I
Para hablar de la idiosincrasia de los mexicanos, es necesario mencionar la influencia decisiva que tuvo la religión cristiana (Ricard, 2004), la cual fue un refugio para las invadidas ciudades originarias, propiciando acomodamientos psicológicos en los habitantes autóctonos al paso del tiempo, hasta lograr adaptarse a la fusión de la nueva cultura que se impuso en el siglo XVI a la cultura mesoaméricana, en muchos sentidos opuesta a la misma.
Una vez realizada la invasión, los nuevos dueños novohispanos jamás intentaron adaptarse a las costumbres y modos de la tierra recién conquistada, sino que impusieron las estructuras monárquicas a las que estaban acostumbrados (Hamnett, 2001: 80); para ello rompieron todo acercamiento y diálogo con los naturales, otorgándoles señalamientos despectivos y humillantes como el hecho de llamarles indios o indígenas, sinónimo de salvajes e iletrados, a pesar de los vestigios de las esplendorosas ciudades y el desarrollo alcanzado que demuestra lo contrario.

Una vez instalados los invasores en sus extensas posesiones, se valieron de componendas verbales y la compra venta de derechos auspiciados por la corona entre las nuevas élites que se desenvolvían como soberanos en sus encomiendas, puesto que las legislaciones emanadas de la capital española, eran aceptadas y aplicadas en América según los intereses de los avecindados en la Nueva España.
Esta situación favorable para los terratenientes, se oponía a la gran mayoría del pueblo que vivía sin garantías de ninguna clase, sojuzgado, explotado y acumulando resentimiento. Por otro lado, los mejores puestos gubernamentales y el estatus social solamente eran alcanzados por los españoles, nunca por los criollos, sobrenombre utilizado para referirse a los hijos de españoles nacidos en tierra americana y menos alcanzables para los sojuzgados.
Al paso de los años, en estos europeos nacidos en la Nueva España, comenzó a surgir el deseo de tener una patria criolla, ante las discriminaciones, los altos impuestos y las dificultades para hacerse de fortuna y nombre. Este deseo fue inyectado por el jesuita Carlos de Sigüenza y Góngora en el siglo XVIII, según Hamnett (Op.cit:115), debido a la descomposición y desorden del sistema político, social y religioso en que se encontraba la nación por parte de los grupos en el poder.
Posteriormente, producto de la situación política estatuida para beneficio de la élite colonial adversa al pueblo, se dieron varios alzamientos entre los mexicanos explotados y violentados, apoyados por los frailes que en parte se compadecieron de la suerte de los mismos, y porque las nuevas legislaciones, posteriores a la invasión y emanadas de la capital española, les restaban a los religiosos poder económico y político, por lo que buscaban también liberarse del yugo español.

