Desde hace unos AÑOS me acompaña la inquietud por entender la muerte. Nada más y nada menos.
La muerte es la única certeza de la vida y, sin embargo, genera el mayor de los desasosiegos: dolor, despedida, ausencia, vacío, hueco, fin, inicio, incertidumbre … Dejar marchar o agarrar desesperadamente…
Nunca me hablaron de la muerte de pequeña, ni de adolescente, ni de joven. Me la encontré de pleno a los treinta. De golpe y sin aviso. Por varios frentes y todos a la vez. Un zarandeo por los cuatro costados. Sin suelo que pisar. Como si hubiera escuchado un ruido ensordecedor y deambulase por la vida aturdida. Tal fue el torbellino, que salí corriendo para hacer como si no pasara nada, como si todo estuviera controlado. Pero claro, el torbellino terminó por convertirse en huracán y no tuve más remedio que parar de correr y enfrentarme a toda aquella oquedad repleta de preguntas sin respuestas: ¿por qué nos morimos cuando nos morimos? ¿Para qué? ¿Cómo me puedo relacionar con mis muertos? ¿Y con mi muerte? ¿Cómo dar espacio al duelo? ¿Qué deja la muerte tras de sí?
Desde entonces la muerte ha seguido visitándome, unas veces con más tiempo de aviso y otras con menos. He ido leyendo, escuchando, observando y sacando mis propias conclusiones. Para estar prevenida. Para darle sentido. Porque quizá otros tengan las respuestas a mis preguntas. Buscar sin desesperar.
Hace unos MESES llegaron a mis manos dos libros: La vida contada por un sapiens a un neandertal y La muerte contada por un sapiens a un neandertal. Escritos por mi admirado Juan José Millas y, un desconocido hasta entonces para mí, Juan Luis Arsuaga. Ambos libros son tan independientes como complementarios el uno del otro. El primero sirve de antesala del segundo. El segundo te invita a empezar a releer el primero. Y vuelta empezar.

Los personajes principales de los dos tomos son el escritor, Millás, y el paleontólogo, Arsuaga. En concreto, Millás, el neandertal, narra en primera persona sus conversaciones con Arsuaga, el sapiens. Éste, a través de paseos por la vida cotidiana y degustaciones culinarias de todo tipo, le explica a aquel, el funcionamiento de la vida y de la muerte desde el más puro punto de vista científico, biológico y epicureísta.
El primer libro me fue entretenido, ingenioso, lleno de curiosidades. En cada uno de sus paseos me descubrían con detalles, de aspecto tonto, por qué los seres vivos nos atraemos, nos amamos y aparearnos, cuidamos de nuestros cachorros y evolucionamos. De manera casi mágica, la frontera entre los prehistóricos hombres de las cavernas y los presentes se deshizo. Digamos que por primera vez la Prehistoria me pareció apasionante. No era ese periodo lejano y apartado, sino que estaba presente en todos los rincones de la vida actual. En ese acercamiento, Arsuaga y Millas daban respuestas a obviedades emocionales que nunca me había cuestionado racionalmente.
Al terminar el primer libro tenía mi blog de notas lleno de nombres de lugares conocidos que revisitar y restaurantes donde comer opíparamente. En estos sitios había estado mil veces, pero nunca los había mirado con los ojos que cuenta Arsuaga. También tenía unas ganas irrefrenables de escribirle para dar más paseos con él. Intuía que escucharle de forma recurrente, podía hacer que todo cobrase un nuevo orden (además de engordar unos cuantos kilos).
Decidí esperar a leer el segundo libro para mandarle la misiva.
La muerte contada por un sapiens a un neandertal comienza hablando de inmortalidad, apelando al orden de los átomos, de los individuos, del grupo y su ecosistema. Nada de psicomagia.
Continúa con una afirmación que lo cambia todo: En la naturaleza sólo hay plenitud y muerte. No hay vejez, ni enfermedades crónicas, ni decrepitud. Éstas pertenecen al género de los humanos y sus animales domésticos.
El libro sigue abordando temas como la longevidad, la esperanza de vida y la selección natural, cuestiones que me han sido tan difíciles de entender como apasionantes. Para una romántica como yo, asumir que la enfermedad crónica es “producto” del hombre porque en la naturaleza la selección natural, llamada muerte, se encargaría de que desaparecieras antes de desarrollar tal enfermedad, es un cambio de parámetros desbordante.
La afirmación de que no hay sentido que explique el exquisito caos de la naturaleza, es para mí como aprender a respirar de nuevo. Sí, según Arsuaga no hay un por qué, ni un para qué que aclare que el ciclo vital de cada ser vivo está configurado de una manera única. Ni si quiera hay intuición. La naturaleza es así, una máquina perfecta que se ha ido ordenando a lo largo de los años como si fuera un reloj ciego.
Te pueden demostrar que un ratón y un elefante tienen el mismo número pulsaciones a lo largo de su vida, solo que el ratón las tiene en 3 años y el elefante en 90. Es decir, que el ratón vive más acelerado e intensamente. Moraleja: vivir rápido, mata antes. Lo que no se sabe es por qué el ratón vive tan rápido.
Hoy escribo este artículo mientras me recupero de una operación de cadera más preventiva que curativa. Ha sido un alivio no querer encontrar el motivo por el cual me ha crecido un bulto en uno de mis huesos. El sentimiento epicúreo ha aflorado al saber que, si no fuera por los avances de la cirugía, yo no habría durado mucho en la naturaleza salvaje. La selección natural habría hecho su trabajo y punto. Hubiese muerto en plenitud máxima, como mueren los animales salvajes. Aprovechando esta segunda oportunidad, me ha dado por echar la vista atrás y darme cuenta que mi vida ha sido bastante intensa. Me veo más ratona que elefanta y no sé cuántas pulsaciones me quedan por quemar. Un buen motivo para escribir cuanto antes a los autores y proponerles irnos de paseo.
¿Quién iba a decirme que aceptar la falta de sentido racional de la muerte daría paz a mi sinsentido emocional?
Bonito currículo, y mejor comienzo en esta nueva experiencia. En esta vida siempre hay momentos en los que como tú ahora, te hace pensar en la muerte. Nosotros los creyentes, tenemos una forma de ver ese momento de la muerte, de manera que nos ayuda mucho a llegar hasta ella. Así que de verdad o de menos verdad, vivimos con más serenidad ese momento.
No olvides cuanto te quiero y admiro. Espero más capítulos.