El texto de Ricardo Flores Magón dirigido a la mujer, publicado en el periódico “Regeneración” un 24 de septiembre de 1910, nos permite conocer y analizar su pensamiento sobre este tema trascendental: la dominación de la mujer, y es importante contextualizarlo en la época en que se escribió y en medio de las corrientes ideológicas imperantes que influyeron en la disertación del autor, un revolucionario que se presentaba como liberal pero que en realidad estaba imbuido de ideas marxistas y anarquistas. El texto no sólo representa un discurso de vanguardia para su época, sino que en su contenido encontramos elementos vigentes y útiles para la discusión, el análisis de la situación actual de las mujeres, así como de la lucha que estamos dando como feministas dispuestas a acabar con todas las formas de opresión y dominación.
Comienza con un anuncio exaltado sobre el inicio de la rebelión y un exhorto a la mujer para unirse a esta, dado que el mismo sistema que oprime a los hombres las esclaviza, lo que implica reconocerlas como parte fundamental de la humanidad y víctimas al igual que el hombre de la opresión capitalista.
“Compañeras: la catástrofe está en marcha, airados los ojos, el rojo pelo al aire, nerviosas las manos prontas a llamar a las puertas de la patria. Esperémosla con serenidad… Vosotras constituís la mitad de la especie humana, y, lo que afecta a esta afecta a vosotras como parte integrante de la humanidad. Si el hombre es esclavo, vosotras lo sois también. La cadena no reconoce sexos; la infamia que avergüenza al hombre os infama de igual modo a vosotras. No podéis sustraeros a la vergüenza de la opresión: la misma garra que acogota al hombre os estrangula a vosotras.” [1]
Por su puesto que leer su texto desde una mirada crítica del feminismo actual, hace inevitable notar la reproducción de los estereotipos de la época en la que se escribió, donde la mujer era vista en función de sus roles tradicionales: “madre, hermana, hija”, y de su relación con el hombre, lo cual define en primera instancia su identidad. No pasa tampoco desapercibido el mandato a la mujer, quien tiene el deber de ayudar al hombre y no al revés, a lo que habría que sumar su afirmación de que la mujer “no entiende de política”, como si en esto fuera diferente a los hombres.

“Necesario es, pues, ser solidarios en la gran contienda por la libertad y la felicidad. ¿Sois madres? ¿Sois esposas? ¿Sois hermanas? ¿Sois hijas? Vuestro deber es ayudar al hombre; estar con él cuando vacila, para animarlo; volar a su lado cuando sufre para endulzar su pena y reír y cantar con él cuando el triunfo sonríe. ¿Que no entendéis de política? No es ésta una cuestión de política: es una cuestión de vida o muerte”.
Pese a lo decepcionante que pudiera parecernos el texto al inició, ante una mirada actual de cualquier feminismo, este adquiere relevancia y vigencia cuando reconoce que las mujeres no solo comparten la explotación sufrida por los hombres trabajadores, sino que son doblemente explotadas por su género, sufriendo mayor explotación laboral sufrida a la que se le suma la violencia física y sexual ejercida por los patrones contra ellas.
“La cadena del hombre es la vuestra ¡ay! y tal vez más pesada y más negra y más infamante es la vuestra. ¿Sois obreras? Por el solo hecho de ser mujer se os paga menos que al hombre y se os hace trabajar más; tenéis que sufrir las impertinencias del capataz o del amo, y si además sois bonitas, los amos asediarán vuestra virtud, os cercarán, os estrecharán para que les deis vuestro corazón, y si flaqueáis, os lo robarán con la misma cobardía con que os roban el producto de vuestro trabajo”.
Bajo una perspectiva unilineal de la evolución humana al estilo de los marxistas de la época, hoy discutibles gracias a los avances de los estudios históricos y antropológicos con perspectiva de género, él sitúa el inicio de la subordinación femenina en la antigüedad, en lo que llamó infancia de la humanidad. Pero si bien esto es objetable como premisa universal, sí representa un cuestionamiento válido al tipo de desarrollo patriarcal que se impuso en algunas partes del mundo y que eran, y son aún, la base histórica de la cultura occidental que pretendía desmantelar.
“El infortunio de la mujer es tan antiguo, que su origen se pierde en la penumbra de la leyenda. En la infancia de la humanidad se consideraba como una desgracia para la tribu el nacimiento de una niña. La mujer labraba la tierra, traía leña del bosque y agua del arroyo, cuidaba el ganado, ordeñaba las vacas y las cabras, construía la choza, hacía las telas para los vestidos, cocinaba la comida, cuidaba los enfermos y los niños. Los trabajos más sucios eran desempeñados por la mujer. Si se moría de fatiga un buey, la mujer ocupaba su lugar arrastrando el arado, y cuando la guerra estallaba entre dos tribus enemigas, la mujer cambiaba de dueño; pero continuaba, bajo el látigo del nuevo amo, desempeñando sus funciones de bestia de carga”.
Para beneplácito de las ilustradas liberales de la época, como las feministas pertenecientes a familias masónicas, en el caso de Yucatán tenemos como ejemplo a Consuelo Zavala y Dominga Canto Pastrana, impulsoras del primer congreso feminista en México en 1916, su visión histórica de la dominación de las mujeres incluye una crítica feroz al cristianismo y su papel en la situación de las mujeres.
“El cristianismo vino después a agravar la situación de la mujer con el desprecio a la carne. Los grandes padres de la Iglesia fulminaron los rayos de su cólera contra las gracias femeninas: y San Agustín, Santo Tomás y otros santos, ante cuyas imágenes se arrodillan ahora las pobres mujeres, llamaron a la mujer hija del demonio, vaso de impureza, y la condenaron a sufrir las torturas del infierno”.
Y, aunque habla en singular de la mujer y no de las mujeres en plural como lo hacemos las actuales feministas, reconociendo que a la variable género se le cruzan otras variables como clase social y etnia, esto no significa que en su texto deje de reconocer las diferencias entre mujeres pertenecientes a diferentes clases sociales. Mejor aún es el hecho de que también reconociera las condiciones de desigualdad que afectaban a todas las mujeres, independientemente de sus grupos social, dado que cruzaban a todos los sectores sociales, lo que implica en el texto enunciar algunos aspectos que eran urgentes de transformar en ese momento y que fueron las banderas del feminismo de la época.