Estos fueron los inicios de la independencia en México, liderada por el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla y abanderada con el símbolo de la Virgen de Guadalupe. Posteriormente, ya declarada la independencia de España en 1821, se inicia una etapa de inestabilidad política que le toca vivir al ilustre liberal Benito Juárez García desde 1852 en el gobierno de Oaxaca, hasta el final de sus días. Es importante reconocer los principales acontecimientos que le dieron lustre a su administración, como la radicalización de la Constitución de 1857, cuyos objetivos principales eran: la nacionalización de los bienes eclesiásticos, eliminación de las órdenes monásticas, la creación del registro civil y la separación Iglesia- Estado. En este período se conjugaron: la intromisión de los conservadores para convertir a la República mexicana en monarquía proclamando al Archiduque Maximiliano de Austria emperador de México en 1864; la inteligencia y agudeza del “Benemérito de las Américas” para resolver los conflictos internos, apoyados por los comandantes liberales Mariano Escobedo en el norte y Porfirio Díaz en el sur.
Tomados prisioneros los conservadores inculpados, se les aplica la ley del 25 de enero de 1862, en donde se autorizaba la pena capital a los traidores; Juárez fusila a Maximiliano, Miramón y Mejía, y con el afán de estabilizar al país, se reelige. Es cuando inician las diferencias con Porfirio Díaz, otrora defensor de sus proyectos, se opone a dicha reelección. Estos conflictos políticos, aunados con pugnas de grupos opuestos, bandolerismo, luchas armadas, merman la salud del llamado Benemérito de las Américas, conduciéndolo a la muerte en 1872.
Al morir Juárez, Lerdo de Tejada ocupa la Presidencia de México y, al intentar reelegirse, Porfirio Díaz pronuncia el Plan de Tuxtepec en 1876, basada en el “sufragio efectivo, no reelección”, con el apoyo de los conservadores y el ejército.
Esto permite que Díaz llegue a la presidencia, a partir de la cual inician una serie de estrategias con mano férrea para estabilizar al país, en donde la oposición y las manifestaciones fueron aniquiladas con violencia, al igual que el bandidaje y la resistencia rural; sin embargo, logró grandes beneficios económicos a nivel nacional, desarrolló una impresionante red de comunicaciones y, a pesar de que el ejercicio político no dependía del respeto a la constitución, sino de los acuerdos personales del general Díaz, según Hamnett (2001), la economía se modernizó, pero el sistema político no. Díaz construyó un sistema personal y autoritario, que cuando se desintegró en 1911 no hubieron instituciones o tradición política alternativa para evitar que el país se disolviera en el caos.
A principios de 1902, Yucatán se coloca en la mira mundial por la producción henequenera, que le produjeron al país abundantes divisas, sin embargo la situación política, laboral y religiosa de los yucatecos se desarrolló de manera diferente en la península de Yucatán desde la colonia hasta el Porfiriato, de allí la diferencia de cosmovisión y actitudes de los habitantes del Sureste con los demás estados de la República Mexicana, distinciones que al paso de los años se han ido diluyendo lentamente.
II
El sureste yucateco fue el último rincón mexicano invadido por los españoles en 1542, después de veinte años de ser conquistada la gran Tenochtitlán, aunque no del todo sometida la península, debido a lo aguerrido de los habitantes mayas y a sus estrategias militares, aún mucho después del porfiriato.
Una vez asentado el imperio español en la península de Yucatán, fue necesario el apoyo de los frailes para evangelizar y proteger a las noveles generaciones mayas que sobrevivieron ante el desplome demográfico provocado por la violencia y los crueles abusos de los invasores y encomenderos, ya que las epidemias que asolaban la región después de la llegada de los hispanos no hacía mella en los naturales, al principio de la misma en gran escala (Acereto, 1977: 104). Se considera que esta inmunidad se debía a la excelente alimentación y hábitos de higiene que tenían los peninsulares, antes de caer en manos de un pueblo disímil, como lo fue el invasor.

Es de suma importancia hablar primero de la religión que fue la cápsula de escape y esperanza en este espacio del sureste, a la par en toda mesoamérica, reducida a la nada, después de haber poseído un desarrollo extraordinario paralelo con una prosperidad en todos los renglones de la ciencia, la moral y la economía.
Los conquistadores tenían sus formas de adoptar la religión cristiana de acuerdo a sus intereses, lo que no acontecía con los latinoamericanos; por eso, estos últimos tardaron varios siglos en entender los dogmas cristianos, adaptando los mismos a un panteísmo híbrido.
En la península de Yucatán se inicia la primera misión franciscana en el año 1545, para la cual fueron enviados Luis de Villalpando, Lorenzo de Bienvenida y Melchor de Benavente; estos primeros se caracterizaron por cumplir honestamente sus objetivos; sin embargo, a medida que fueron llegando más ordenes religiosas; según Ricard (Op.cit:103), las actitudes de los frailes fueron de dos tipos: una favorable y otra hostil hacia el pueblo explotado, al grado de que en el año 1570 era totalmente despectiva la actitud hacia los naturales, ya que los religiosos declaraban como paganismo toda actividad, todo documento literario, artístico o pensamiento filosófico que no estuviera alrededor de los cánones cristianos; precipitando la destrucción masiva de los mismos como en la que realizó Fray Diego de Landa (2000) en Maní, Yucatán, en el año 1562 a manera de un auto de Fe, prohibiendo terminantemente la elaboración de otros similares a los grupos humanos en esclavitud, bajo amenazas de azotes, crueles castigos o la muerte misma, restándoles formas de expresión emocional y artística.
En este mismo renglón se puede mencionar que estos clérigos tuvieron que aprender la lengua maya para enseñar el catecismo cristiano, lo que les dio oportunidad de conocer la elegancia y afabilidad con que se comunicaban los nativos americanos, junto con el dominio que tenían acerca de la abstracción de su contexto (Barrera, 1977), opuestos al vocabulario y modos rudimentarios de los inmigrantes convertidos en terratenientes encomenderos, según Diego de Landa, quien al igual que todos los religiosos, era defensor u opositor de los naturales, de acuerdo a los ingresos económicos que obtenía o dejaba de obtener, con los que participaban como rivales de los legos europeos.

