Las hermanas Sarah y Yusra Mardini nadaban desde pequeñas en su natal Damasco, su entrenador era su padre también nadador que había representado a su país en el pasado y soñaba con que sus hijas llegaran a competir en unas olimpiadas con la bandera de Siria, su país, principalmente Yusra a quien le veía más posibilidades.
Sus planes se fueron haciendo cada día más difíciles de alcanzar cuando la guerra civil estalló en su patria; sin embargo, su padre insistía en que siguieran practicando aun cuando los bombardeos arreciaron.
Todo cambió cuando una bomba cayó en las instalaciones deportivas donde se realizaba una competencia con la participación de Yusra. Había que tomar una decisión drástica y dolorosa. La familia se separaría y con los pocos ahorros que tenían y algunos préstamos decidieron enviar a las hermanas al exilio acompañadas de un primo que las cuidaría.

La idea era llegar a Alemania, el “sueño” de muchos jóvenes sirios, al igual que en América es Estados Unidos, pero ambos viajes son peligrosos y se enfrentan a muchos peligros, como el abuso y engaño de traficantes de personas y en este caso, cruzar aguas difíciles en lanchas endebles.
Cuando partieron las hermanas, el padre les entregó, entre sus objetos más valiosos, sus medallas, ya que pensaba que podrían servirles como cartas de presentación para que siguieran nadando en el extranjero y llevarlas a cumplir su sueño: las olimpiadas. Ellas, a su vez, le prometieron que, cuando consiguieran llegar a Alemania, pedirían asilo para reunirse con sus padres y su hermanita menor, bajo el auspicio de una ley que favorecía la reunión de familias.
Todo lo que pudieron imaginar sobre las dificultades de su travesía resultaron superiores a lo previsto, pronto comprendieron que cayeron en las manos de una red de traficantes cuyo único objetivo era quedarse con el dinero de cientos de desesperados seres humanos que, por diferentes circunstancias, querían huir de su país en búsqueda de una vida mejor. Generalmente agotados y con hambre, pero con sueños y esperanzas, emprenden peligrosas travesías para alejarse de guerras, abusos, desempleo, inestabilidad política, etc. pero sobre todo la pobreza del país que habitan.

Para cruzar Turquía y llegar a la isla de Lesbos en Grecia, un traficante les prometió llevarlas en un bote a través de revueltas aguas para llegar a la costa europea. Las hermanas se vieron, de pronto, acompañadas por decenas de emigrantes de medio oriente, así como de África e India, la mayoría jóvenes, pero también adultos mayores y muchos niños. La sorpresa fue que los traficantes se presentaron con una lancha inflable de pequeño motor, donde subieron a un exceso de personas. Con una rápida explicación, sobre dónde debían dirigirse, corrieron y los abandonaron a su suerte.
Después de horas de un viaje accidentado, al anochecer el motor se detiene y debido al peso que soportaba el lanchón, comienza a llenarse de agua. Todos deciden tirar la mayoría de sus pertenencias al mar para aliviar la carga, con gran pena, las hermanas tiran sus preciadas medallas; sin embargo, la balsa siguió llenándose de agua. En medio de los gritos y llantos de adultos, menores y una bebé, Sarah decide lanzarse al embravecido mar amarrada de una soga y nadar junto la nave; desesperada, Yusrah, después de suplicarle que vuelva a subirse a al bote y no convencerla, decide acompañar a su hermana en el agua, al igual que dos o tres hombres más. Después de agotadoras tres horas nadando y empujando la balsa, el grupo divisa la costa de Lesbos y alcanzan, agotados, la playa. Gracias a esa temible acción de las hermanas nadadoras lograron llegar a zona europea.

Esa primera etapa no significó que los problemas hubieran terminado, llegar a su destino estuvo lleno de peligros, pero las hermanas, junto con su primo, lo lograron.
En Alemania, las cosas fueron lentas, pero su tenacidad hizo que insistieran y lograrán que a Yusrah la aceptaran en un campamento de entrenamiento de nadadoras, lo que significó que para el año de 2016 la invitaran a participar en las olimpiadas de Rio Janeiro, Brasil. En un principio se negó, ya que no representaría a su país, sino a un equipo de “refugiados”, pero su hermana la convenció de que era una buena forma de que conocieran su historia.

Al cabo de algunos años, pudieron reunirse con su familia, no como resultado del programa de reunión de familias, sino que al igual que ellas, también tuvieron que cruzar en peligrosos botes, para llegar a tierras europeas. Este hecho hizo que Sarah se decidiera a unirse a los voluntarios que trabajan en las costas para recibir y ayudar a los migrantes.
Hace unos días, en febrero de 2023, nos enteramos con tristeza de una nueva tragedia en el mar en donde hasta ahora se han recuperado 70 cuerpos por el naufragio de un barco con, mínimo, 200 migrantes de diversas nacionalidades como Irán, Paquistán, Siria y Afganistán, que viajaban desde Esmirna, Turquía intentando llegar a las costas italianas. Los sobrevivientes narraron que el motor explotó dejando a muchos heridos y destruyendo el barco de madera. Al igual que las nadadoras sirias, algunos nadando lograron llegar a la costa, pero muchos murieron ahogados. Entre las víctimas se encuentran doce menores de edad y un recién nacido. “Duele el trafico humano” ha declarado el Papa Francisco, pero duelen más las razones que provocan que este delito continúe y se generalice en todo el mundo. Mientras el equilibrio entre los seres humanos que habitan el planeta esté tan polarizado, mientras no se obtengan las mismas oportunidades para alimentarse o vivir en paz, seguiremos viendo con horror que estas desgracias continuarán. Dejemos de ser indiferentes ante estas tragedias, luchemos por la igualdad
Una vez más me convenzo de tus dotes de narradora. Oral y escrita. Y de tu sapiencia Excelente!!
Muchas gracias por hacernos reflexionar acerca de lo verdaderamente importante, empatizar con los demás para construir un mundo mejor.