“Compañeras: la catástrofe está en marcha, airados los ojos, el rojo pelo al aire, nerviosas las manos prontas a llamar a las puertas de la patria. Esperémosla con serenidad… Vosotras constituís la mitad de la especie humana, y, lo que afecta a esta afecta a vosotras como parte integrante de la humanidad. Si el hombre es esclavo, vosotras lo sois también. La cadena no reconoce sexos; la infamia que avergüenza al hombre os infama de igual modo a vosotras. No podéis sustraeros a la vergüenza de la opresión: la misma garra que acogota al hombre os estrangula a vosotras.”
Ricardo Flores Magón
“La condición de la mujer en este siglo varía según su categoría social; pero a pesar de la dulcificación de las costumbres, a pesar de los progresos de la filosofía, la mujer sigue subordinada al hombre por la tradición y por la ley. Eterna menor de edad, la ley la pone bajo la tutela del esposo; no puede votar ni ser votada, y para poder celebrar contratos civiles, forzoso es que cuente con bienes de fortuna”.
Quizá lo más avanzado de su pensamiento fue el referirse a la explotación sexual de las mujeres fuera, e incluso dentro, del aquel entonces y aún vigente, institución del matrimonio, en la que las mujeres venden su cuerpo en lo que él llama una prostitución sancionada por la ley, pero que en esencia es la misma que se practica en las calles, ya que se intercambia el cuerpo por bienes materiales y a lo que habría que añadir, aceptación social, incluso privilegios en el caso de las clases altas. Poniendo en jaque, al menos en el discurso, al núcleo base de la sociedad capitalista patriarcal, la familia tradicional.
“El salario de la mujer es tan mezquino que con frecuencia tiene que prostituirse para poder sostener a los suyos cuando en el mercado matrimonial no encuentra un hombre que la haga su esposa, otra especie de prostitución sancionada por la ley y autorizada por un funcionario público, porque prostitución es y no otra cosa, el matrimonio, cuando la mujer se casa sin que intervenga para nada el amor, sino sólo el propósito de encontrar un hombre que la mantenga, esto es, vende su cuerpo por la comida, exactamente como lo practica la mujer perdida, siendo esto lo que ocurre en la mayoría de los matrimonios”.

Termina su discurso con una metáfora poética y apasionada, con la cual concuerdo plenamente: “En los momentos de angustia, dejad de elevar vuestros bellos ojos al cielo; ahí están aquellos que más han contribuido a hacer de vosotras las eternas esclavas. El remedio está aquí, en la tierra, y es la rebelión”.
[1] Lo que está en cursivas son extractos del texto de Ricardo Flores Magón, Regeneración, núm. 4, septiembre 24, 1910. (http//archivomagon.net/obras completas/artículos-periodísticos/1910-2/1910-05)
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