Quiero que continúes en tu camino equivocado
Dijo Shostakovich a Sofía Gabaidulina
Lo primero que les voy a plantear es que este texto se lea bajo el concepto de La Carta Blanca, que en francés quiere decir Carte Blanche. Se trata de dar libertad de expresión, de discurso, de formato, a la persona que es invitada a hablar sobre un tema. Es muy necesario para mí abordar mis ideas sobre la naturaleza del pensamiento en ese tipo de terreno expresivo, porque tocaré varios conceptos en los que quiero tener libertad y fluidez de unir una idea con la otra, sin reparos ni formalidades discursivas. Ya dada la manera en la que voy a platicarles mis piensos, entremos en materia.
Esta investigación comenzó siendo una serie de eventos de observación que tuve al crecer en una familia bilingüe como tantas de las hay en Yucatán. Mi papá era de lengua materna maya y mi madre de lengua materna española. En la cotidianidad, cuando mi padre se expresaba, notaba que en el momento en el que quería decirme algo serio, mayormente lo hacía de manera muy sintética y poética, contrastando con la manera que tenemos de hablar en la lengua española, explayándonos en los temas, haciendo un berengenal de nuestro discurso para llegar a lo que tenemos que decir.
Tuve la misma impresión cuando llegaron los zapatistas acá a Yucatán y ofrecieron un discurso. Asombrosamente, después del largo viaje que implicaba bajar de sus hermosas montañas en caravana hasta llegar a Mérida, la boca de uno de sus comandantes se abrió para compartir el aliento de su lucha en una delicada hilera de palabras, hablando por sólo 10 minutos. Al final, con una voz suave y firme, el comandante dijo: Y esto es todo lo que tenemos que decir. Con el recuerdo de mi padre en mente pude constatar que nosotros, los hispanoparlantes, utilizamos el tiempo de manera distinta. El acto de la brevedad y la finitud se repetía en las palabras de un indígena que no se expresaba en su lenguamaterna, pero que en su pensamiento le dictaba ciertas reglas que podían dejarse ver en su segunda lengua.
Eso me dio la pauta para jugar con la idea de que la concepción del cero en los mayas es lo que hace que, en lo profundo de su ser, en el reino de las cosas importantes como pronunciarse para ser escuchados, sus palabras tengan el peso de lo circular. El cero está en su ser como eje principal de sus concepciones ideológicas, con la contundencia de su verdad expresada en lo dicho, donde su universo numérico se entrelaza con la poética de su pensamiento. El cero como representación de lo que comienza y acaba.
Ese universo simbólico me impulsó a ahondar en la representación del pensamiento en grafías. En un salto del número a la letra, emprendí el viaje hacia la representación del sonido en papel.
Partiendo de la idea de crear un paralelismo entre las grafías de las letras del alfabeto grecolatino y las grafías chinas y japonesas, se me hacía muy interesante recordar cómo los sonidos de esas lenguas orientales eran representados a través de figuras del cuerpo, de animales o casas. Lo que me hizo jugar con la idea de que, posiblemente, el origen de la representación de nuestro alfabeto, puede provenir de una experiencia que naciera del cuerpo mismo, provocada por el acto de la pronunciación de cada letra.
Empecé a pensar que al sonar las letras, una por una, el aire en la cavidad bocal se comportaba como una corriente que, posiblemente, dibujaba el símbolo con el que se representaría el sonido de esa letra en la escritura: La Caligrafía del aire.
La conexión estaba hecha, así que comencé a dejar nacer las letras en mi boca, observando que al emitir el sonido a el aire dibujaba un círculo en la cavidad y una pequeña colita de aire escapaba por la abertura de los labios. Al emitir el sonido de la b se podía sentir como nacía una especie de verticalidad en el aire reflejada en la columna, que intentaba escaparse por los labios y al encontrarlos cerrados, el aire dibujaba un camino de regreso, trazando un pequeño círculo. Había encontrado con este experimento, el posible origen orgánico de la escritura de las letras minúsculas de nuestro alfabeto.
