Dicen que bailan los muertos
Dicen que bailan los muertos
cuando entre ellos llega un poeta,
finalmente palabras que hacen rima
con música, finalmente alguien
que se sabe perder con las peonías
en los gramos de maravilla de un colibrí.
Finalmente alguien que por casualidad
ve una fotografía antes de tomarla,
alguien que dice lo que sucede
con una frase escrita en el viento,
alguien que trae pedazos de vida
suspendidos en los ojos.
Dicen que bailan los muertos
cuando entre ellos llega un poeta,
finalmente alguien que llega para regalar
el momento en que los cerezos
murmuran notas milenarias a la luna,
finalmente alguien que no murió
en lo que a diario a otros acecha:
la ausencia de proyectos, de sueños,
la apatía, la vida seca…
finalmente alguien que no murió
de la verdadera muerte que mata.
Dicen que bailan los muertos
cuando entre ellos llega un poeta,
finalmente alguien que descubre
el destino y sabe
convertir el amor en algo
que se deja atrás,
algo que inventa mundos nuevos,
un adjetivo que crea paz
para que otros sepan que la muerte
no es lo que viene después de la vida.
Dicen que bailan los muertos
cuando entre ellos llega un poeta
para arrebatar de la muerte
la disonancia, el ritmo trastornado
que no encuentra vida
en lo que el poeta deja.
Si me quitan
Si me quitan la tierra
escribiré una nueva
para usarla como traje
infinito que termina
donde nadie quiere escuchar
este espacio de mundo,
creado para ser recordado.
Si me quitan la casa
inventaré una nueva
para que vivan otras personas
y usen mis zapatos como antídoto.
Si me quitan la atención
crearé una llave para liberar
los aplausos enguantados
y los asombros que retroceden
entre resoplidos de polvo.
Si me quitan las manos
escribiré con los dedos amigos
de la poesía que me habita.
Si me quitan los dedos
usaré la forma tibia del respiro
para escribir sobre los cristales
de las ventanas
con el mismo rocío discursivo
que se baña el inmóvil paisaje.
Si me quitan el aliento escribiré
con la hoja caída que miro,
con la sombra de mi retiro,
con la ausencia de mis palabras,
con la sustancia del vacío
que presagia la piedra que rueda
con la inscripción
de un poema arcaico.
Si me quitan los ojos
la poesía me guiará
como raíz
que regresa a su tierra.
Sin ojos pigmentados,
sin imágenes de muecas,
lo que quedé de mí
me dejará flotando
en el punto medio del océano.
Entre latas abiertas,
costillas de navíos
y esqueletos de ángeles,
seré quizás una cabeza más
que emerge con su propio cráneo
a la deriva entre Alfa y Omega
de planos infinitos,
entre recortes de palabras,
ajena al camino del olvido
seré yo poesía
y piedra que respira bajo el agua.
El lugar de la poesía
Todo en una sucesión
versos,espacios en blanco, puntuación.
De poema en poema
como si las palabras conocieran
la fuerza de lo que no puede morir.
Un minuto antes de subir
el último respiro,
antes del último esfuerzo
para respirarlo,
desde los ojos del poeta
llegan paisajes
y en la caída del equipaje
que mira ya viendo
que el adiós decrece
la calidad de la mirada que se mece
es una sonrisa
firme en los ojos.
El último suspiro
cierra el cerrojo
y la sustancia del vacío
en la lingua gravitante nada.
Con una delgada risa alumbrada,
el poeta ya pronto para partir,
la única cosa que puede decir
es “poesía” “poesía”
y la palabra se va de la carne fría,
bebe tenaz del rocío del cielo
una gota de elixir
y abraza el cuerpo
jurando que no dejará nunca morir
el verso que edifica
desconocidos lugares que acogen
la resonancia del alma
que no muere.
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