Normita, te platico: no tuve juguetes mucho menos ir a jugar con otros niños a su casa, pero sí, un recuerdo muy importante en mi infancia, te lo comparto. La compañía de mi perro y las paredes de mi casa que fueron testigos de mis travesuras, una cajita de cerillos llena de piedritas que fueron mis primeros tesoros
Raúl Renán
Las conversaciones de Raúl Renán siempre fueron diversas y espontáneas, cuando estábamos solos fuera en un desayuno, comida o cena eran los momentos para escucharnos uno al otro. El empezaba primero, súbitamente me platicaba de su infancia sabía en qué momento me detallaría algo de su niñez, orgulloso de ella a pesar de que fue difícil, porque sufrió carencias, nunca lo hizo sentirse menos que otros niños mucho menos fue infeliz por su condición. Sus tutores de origen maya y condición humilde, me contaba con radiante mirada Raúl que lo presumían por ser un niño bonito, rubio y blanco, (me tomaba entre sus manos sobre la mesa acto seguido me guiñaba con sus ojos de agua) “nena me presumían en la Plaza Mayor”. “Nena, él, mi tutor, fue el primero que me llevó a una cafetería, sí, ahí aprendí a saborear y oler mi primer café y, claro, te vas a sorprender, a remojar el pan, sí, tomar café con leche y una buena pieza de pan bien remojada”, acto seguido me decía “sé que me vas a contestar, Normita, amor eso no se hace” (se reía al decírmelo), creo que lo disfrutaba mucho.
Otro de tantos recuerdos gratos es cuando me llevó por más de cuatro ocasiones a su Barrio de San Sebastián en diferentes viajes. Llegábamos a primera hora de la mañana para pasear. Se detenía en ciertos lugares para narrarme sus vivencias, una de tantas era las del parque de su barrio que me trazaba con una exactitud, parada enfrente de él y observando detenidamente cómo estaba conformado en su época de niño, llena de árboles frondosos como los almendros, sus coloridas bancas de fierro; me señalaba el lugar de una sección consagrada al deporte, por ende me comentó que se practicaba el béisbol entre otros deportes, y dónde se realizaba la festividad consagrada a la Flor de mayo.
Raúl, cuando tocaba a su infancia, se transportaba con un deleite hacia ella. Caminábamos tomados de las manos kilómetros (celoso queridos lectores, a su vez me cuidaba como todo caballero) sin parar, me iba platicando con una fina memoria lo que había vivido. No debemos olvidar que escribió Los niños de San Sebastián y Serán como soles, donde relata sus primeros años infantiles. Cuando mencionaba a su madre, lo hacía con una voz serena sin dolor ni reclamo, al contrario, se expresaba con respeto, mucha comprensión hacia ella. “Nena, mi madre fue muy jovencita e inmadura al tenerme, pero no dejó de ir a verme a casa de mi tutor cuando podía, me daba enorme gusto que viniera los domingos”. Raúl Renán fue un niño, un joven y hombre correcto. Siempre un hombre agradecido. Recuerdo cómo me platicaba, al referirse a su tutor por haberle llevado a la edad de siete años a la escuela, que le había comprado sus primeras libretas rayadas, sus primeras plumillas, tintas pero algo que lo asombró fue “Nena, mi tutor me compró mi primer lápiz Mirado de color amarillo”, esto para Renán fue como una revelación, aún veo en mi alhaja memoria la primera vez que me lo contó y ver su rostro de efusividad.
Ahí, comprendí, apreciables lectores, porqué siempre tenía en la bolsa de su camisa un lápiz bien afilado.
No olvido cuando me llevó a su escuela primaria José María Velázquez, eran días de asistir a clases, lo sabíamos ambos. Entramos sin pedir permiso, mucho menos avisar, nunca me soltó de la mano, nos paramos en el centro del patio, me señaló como se brincaba la barda para ver al otro lado a las niñas a la hora del recreo. Recuerdo, ese día caluroso, se nos acercaron maestros y el director, nos saludaron muy propios y temerosos, creyeron que éramos inspectores. Acción inmediata, Raúl Renán les contestó; “perdónenos señor director, por entrar así, sin dificultad, estamos de visita, soy el guía de turista de mi mujer”.
No me pregunten como nos miraron. Pero, ya después de unos minutos, les explicó Raúl que estudió años atrás cuando sólo era escuela para niños y que las niñas estudiaban del otro lado de barda. El director lo confirmó, eso fue muchos años atrás. Yo, siempre cargaba dos o tres libros de él en mi bolsa, lo sabía, para ocasiones importantes, así, que saque un libro para obsequiárselo, asimismo se disculpó por no traer más. Ellos, observaron la portada del libro con su nombre, lo hojearon y leyeron la solapa… se sintieron halagados.
Grandes momentos conmovedores viví con Mi niño Renán, mi compañero de vida, hoy, los resguardo en mi alhaja memoria.
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