Acabadita de llegar de vuelta a Cádiz, el mar junto al que crecí. Ya que, después de conocer y amar la vida en Sevilla, Granada y Barcelona, terminé por echar mucho en falta una versión de mí misma en la que la humedad ya no me fastidiaría el pelo de adolescente sino que me atravesaría el espíritu.
Años antes, cuando tuve que decidir mis estudios, me vi abocada al Periodismo, lo único que encontré conteniendo el sema “escritura” en todo el catálogo universitario. Pero, aunque el oxímoron me fascina, preferí seguir viviéndolo como figura retórica y evitarlo, en la medida de lo posible, como realidad catastrófica: ver cómo mis compañeros se jactaban de no soportar la única asignatura de lengua que atravesarían en 5 años de profesionalización para la comunicación verbal, me hizo trasladarme a la Audiovisual. Al fin y al cabo, la narrativa es lo que más me ha llenado de siempre, ya se dé en forma de foto estática o en movimiento, ya en un libro o ya en la escena cotidiana y a voces de una frutería.
Luego participé en algunos talleres de Escritura Creativa y así fue como descubrí la existencia de la Teoría Literaria, justo en el momento en el que, en mi país, comenzaba a denominarse Literatura Comparada. La cursé. Y entonces sí, eso era otra cosa.
Sin menospreciar ni olvidar ni una sola de mis decisiones, académicas o personales, continué siendo la persona que, sobre todas las cosas, lo que más ama es salir a la calle y encontrarse con la gente. La fortuna de vivir se encuentra en tener dinero para compartir cervezas fresquitas.
Por otro lado, la escritura y el amor –pobre feminista heterosexual– serán los dos pilares en los que el grueso de mi inversión terapéutica y reflexiva habrán caído, sin dudarlo, llegada la hora de auditar mi vida. Pero, de momento, en la actualidad, y a pesar del sistema productivo –y, probablemente, también de mis temores– puedo enorgullecerme de haber conseguido mantenerme con el dinero que recibo a cambio de escribir, aun cuando lo que escribo sea un copy de una piscina hinchable o de un bocadillo de chopped.
Al final, la mejor noticia es que parece ser que no he conseguido alejarme –sino todo lo contrario– ni de leer, ni de escribir, ni de los dolores del mundo.