Dentro y fuera de la academia, podemos encontrar numerosas contribuciones al estudio de la vida y obra de Raúl Renán. Al leer algunas de ellas, se comprende el lugar que ocupa en las humanidades mexicanas. Poeta, narrador, editor, coordinador de talleres literarios, su aportación a las letras contemporáneas es incuestionable. Podría afirmarse que dispersó una clase de fertilizante para la lengua y la literatura, que a su tiempo ha dado fruto en una veintena de libros. En algunos de sus talleristas, resulta clara su escuela de invención y experimentación con el idioma. Y es que no solo se trata del placer de jugar con el material verbal hasta convertir la lengua en lenguaje. Sin duda, estamos hablando de un extraordinario dominio técnico y de un prolongado y amoroso oficio que conversa con los propios códigos que le dan vida.
Esto es evidente a lo largo de su evolución poética. Raúl Renán fue mostrando grados de acercamiento lúdico hacia el código verbal –el idioma español– y el código literario –la poesía experimental–, que, como lectores, nos conducen, a veces, a replantear los respectivos límites de ambos dominios. Por ejemplo, cuando vamos del poema a la palabra y saltamos a la letra, cambiamos también del código literario, al visual. Y, a la inversa, si pasamos del poema al movimiento estético, las inmensas posibilidades de un género literario como la poesía, permiten romper con la hipercodificación que implica una determinada estructura poética, llámese haikú o soneto. Con Raúl hay que estar listos para renovar nuestra recepción de tales formas.
En este sentido, su obra presenta una gama de posibilidades para la enseñanza y aprendizaje de lengua y literatura. De igual modo, es un recurso significativo para abordar con frescura una parte de la historia literaria, como los movimientos vanguardistas, pero también nos aproxima, desde ciertos temas, al sentido de pertenencia y a la historia local, dos aspectos que, sin la reflexión escrita, se habrían perdido para siempre, como ha sucedido con la memoria de quienes habitaron los barrios meridanos.
Vale la pena considerar que la misma fuerza que ha roto las camisas de los códigos permite ir más allá de un aporte al mundo estético. Nos encontramos con una dimensión didáctica y social para México, Yucatán, Mérida y, por supuesto, para San Sebastián… para cualquier barrio o comunidad donde se requiera enseñar el idioma o recrear la historia local. Ya en otro momento he dicho lo propio en relación al yucateco Ermilo Abreu Gómez, cuya prosa poética y mensaje resultan idóneos para tejer redes que fortalezcan el sentido de pertenencia y el pensamiento crítico mientras educamos dentro y fuera de las aulas o compartimos nuestras lecturas del mundo.
Lo mismo con Raúl. ¿Qué significaría para un joven de nuestra localidad, si le diésemos a leer algunos de los poemas visuales de Emérita (2007), como el del canto 45 que toma la forma de un henequén? ¿Qué le diría a la juventud de hoy el ejercicio evocador de una ciudad que continúa simulando sus formas de opresión y de explotación humana? ¿Sentirá mayor interés por la historia de sus ancestros? ¿Y qué aprendería de fonética, semántica y pintura si le diéramos “Francisco Toledo dibuja”, publicado en Mi nombre en juego (2008), o qué tal si le ofrecemos los Poemas visuales que la UNAM seleccionó (2012) para contrastarlos con otros movimientos de aquella vanguardia que tuvo su auge hace más de un siglo? ¿Cuál sería el acercamiento de la niñez lectora si ensayamos a incluir el juego verbal como instrumento para reconocer los niveles de la lengua, así como algunas reglas gramaticales y su consciente ruptura? La obra de Raúl es un laboratorio verbal y visual que, por cierto, un poeta yucateco ha homenajeado con buenos resultados: Fer de la Cruz, quien publicó su Aliteletras (2011), abecedario poético-visual de gran interés para la educación inicial.
Así, lo que se crea y recrea a partir de las letras, esa comunicación que nos impele a considerar la importancia del mensaje verbal en sí mismo, otorga a la literatura una puerta de entrada al mundo de las personas que leen porque necesitan comprender el mundo a través de la palabra escrita, como una de tantas opciones para lograrlo.
Desde esta bisagra cultural entre literatura y comunicación podemos aventurar oportunidades para el aprendizaje lúdico del español. Habrá quien diga que los aprendices podrían confundir las reglas del idioma con las reglas del juego literario, que son diametralmente opuestas. Sin embargo, aquí está la oportunidad de oro para los docentes porque van a enseñar desde el juego, horizontalmente, y esta perspectiva allana un reto singularmente difícil: la enseñanza de lengua y literatura ha sido siempre a través de modelos canónicos que resultan insuficientes, culturalmente lejanos o requieren de suplementos. Si es verdad que la educación requiere innovaciones, que no todas sean necesaria o únicamente las provenientes del avance tecnológico. Si sus lectores hallamos estas otras vetas, queda en segundo plano que el maestro tal tez solo haya querido compartir un legado poético que tenía como fin en sí mismo abrir el arte verbal a la exploración de sus límites y a compenetrarlo con otras disciplinas, como las visuales, y otros oficios, como el de la edición impresa.
Dicho de otra manera, el modesto homenaje a esta figura de nuestra historia literaria, destaca la importancia de su obra en contextos que impacten más allá del universo literario, y en este sentido, me parece que el Programa Nacional de Salas de Lectura presenta otra bisagra a considerar, ya que su finalidad no es la promoción de un autor, ni hacernos sentir que somos mejores ciudadanos porque leamos libros, sino ampliar la oportunidad de comprender al otro en sus procesos y experiencias de lectura.
Por ello, como mediadores de estas salas, cuando revisamos la historia de vida de Raúl Renán, a través de las entrevistas, vamos comprendiendo una parte de su temprano interés por el lenguaje verbal, una vocación que salió a flote desde la primaria. Pensar que cualquier otra persona que cursa esta etapa podría estar pasando por esa misma experiencia de gestación estética, nos anima a promover ante sus ojos algunos ejemplos. Imagino a Raúl, quien desde entonces buscaba ser diferente, hablar diferente, indagando en diccionarios para explorar el mundo desde otras formas de enunciarlo. Este deseo de ampliar el reducido repertorio de un habla cotidiano, lo encaminó al mundo literario y lo condujo largamente por ejercicios memorables.
Tal vez algunos estudiantes reciban con agrado la enseñanza del español a través de los juegos de palabras. Tal vez, las personas que integran nuestra sala de lectura, sentadas tomando el fresco en algún parque, tengan mucho que decirnos sobre sus vidas, a bocajarro, con sus propias palabras, lanzadas al vuelo. Y seguro habrá un Raúl Renán en cada uno de nosotros, atento a la sintaxis de lo dicho, por si acaso, sin querer, alguien tuviere la suerte de haber creado un modesto endecasílabo. Y hacerle sentir de cerca la belleza, a su alcance. A estas alturas ya no sé si estoy imaginando o estoy compartiendo parte de mi experiencia con el maestro.
Siempre habrá razones de sobra para seguir estudiando, disfrutando y compartiendo la persona y la obra de Raúl Renán, y también, las creaciones y acciones derivadas de su genio.
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