El curso del tiempo ha hecho que nos decepcionemos de la política. Hemos separado a los políticos del resto de la humanidad: ellos son los culpables de todos los males sociales. Por eso, para sanar a la sociedad, hay que aniquilar la política.
Este pensamiento antipolítico nos ha dado políticos que se «venden» como no políticos, partidos que se expresan como no-partidos e incluso gobiernos y Estados que se expresan como organizaciones no gubernamentales o empresas privadas.
Este conjunto de construcciones parte de la misma crisis: la degradación de la política.
¿Genera vacío? Para algunos sí, para otros quizá no, pero en este ir y venir de reflexiones es posible preguntarnos… Y entonces, ¿para qué sirve la política?

El primer paso para revalorizar la política es entender a que nos referimos cuando hablamos de ella.
Bernard Crick define la política como la actividad mediante la cual se concilian intereses divergentes persiguiendo —nada más ni nada menos— que la preservación de una comunidad. Visto así, tenemos dos opciones: la política o la guerra.
Se cuenta que los revolucionarios mexicanos llegaron a la convención (de Aguascalientes) todavía con olor a pólvora. Esta imagen es fuertísima. Aparece claramente una transición deseable, una transición básica para la fundación (o refundación) de cualquier Estado: pasar de la guerra a la política.
Entonces, la política no hace desaparecer el conflicto social, sólo le articula para que éste no escale a grados de violencia incontrolables, de ahí su utilidad.
Así, ante la pregunta de ¿Para qué sirve la política?, podemos responder que el quehacer político tiene como principal valor la preservación de una comunidad haciendo habitable el conflicto social.

Es mediante la política que le damos valor a la palabra, al debate de ideas, a la contraposición de programas que conducirán necesariamente en deliberación y toma de decisiones.
La política no prospera en la guerra, tampoco lo es bajo la idea de aniquilar a quien piensa diferente y avanza lentamente frente a discursos del tipo «si no estás conmigo, estás contra mí».
Preocupa que elementos de ese discurso antipolítico se reproduzcan en alguien que tiene posibilidades de llegar a la presidencia; desdeñando instituciones y sin reparar en las implicaciones de sus dichos.
Porque la política jamás podrá ser facultad de uno solo, su utilidad, su verdadero valor, solo es posible en compañía del otro.
Dejo, a manera de cierre, el diálogo entre Creonte y Hemón que aparece en la Antígona de Sófocles. Creo que constituye en sí mismo un ensayo sobre el valor de la política:
CREONTE: ¿Acaso alguien que no sea yo puede dar órdenes en esta polis?
HEMÓN: No sería una polis si acatara las órdenes de un solo hombre.
CREONTE: Por tradición, la polis es de quien la gobierna.
HEMÓN: Sólo en un desierto podrías gobernar perfectamente en solitario.
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