que la pizza con “salsa picante” pica? El dibujo de tres guindillas junto al nombre del plato no es suficiente advertencia.
Lo maravilloso y lo literario de este género es que Google, ese magnífico tirano, permite escribir una reseña para cualquier lugar registrado en su mapa sin que necesariamente sea un comercio. La idea es informar de las mejores horas de visita o el acceso más cómodo de un destino turístico. Pero también ofrece un bonito compendio de turistas cansados a los que la torre Eiffel no les impresiona lo más mínimo, se ofenden con la cantidad de desnudos que alberga la galería Uffizi, y protestan, no sin razón, porque en la muralla china hay muchas escaleras.
A partir de aquí florece la creatividad pura, el arte, la literatura. Las prisiones tienen reseñas de supuestos turistas despistados que alaban el jardín, pero critican el oneroso proceso de check-in. Un arquitecto se queja del diseño desigual del Pentágono, cuando el dodecágono es la forma perfecta. Desde la perspectiva de un pez, se comenta la calidad del agua o el nivel de salinización de mares y océanos, advirtiendo, eso sí, que el mar del Labrador es publicidad engañosa. Lo único que vieron fue un dálmata. Los muertos se quejan de su vecino de nicho en el cementerio. Los visitantes de centrales nucleares adquieren súper poderes. Los volcanes son el lugar ideal para deshacerse de un cadáver, preparar una barbacoa o librarse de una reliquia familiar maldita.
Son micro relatos, un juego, ficción y no ficción, la catarsis de la tragedia humana en menos de cien palabras. La forma más breve de literatura.
1/5 Artículo interesante, pero la autora usa demasiados españolismos. Se dice “mesero” no “camarero”. 3/5 Me ha gustado, pero es demasiado largo. No lo leí hasta el final. 5/5 Ideal para leer mientras desayunas. 1/5 Demasiadas referencias a películas que no conozco. 2/5 El título no se relaciona con el texto. |
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