El mes de junio se ha convertido, en los últimos años, como un periodo para que la comunidad LGBTTTIQ+ celebre “orgullosamente” la gran diversidad que existe en preferencias sexuales y formas de vida, acaso convivencia social; se ha utilizado, incluso, como motivo para formar paquetes turísticos donde se han inmiscuido empresarios que han visto la oportunidad de lucrar con lo que antes les parecía inmoral.
Los gobiernos, por su parte, se jactan de su tolerancia e inclusión y hasta permiten que por un día se realice una celebración pública como si se tratara de la Fiesta de los Locos, descrita por Víctor Hugo en su emblemática novela Nuestra señora de París y los participantes en los Quasimodos y Esmeraldas.

Hombres de gran músculo bailando casi desnudos sobre camiones de dos pisos o en carros alegóricos, travestis con pomposos vestidos y exhuberantes maquillajes; parejas jóvenes, de hombres y mujeres, demostrándose su “amor” sin tapujos; coreografías eróticas en plena calle y hasta demostraciones histriónicas hechas por artistas locales o Drags. Todo lo anterior bajo el sello de diversos patrocinadores que se unen a esta gran celebración que culmina en bares, discotecas, centros nocturnos e incluso en cantinas populares o, en su caso, pulquerías y mezcalerías. Las ciudades, pues, se visten de arcoíris; de los colores de la “tolerancia”, “diversidad” e “inclusión”.
Pero toda gran fiesta llega a su fin y el sueño culmina con la realidad: la homofobia, intolerancia, los asesinatos contra trabajadores sexuales, transgéneros y travestis; la discriminación laboral, la falta de atención médica a parejas del mismo sexo o a quienes viven con VIH/Sida; las interminables luchas por el matrimonio igualitario y el derecho de tener una familia o la implementación de las leyes secundarias en las leyes civiles de los estados; además del escarnio público hecho por hombres y mujeres que presumen su respeto a la “ley de dios” y llaman “antinatura” todo lo que desconocen.
Lo anterior, aunado a la inseguridad que viven parejas del mismo sexo, las críticas, casi condenas anticristianas lanzadas desde lo más alto del clero y otras instituciones religiosas; y un sinfín de penalidades que sufre toda esta diversidad conjuntada en las siglas LGBTTTIQ+.

Pero con todo ello, los empresarios, gobiernos, legisladores e hipócritas sociales, creen que estamos avanzando de manera real en Derechos Humanos; consideran que son ellos, precisamente, los que han permitido la inclusión y tratan de denostar, acaso opacar, la labor que realizan los auténticos activistas sociales de las diversas comunidades de nuestro país.
Por eso hoy, debo hacer un reconocimiento a grupos como Repavi y todos los que colaboran en este organismo no gubernamental, que, pese a sus problemas para continuar con su labor, no claudican y siguen en su lucha como lo hicieran sus fundadores, ya muchos fallecidos, en aquellos años noventa donde se tenía que gritar frente a Palacio de Gobierno para que los medicamentos para personas infectadas con el VIH pudieran ser suministrados.
Sí, existen mártires en la lucha de la comunidad LGBTTTIQ+, pero los quasimodos (políticos disfrazados de luchadores sociales) en las marchas y movimientos, no son la voz de quienes realmente viven liberados de los prejuicios de una sociedad que aún no se ha dado cuenta, que ya no se les tiene miedo, que ya no se necesita su aprobación.
Para quienes han luchado por los Derechos Humanos de todos, hombres y mujeres, la lucha sigue. No obstante, feliz mes de la diversidad.
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