El mundo tiene muchos ritmos y uno de ellos es el caminar, uno se levanta y camina, camina para todas partes en su casa. En esta pandemia, todos hemos descubierto que los mapas de nuestro andar pueden ser asombrosamente variados: trayectorias de la recámara al baño, del baño a la cocina, de la cocina al estudio, del estudio a la cocina; y así cada quien diseña su trayectoria diaria dependiendo de necesidades y olvidos… sí, los olvidos resultan ser accidentes del transitar ya que dibujan y redibujan trayectorias interrumpidas por la memoria.
Y es que el olvido es una de esas acciones al revés, que causan que nos detengamos. Retroceder resulta muy prudente porque lo olvidado probablemente estará atrás, de donde veníamos, ¿o acaso era lo que nos estaba llevando?. En todo caso el olvido es una buena pausa en el andar, probablemente acompañada de pequeños movimientos de cabeza, cadera y pié, que rebotando sugieren que la memoria sale del cuerpo y no de la mente… Mientras nuestro cuerpo rebota grácilmente para ayudarnos a recordar.
Una vez agarrado el hilo de nuestro andar, caminamos por una casa laberíntica, esa casa que habitamos en nuestro pensamiento y que apenas nos permite acercarnos de puntitas a la calle, por el miedo, el horror, las muertes, todo aquello que no ha tocado a nuestras puertas y que alejamos con rituales nuevos de asepsia que pueden rayar en obsesión. Basta con un pequeño zarandeo para hacer bajar el espíritu al cuerpo, cambiar de pensamientos, dirigirse al jardín interior donde los iniciados en el laberinto descansan; donde escuchamos el ritmo del corazón y sabemos que en el aquí y el ahora, estamos salvos.
Nostálgicamente podemos pensar que nuestras caminatas por el mundo exterior nos ofrecían la oportunidad de reflexionar hacia dónde nos dirigimos, por qué nos dirigimos y si necesitamos dirigirnos hacia algún lado. Lo más sorprendente es que al practicar el arte del caminar en la calle, notamos que cada persona va a su propio ritmo y es que cada uno tiene distintas necesidades para acelerar el paso o ralentizarlo. Y uno puede fantasear sobre si la velocidad es cosa de privilegio, si los veloces son los necesitados y los calmos los que tienen tiempo para todo, si los que aprietan el paso es por necesidades fisiológicas y los que lo abren es por necesidades psicológicas. Los ritmos y amplitudes del caminar dan mucho a pensar…
Volviendo al principio, y no por olvido si no por bifurcación del tema, quisiera hacer notar que el principio de La Danza es el caminar. Aquella danza virtuosa que puede dejarnos sin respiración comienza por la forma más básica del movimiento: dar un paso, que se traduce en un alzar-dar, alzar-dar. En este punto, todos los que podemos caminar lo hacemos en dos tiempos, cada paso cuenta como uno y entonces descubrimos que el tiempo binario nos viene muy bien. Si necesitamos un bastón o estamos lastimados de un pie y usamos muletas, entramos a tres tiempos, cosa que enriquece la rítmica de la persona que lo porta, existiendo diversas variaciones que pudiéramos apreciar al desplazarnos en silla de ruedas y contabilizar los empujes que le damos a las ruedas con nuestros dos brazos.
En estas danzas de dos y tres tiempos se escribe la historia de nuestros cuerpos y sociedades. La pandemia es un pandemónium de nuestra conciencia del ser y estar, siendo muy probable que hasta ahora, no hayamos tenido el interés en darnos cuenta de lo que es cargar nuestro cuerpo con el peso de la condición del encierro. El virus nos ha mostrado su movilidad y ante el terror de tenerlo como huésped en casa, nuestros cuerpos han devenido más pesados y posiblemente han comenzado a bailar la danza de la desesperación.
En la antigua Grecia se practicaban las danzas del Eneagrama, que consistía en una danza de trazo sencillo con consecuencias psicológicas y de desarrollo humano sorprendentes. Se trataba básicamente en formar un círculo entre varias personas y desde su circunferencia, entrar al círculo en diagonales preestablecidas en las que se encarnaba uno a uno, los 9 tipos básicos de personalidad, divididos en tres mentales, tres emocionales y tres viscerales. Al salir del círculo se regresaba a un estado neutral que hacía las veces de puente entre cada uno de los cambios de personalidad. A principios del siglo XX, el armenio George Gurdjieff creó sus danzas sagradas a partir de este concepto, despertando en sus seguidores una ferviente inspiración hacia el estudio de la geometría, la capacidad de combinatoria del cuerpo, la repetición de los movimientos y el uso de la voz todo ello para encontrar la parte olvidada de sí mismo, el Cuarto Camino que Gurdjieff recorrió durante muchos años junto a Ouspensky.
La pandemia nos ha ofrecido un encierro involuntario que provoca danzas internas de todas esas personalidades que habitan en nosotros y provocan cambios profundos en nuestra manera de estar en esta tierra y de relacionarnos con el otro, que también anda danzando sus propias danzas en orden distinto al nuestro, lo que provoca enfrentamientos y conflictos que luego de resolverse, uno siente que flota, por un rato, casi como si fuera portado por alguna de las naves espaciales de los supersónicos.
Para reconocer hay que conocer y en el acto de la toma de conciencia, reside en el poder comenzar a pensarse a uno mismo como parte de una danza global que puebla de pasos nuestro planeta, convirtiendo nuestro devenir en posibilidades de cambio enriquecidas con todas las variaciones que nuestro espíritu le de a nuestro andar.
En esta pandemia, con el cuerpo puesto, los demonios sueltos y ese ritmo binario o terciario que nos acompaña, podemos reflexionar en que lo que cambia en la conciencia al asumirse danzante de la vida, es reconocer que el habitar, moverse e interactuar es la danza que todos bailamos desde que aprendemos a caminar hasta la muerte. En memoria de Luis Rivero, pianista y compositor escénico yucateco, maestro de muchas generaciones para intérpretes de danza y teatro.
Responder