Hace algunos años tuve la oportunidad de hacer un viaje turístico a un bello país en donde encontré una exuberante naturaleza y un trato amable y respetuoso de sus habitantes. Ese país se llama Canadá.
No soy afecta a generalizar, ni condenar por un sólo hecho a toda una comunidad; sin embargo, hoy, al igual que muchas personas en el mundo me encuentro asombrada por las numerosas historias de abusos sistemáticos a las comunidades indígenas, dueñas originales de las tierras que hoy conforman ese país, que han generado un repudio a las instituciones religiosas ahí establecidas e, inclusive, la quema de varios templos e iglesias.
Los colonizadores de América de nacionalidad francesa e inglesa siempre tuvieron aversión a las uniones interraciales con los nativos, a diferencia de los españoles que, en la mayoría de los casos, aceptaron y se casaron con mujeres de las regiones conquistadas; por supuesto, muchos de los casos fueron por interés, ejemplo: la dote en tierras que recibían de los caciques junto con sus hijas.
En el caso de los franceses que se establecieron en la provincia hoy conocida como Quebec, el rey Luis XIV envió a aproximadamente a 800 niñas y jóvenes de entre 13 y 30 años, generalmente huérfanas y pobres, para poblar la colonia, es decir casarse y engendrar a las nuevas generaciones de lo que se conocía como la Nueva Francia, evitando así el mestizaje con las mujeres naturales de la tierra. Estas madres fundadoras son conocidas como Las hijas del rey.
Esa antipatía por el mestizaje no se limitó a los primeros años del coloniaje de la región, tanto en el norte los franceses, como en el sur los ingleses, siguieron evitando la unión con los pueblos nativos. Una de las fórmulas para alejar a los pueblos originarios de los asentamientos invasores fue a través del establecimiento de reservas indígenas cada vez más lejanas de sus tierras originales, así como el clasista estatus de ciudadano o aborigen. Años después, a mediados del siglo XIX surge la ley llamada de “civilización gradual” y con el pretexto de integrar a los aborígenes a la cultura eurocanadiense comienzan a obligarlos a internar a sus hijos en instituciones para que, casi exclusivamente, aprendieran el inglés o francés, adoptaran la religión cristiana y se olvidaran de sus costumbres, creencias y cultura.
Los niños de las comunidades de las llamadas primeras naciones, (más de 600 tribus originales), como los Iroqueses, mohawk, algonquinos (entre los que se encuentran las tribus de los innus, y los montagnais o montañés), como los wendats llamados hurones por los franceses, etc., fueron internados en los colegios de misioneros, llegando a extremos: encarcelar a los padres que se negaban o, simplemente, secuestrar a los menores.
Las diversas instituciones que se encargaban de los internados eran de las órdenes religiosas, anglicana, católica romana (7 de cada 10), metodista, presbiteriana. Corresponde el honor de ser la primera al Instituto Mohawk, considerado modelo a seguir, financiado por el gobierno y dirigido por la iglesia anglicana durante los años de 1831 a 1969.
Para 1896 ya eran más de 40 los internados que recibían un pago por cada niño indígena que albergaran, esto originó a que se “pelearan” por ellos y se llegara al extremo de secuestrarlos e internarlos sin el conocimiento de sus padres. Tal fue el caso de Bud Whiteye quien recuerda que junto a su hermanita y unos amigos fue secuestrado camino a visitar a su abuelita. Bud escribió sus experiencias en el libro: “A dark legacy” en español “Un legado obscuro”.
El trato que recibieron en esas instituciones, no fue el de estudiantes sino más bien de presos de cárceles, ya que sufrieron abusos físicos y mentales, eran mal alimentados y también severamente castigados. El personal, entre curas y monjas, llevaban atada a la cintura una correa de cuero con la que constantemente los castigaban. Cris Metatawabin recuerda, al igual que otros de los que pasaron por esas instituciones, una silla con una batería instalada en la parte baja donde les daban toques eléctricos a los “rebeldes”, es decir una silla eléctrica donde los torturaban.
Debido a los abusos, varias niñas terminaron embarazadas, desapareciendo los bebes al nacer sin que se supiera su destino. Se calcula que más de 150,000 niños indígenas pasaron por los internados. Se desconoce el dato exacto a cerca del número de niños muertos, pero se deduce que fueron más de 6,000. No se sabe, en todos los casos, la razón de los fallecimientos, mal alimentados muchos padecieron diversas enfermedades como tuberculosis o fiebre reumática, etc. Sin embargo, se les enterraba sin dar aviso a las autoridades, ni a los familiares, en fosas comunes en terrenos cercanos a las instituciones y sin placas o monumentos para reconocerlos.
La última residencia en funcionar fue la Grollier Hall ubicada en Inuvik y es considerada una de la más severas, en el periodo de 1958 a 1979, cuatro de sus supervisores encargados fueron condenados por abuso sexual.
Recientemente, en mayo de 2021 se descubrió una gran fosa con restos de aproximadamente 215 niños junto al instituto Kamloops en Columbia británica, y en junio se encontraron 751 en la escuela Marieval de Saskatchewan y 182 en Cranbrook. Estos hallazgos han generado indignación mundial y la quema de varias iglesias en Canadá.
El presidente Justin Trudeau pidió disculpas y declaró entre otras cosas: …los canadienses de hoy están horrorizados y avergonzados de cómo se comportó nuestro país… Asimismo, solicitó al Papa Francisco emita una disculpa por parte del Vaticano.
Todos los países del mundo tienen claroscuros en sus historias y Canadá no es la excepción. La percepción general es que todavía hay muchos pendientes con los indígenas y familiares de esos niños obligados a vivir en los terroríficos institutos de integración. La mayoría al salir de las residencias vivieron con muchos traumas por la falta de cariño, alejados de sus familiares, con baja autoestima y complejos que los llevaron al suicidio o a diversas adicciones.
Como declaró el jefe indio Edmud Metatawabin y escritor de sus experiencias en esas escuelas, en el libro “Up Ghost River”: Los daños causados a una generación se convierten en el destino de la siguiente.
Una narrativa clara de los problemas que han padecido los pueblos originarios y la discriminación hacia ellos, en este capitulo de Canadá. Con tristeza aprecio que las religiones en especial la católica por varios de sus ministros en sus diferentes apostolados cometen sistemáticamente abuso contra la sociedad muy lejos de la finalidad religiosa y bienestar social que dicen profesar, busquemos que estas situaciones no pasen ya inadvertidas y no solo pasemos y las dejemos en una página de la historia.
EXCEPCIONAL LAURITA, que buen reportaje. Como hacen meditar estas historias sobre lo que fue una realidad y nunca pensamos en ella. Pero así es la humanidad, siempre habrá unos poderosos (vencedores) y unos perdedores (vencidos) y así continuará la historia