Nuevas danzas macabras

No era una pandemia, era el fin del mundo. Un final que se estiraba. No es de extrañar que la poca población que quedaba se obsesionara con el tema de la muerte, explorándolo a través del arte

Hace dos o tres pandemias, en el siglo XIV, la peste se desató en Asia y Europa convirtiéndose en la más devastadora epidemia de la que se tiene registro. La enfermedad se llevó a un tercio de la población europea según las estimaciones más generosas (otros calculan que sería más del doble) y se mantuvo despierta durante casi una década, con rebrotes recurrentes que llegaron hasta el siglo XIX.

Es fácil comparar aquella pandemia con la de ahora. El primer brote se originó en Asia (o eso creemos) y se introdujo en Europa a través de Mesina, en Italia. Si nos quedamos en lo superficial la comparación se hace sola. Pero, en realidad, aquello no fue una pandemia como la entendemos actualmente. El tiempo no se hizo pétreo como ahora, que no sabemos distinguir entre un martes de abril y un jueves de octubre. Nos quejamos de esta pandemia que se está haciendo larga cuando apenas llevamos trece meses (¡meses! podemos contarlo en meses), mientras que la peste se extendió durante años. Tampoco existía la esperanza de una vacuna. Además, la peste llegó cuando el continente apenas se había recuperado de una hambruna a principios de siglo que había acabado con un cuarto de la población. 

No era una pandemia, era el fin del mundo. Un final que se estiraba. No es de extrañar que la poca población que quedaba se obsesionara con el tema de la muerte, explorándolo a través del arte. Fue en esta época cuando se empezó a jugar con el motivo que en el siglo siguiente derivaría en la danza macabra: la muerte como un baile en el que todos participan. La danza macabra se representaba en escenas teatrales, se narraba, se incluía en tapices y grabados y se escuchaba en composiciones musicales. 

Originalmente, era un memento mori¸ un recordatorio de que tarde o temprano todos, desde el emperador al labrador, serían llamados a entrar al baile. Pero esta danza ofrece un contraste que no aparece en otros mementos. Los vivos aguardan su turno, estáticos, mientras que la muerte y su corte de esqueletos bailan animadamente. Es este contraste, más que el recordatorio de que todo muere, lo que ha cautivado nuestra atención desde entonces. Quizás nos atraiga la esperanzadora paradoja de que la muerte sea más intensa que la vida, más animada, más viva. O tal vez nos agrade la idea de que los esqueletos bailan libres del miedo que paraliza a los humanos vivos.

Lo cierto es que la danza macabra se ha mantenido en el imaginario colectivo de manera constante. De la más de una veintena de obras musicales sobre el tema, yo me quedo con la de Camille Saint-Saëns, pero los nostálgicos quizás quieran recuperar la canción “Around the World” del dúo ahora disuelto Daft Punk y contemplar la cuadrilla de esqueletos que baila junto a un cuarteto de momias. Esa cuadrilla de esqueletos recuerda a un corto de animación de Disney de 1929, “La danza del esqueleto”, en la que cuatro esqueletos bailan y tocan un xilófono hecho con sus propias costillas. En algún lugar en todo esto encaja “Thriller” de Michael Jackson y “Danse Macabre” de Stephen King, o “El libro del cementerio” de Neil Gaiman. Una y otra vez, variaciones de esa muerte llena de vida.

Le cuento todo esto a mi ahijada, Valentina, que tiene catorce años y revienta de vida como todos los adolescentes. Valentina necesita algo de apoyo con las clases de historia y yo intento darle contexto, aunque el tema no le interesa mucho. La peste del XIV le da igual y prefiere las historias de escarceos amorosos monárquicos. Para que no se note que estamos dando clase, le dejo que me cuente algo a mí. No es aprendizaje colaborativo, pero se le parece. Yo te enseño y tú me enseñas.

Me explica lo que se lleva ahora en tik-tok, esa app que nació como musica-ly para hacer micro canciones pero que ahora es una especia de fenómeno dadaísta de baile. Me suena que lo que se lleva ahora es bailar una canción de Shakira con un pantaloncito corto y tirantes. Pero, no. Eso fue hace tres o cuatro meses, que en el calendario de una adolescente equivale a unos cinco años. Ha habido al menos cuatro bailes desde el de Shakira. Valentina y sus amigas se los estudian y ensayan para subir cuanto antes su propia versión a las redes.

Veo sus vídeos, bailando con movimientos rígidos y casi mecánicos, y veo los que los han hecho sus amigas. Variaciones casi idénticas del mismo tema, con pasos de autómata. Se parece mucho a las danzas macabras.

No sé si tik-tok es una tontería burda y simple, como lo es siempre todo lo que hacen las nuevas generaciones a ojos de los maduros (me resisto a usar “viejos”); o si se trata de algo más. Quizás ese baile espasmódico es un reflejo de la angustia sentida durante un periodo de incertidumbre. Entre el memento mori y el carpe diem, el baile conecta a estos adolescentes cuando más aislados están.

Sospecho que me equivoco, que por deformación profesional veo patrones filosóficos donde no los hay. Y entonces me llega el vídeo de una joven enfundada en unas mallas negras con amarillo reflectante, ese amarillo diseñado para que se vea bien a los servicios de emergencias en un accidente o para que te rescaten el primero en un alud. La joven imparte una clase de aerobic, aunque el aerobic ya se ha quedado viejo. Aerobic es lo que hacía Jane Fonda. Los jóvenes practican (¿practicamos?) Zumba, que con esa zeta tiene mucho más carisma.

Observo a la joven de mallas extender un brazo, el otro, menear las caderas y dar pequeños botes, igual que en los vídeos de tik-tok de Valentina. Tras ella, motoristas con rifles y furgones armados, la calle cortada; la frágil democracia de Myanmar se desmorona y nuestra primera visión del golpe de estado viene acompañada de una danza macabra.

Profesora y comunicadora, Alicia Herraiz Gutiérrez es Doctora en Literatura por la Universidad de Nebraska-Lincoln, Máster en Literatura por la Universidad de Western Michigan y Máster en Educación por la Universidad de Burgos. Ha participado en cerca de una veintena de conferencias y es autora de varios artículos y capítulos de libro. Alicia incorpora en toda su investigación académica una perspectiva de género, con especial atención a los personajes femeninos y a la obra de escritoras. En su faceta de comunicadora, Alicia está comprometida con la divulgación humanística, participando en varias publicaciones además de en el programa “Al pie de la torre”.