Censura de los libros de texto gratuitos

La polémica desatada por los nuevos libros de texto está evidenciando sobre todo dos problemas: la desinformación y la intolerancia. Preocupa que hayan incitado a los padres de familia a quemarlos en Chiapas y también que aquí en Yucatán estén pidiendo que se reimpriman los del año pasado y se frene la distribución. Preocupa porque todos esos actos son formas de censura.

Los medios de comunicación y las redes sociales han tomado el tema como bandera para radicalizar las posturas de quienes somos espectadores; ni un conductor de un programa, noticiero o un influencer pueden dar una opinión objetiva y pertinente porque no son especialistas en pedagogía, no son maestros frente a grupo y sólo replican lo que alguien más les escribió para leer frente a la cámara.

La última palabra la tienen los docentes frente a grupo de esos niveles educativos, y expertos, como Ángel Díaz Barriga, investigador de la UNAM, quien afirmó que los errores deben reconocerse, pero no obstante la calidad, estructura de sus contenidos y diseños son adecuados.

Sin duda, extraña que no hayan pasado por una revisión de estilo y ortotipográfica, si dejamos a un lado la revisión de contenidos que también debió suceder; y si sí las hicieron fueron de pésima calidad porque los errores ortográficos y de redacción son mínimos, pero muy evidentes y lamentables.

Sobre los contenidos no pudiera opinar mucho porque nunca he sido docente en nivel básico, pero lo que percibo que genera más inconformidad es el cambio de asignaturas que propone la Nueva Escuela Mexicana; tal vez como todo cambio tan radical abre la oportunidad para la difamación y las especulaciones, antes del análisis y crítica.

Nada nuevo en realidad, en 1960 Jaime Torres Bodet era secretario de Educación y junto con Martín Luis Guzmán tuvieron la tarea de distribuir los libros de texto y combatir la desinformación y los rumores acerca de los “libros comunistas”; pareciera que la historia está condenada a repetirse.

Sobre los contenidos “comunistas” que también se ha dicho de los nuevos libros sólo debiéramos pedirles que antes lean qué es el Comunismo y su historia, para no cometer el bochornoso error de etiquetarlos de esa forma.

Ni quemando libros, ni frenando su distribución, ni cualquier acto de censura debe aplaudirse y, peor aún, fomentarse, son actos de intolerancia, porque Heinrich Heine sí tuvo razón cuando dijo en 1933 que “donde se queman libros, al final también se acaba quemando gente”, ese mismo año los nazis realizaron una quema de libros, así empezó el Holocausto.

Que los libros lleguen a las escuelas y sean los maestros quienes decidan de acuerdo con su experiencia cómo usarlos, mostrar sus errores y sus aciertos e impulsar que se mejoren para el siguiente curso escolar.

Yo celebro que incluyeran a escritores contemporáneos mexicanos como Adán Medellín e ilustradores como David Lara, y a muchos más cuya obra podrá ser leída, apreciada y conocida por miles de niñas, niños y jóvenes.

Ojalá se corrija lo que se tenga que corregir, pero censurarlos es callar las voces de artistas que pusieron su talento para la niñez mexicana; censurar, eso sí es un acto propio de las dictaduras. ¿Vivimos en una?

(Progreso, Yucatán, 1980) Es Maestra en Español por la Escuela Normal Superior de Yucatán. Docente de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán. Autora de los libros “Los olvidos de la literatura yucateca de principios del siglo XX: Pedro I. Pérez Piña” (SEDECULTA, 2013); “El lector y sus mundos” (Ediciones Disyuntivas, 2019), editora de “Yucatán en su literatura: apuntes y perspectivas”, con Margaret Shrimpton Masson y Celia Rosado Avilés. (UADY, 2013). Ha colaborado en diferentes revistas como: Puentes (Tempe, Arizona) y Archipiélago, entre otras, así como en periódicos locales. Es colaboradora en Novedades Yucatán con la columna “Eclosión de letras”. Es miembro de la Red Literaria del Sureste México-Nuestra América, de la cual fue Presidenta de 2018 a 2019. Coordinó desde el 2012 el Programa de Fomento a la Lectura y la Escritura “A leer se ha dicho” del Colegio de Bachilleres del Estado de Yucatán, donde laboró como docente por 15 años, proyecto con el cual obtuvo el Premio México Lee en 2015.