Ustedes pueden practicarlo en su casa, ir pronunciando letra por letra, para experimentar en carne propia los dibujos del aire en la cavidad bocal y descubrir que, en ese acto eólico interior, se encuentran los secretos de la notación de las letras minúsculas, aquel pequeño universo de 27 letras que harían posible dar a conocer nuestros pensamientos en su viaje del cuerpo al papel.
De ese ejercicio surge la idea de hacer una creación escénica que versara en los milagros de la pronunciación, la poesía, la ausencia de la palabra, los ritmos de la puntuación y el canto de un par de cuerpos que se abren y dos textos e identidades que articularan el texto como cuerpo. Esa creación se llamó Danzas con Rimbaud y Sabines.
Al articular el texto, empecé a recordar ejercicios antiguos que había estado haciendo mientras mi hermano estudiaba etimología grecolatina: yo, a su lado, empecé a escribir palabras, jugando con la distancia entre sus letras. Agarraba cualquier palabra que estuviera escuchando o que me viniera a la mente y en vez de dividirla de la manera que propone la etimología, empecé con separar la primera letra de la palabra para observar qué era lo que me ofrecía el resto de la palabra como significado. Separé dos letras de la misma palabra, creando dos conjuntos de letras a los cuales estudiaba con la curiosidad de un químico, para ver qué significado me arrojaría cada uno de los territorios que la palabra me ofrecía.
Sin dejar de lado la experiencia del cuerpo, tomé conciencia de que abrir la palabra era como abrir el cuerpo. Había que aprovechar los dones de la articulación, permitiendo que surja el asombro ante las dádivas que ofrece la distancia entre las cosas. Yuxtaponiendo imágenes, al abrir el cuerpo de la palabra, se liberaba un universo de posibilidades conceptuales, simbólicas, tenciones y significados que darían una nueva vida a mi experiencia con la expresión de los pensamientos en la palabra oral y la escrita.
Cada quien tiene sus palabras claves y yo, viniendo de la danza contemporánea, una de mis palabras favoritas es abstracción. Descubrí que ab es la célula que contiene la base de la palabra abstracción, s es la tensión que comunica hasta donde llega la fuerza de lo que se abstrae, t es el punto de retorno, r es la sugerencia del regreso al origen y el resto de la palabra indica el movimiento del concepto a las variantes de la base, replanteada en acc, i es una unión primitiva que suaviza la tención hacia la siguiente letra, o es una nueva tensión conceptual de avance y el acento podría indicar un punto reforzado para un pequeño retorno a la n,que podría dotar de un final vibratorio a la palabra.
Esa observación me reveló la necesidad de exponer la palabra abstracción debajo de un alfabeto puesto de manera horizontal y así poder visualizar los ires y venires de la palabra.

La distancia creada por el orden preestablecido del alfabeto, abría para mí, un nuevo mundo sobre el significado de las tensiones internas de las palabras.
En esta elipse de expresión, la figura del alfabeto nace como el delta del río de vida a las ideas. Amplio y espacioso, el alfabeto se nos ofrece para navegarlo de ida y vuelta, creando combinaciones capaces de hacer existir las cosas que no están. Sólo estamos nosotros y sus posibilidades, letras que brillan como estrellas en la noche del conocimiento. Sólo nosotros podemos crear las constelaciones, aproximándonos a describir la maravilla de la existencia, balbuceando hasta escupir pequeños conceptos nacidos de nuestras observaciones.
Y antes que nos demos cuenta, sabemos que tenemos que dirigirnos al patio trasero de la expresión para comprometernos a realizar ciertas tareas del pensamiento que nos aseguren la honorabilidad del uso de las palabras y su estudio, creando un ritual de compromiso ante nuestras ideas.
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