Junio me dio la voz
Carlos Pellicer
Ante todo, mi palabra en este instante de junio es una acción de gracias. Agradezco a quienes hicieron posible la publicación de Las otras voces del paraíso. Polifonía del silencio. 2024, una coedición de la Editorial Lectámbulos y la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). En particular, a los escritores Miguel Barnet, de Cuba, y Víctor Bravo, de Venezuela, y a todos ustedes ahora por su compañía.
*
La presentación de un libro –vista en clave antropológica– es en más de un sentido un ritual: de tránsito y de destino. Y la perspectiva desde la que pensé y escribí Las otras voces del paraíso fue la del testigo y, como antropólogo, la de un observador participante. Es por ello, éste un texto de etno-literatura.
Hace apenas unos días, en la presentación de esta obra en Izamal, Yucatán, los muchachos nos plantearon un par de preguntas medulares:
La primera, muy directa y franca: ¿Por qué me recomiendan leer esta novela?
A mí como autor, esta pregunta me remitió a repensar mis motivaciones personales: ¿Qué necesidad e intenciones espirituales me indujeron a escribir esta obra?
En primera instancia, vinieron entonces a mi mente las voces de dos seres humanos como nosotros, Basilio Tun y Eustaquio Pool, dos campesinos jornaleros a los que conocí y, en una entrevista-testimonio nos dijeron de viva voz: “Así es la vida de nosotros”. Para ellos, que me tatuaron de lluvia y de sol el entrecejo, esta obra intenta ser un pequeño homenaje, a su vida y su memoria.
Esas dos voces de la tierra, del campo y de la ciudad, me mostraron que hay muchas otras como las suyas, hombres y mujeres que viven –sobreviven pero también sueñan– y que pasan ante nosotros sin que las escuchemos. Son esas “otras voces”, silentes y silenciadas, a las que con esta obra he querido ayudar a reconocer. Porque tienen nombres e historias como nosotros.
“La tierra se llama Juan”, decía Pablo Neruda; o Adrián, o Hilario, o Matilde o Sofía, como en esta novela.
La segunda pregunta de los muchachos de Izamal fue: ¿Qué es el paraíso?
¡Qué tema tan sencillo! ¿Verdad?
Cada cosa cobra su significado pleno en su contexto. En esta novela el entorno histórico es el de una realidad agraria: la privatización del ejido, que acarreó un drama social y humano hace algo más de 30 años en Yucatán. Y en esa realidad de pérdida de la tierra, con el látigo del hambre y la falta de trabajo, la novela retrata las siluetas de muchos hombres y mujeres, jóvenes y mayores, orillados al desarraigo y a la emigración. El paraíso fue, radicalmente, para ellos, un paraíso perdido. Pero no el de los ángeles derrocados, como el de John Milton; sino un paraíso terrenal estricto, un sitio con pan para todos, como lo describe Neruda, “El cielo es una gran panadería”.
El paraíso se convierte así en la búsqueda de una nueva “tierra prometida”, en la aventura o la lucha obstinada de otro paraíso; y el móvil principal es, como diría la “Suave patria”, de Ramón López Velarde, “el santo olor de la panadería”.
Pero en el fondo de esa intención de esos campesinos mayas que los lleva a transgredir fronteras, subyace el anhelo del retorno, porque “la tierra está en la sangre” según pensaba el viejo Hilario.
Ese ir y venir en sus vidas y en sus imaginarios –que evoca la noción cíclica del tiempo de nuestros abuelos y nietos mayas– sitúa a estos personajes como Adrián, en alguna frontera agónica, entre el aquí y el allá, entre el ayer y el mañana; a fin de cuentas, en un sitio al margen, sin centro ni contornos claros. El paraíso es, para ellos, el reflejo de un lugar evanescente.
Permítanme ahora y aquí, en esta casa de José Martí, poeta y uno de los humanistas universales de Nuestra América, plantearnos una pregunta fundamental: ¿Qué señales o símbolos literarios y humanos aspira a compartir Las otras voces del paraíso?
Tejida como la tela de Penélope, con los hilos de la memoria y la imaginación, la hechura de esta breve obra se cobijó en el indulto audaz de Eduardo Galeano: “No creo en las fronteras que, según los aduaneros de la literatura, dividen a los géneros”.
En lo literario, la primera frontera que tuve que intentar cruzar fue la existente entre mi voz como autor y la de los personajes. Ese territorio ambivalente de nuestras miradas –a un tiempo muro y agua subterránea de corrientes arteriales– que me imponía la búsqueda de un lenguaje narrativo que correspondiera a la visión del mundo y la oralidad del maya campesino y que pudiera expresar la dignidad de su silencio y la limpidez de su atmósfera poética.
A su vez, la estructura del texto transgrede sin salvoconductos las fronteras de géneros literarios. Basada en el modelo helénico del personaje y el coro, oscila entre la novela y el relato serial, la ficción y el testimonio, la etnografía y la literatura. El texto es, en suma, un juego de creación experimental.
En su significación humana, la novela anhela ser un reflejo de espejos de imaginación y realidad, de lo nuestro y lo diverso. Desde los viajes cotidianos de los personajes al paraíso imaginario del Caribe y sus historias esbozadas, a lo largo de la trama del relato gravitan algunos asuntos fundamentales de nuestro tiempo, agónicos, en el sentido clásico de vida o muerte, pérdida o renovación.
En lo colectivo, como un territorio donde se entrecruzan el relato y la vida, las migraciones. Frutos del hambre y la injusticia, de la violencia y las guerras, son hoy un drama humano para las familias, las comunidades, etnias y naciones. Y en lo cultural, el “nosotros” intersubjetivo, su secuela de rompimientos de los sentidos de identidad y pertenencia. Aunque el sacudimiento de estos pilares de nuestras culturas –de sus normas y prácticas de convivencia, sus lenguas, creencias, visiones del mundo– nos abre el contacto al diálogo intercultural, con otras experiencias como formas de estar y coincidir en el mundo en paz.
Correlativamente, en lo individual, el “yo” de los protagonistas y las personas, vive – vivimos es más justo decir– las instituciones o formas estructurales de la desigualdad y marginación, la miseria y la opresión, y en lo íntimo, nuestros sentimientos de asfixia o extravío, de pérdida del sentido de la vida, y nuestros sueños de utopías al alcance de la mano, llevando a cuestas, como reos o Sísifos del mundo, nuestra existencia por la ruta del ciclo de la esperanza y el desencanto.
A mi juicio empero, de acuerdo con el pensamiento maya, aun en el silencio de esas voces, se mantiene a salvo el sueño, la insumisión paciente de la memoria y la imaginación, la resistencia, la sublevación de la esperanza.
*
“Conocer es resolver”, pensaba José Martí. La novela no propone respuestas. Busca sí despertar preguntas que pudieran ayudar a comprender y desatar tales nudos.
Ojalá con este ritual de tránsito, al poner esas “otras voces” en sus manos de lectores,
las rescatemos de su retorno al silencio del olvido.
Texto leído en la presntación del libro «Las otras voces del Paraíso. Polifonía del silencio» el 21 de junio de 2024 en el Centro Cultural José Martí, Mérida, Yucatán, México.
Responder