Para prevenirse de futuros acontecimientos, los encomenderos hicieron gestiones para prohibir la instrucción escolar a los naturales, y en lugar de darles la manutención y la protección que exigía la encomienda, los redujeron a la calidad de animales de carga, con el pretexto de no contar con bestias para las labores; sin derecho a descanso, sueldo y lugar oneroso para vivir, además de realizar las grandes construcciones de la época colonial tantos gubernamentales como habitacionales.
Los frailes y los obispos, por su parte, estaban en constante pugna por el poder económico y espiritual de los desventurados mayas desamparados, los ocupaban para construir los descomunales conventos de mampostería, aparte de venderles en forma obligatoria las bulas de indulgencia, de exigirles limosnas junto con el diezmo de acuerdo con su estado anímico o ambición e imponerles las cofradías que eran una especie de haciendas trabajadas por cada pueblo, en la que los explotados trabajadores hacían cultivos cuya labor se rotaban y las ganancias de los cultivos servían para la fiesta del santo patrono. Todas eran administradas por los párrocos (Quezada, 2001).
Es importante mencionar que los ayuntamientos, tenían como costumbre vender como esclavos a los naturales huérfanos, aparte cobraban tributo a todos los miembros de cada familia sojuzgada y cuando éstos se casaban les exigían el doble de dinero por matrimonio, 21 reales y medio, cera y miel entre otros.
A la mayoría de las mujeres las ocupaban para ayudar en la casa del encomendero en labores domésticas, servicios que por su misma envergadura eran interminables y extenuantes; aparte de que eran obligadas a tejer las innumerables prendas, tanto para el tributo como para los dueños de las encomiendas y las de sus familias, complicándose su situación debido a lo rudimentario del telar, ya que no les era permitido el armado y uso de otros telares mejores adaptados; subestimaban los conocimientos y aptitudes intelectuales mayas masculinas y aún más las femeninas, aunque siempre se aprovechaban de ellas cuando los intereses económicos españoles estaban de por medio.
Los varones eran asignados para los trabajos rudos y pesados: como animales de carga, labores agrícolas, la extracción del palo de tinte que junto con la cera eran productos muy apreciados por las ganancias que les generaban a los encomenderos y frailes, pero en la que los trabajadores dejaban la salud por las condiciones que exigía el manejo, traslado y preparación de los mismos. También, se les ocupaba en el manejo de todo tipo de ganado: caballar, caprino y el mantenimiento en general del hogar y la hacienda; en esta última el dueño tenía como responsabilidad la encomienda y por lo mismo el derecho de pernada.
Era tal el exceso de violencia y exceso de trabajos forzados a que eran sometidos que, desde el año 1724, el Obispo Gómez de Parada en Yucatán convocó a un sínodo diocesano, para informar al rey la descomposición en la que se encontraba la colonia, incluyendo la relajación de los franciscanos, el clero ignorante y de costumbres impuras; la autoridad traficando ignominiosamente sobre la sociedad tiranizada y los pobres mayas convertidos en esclavos, (Acereto, Op.cit:128) tomándose en cuenta la publicación del ilustre yucateco Justo Sierra O´Reilly.

Sintiéndose amenazados en sus intereses, ante tal desafío los cabildos de Mérida, Campeche y Valladolid, se aprestaron a México y a la Corte e impidieron la ejecución de los acuerdos, por medio de agresiones físicas o amenazas verbales a todo obispo, fraile o emisario de la corona opuestos a sus ambiciosos intereses, hasta el grado de lograr la expulsión o cambio del entrometido o la posible convivencia si se sometían plenamente a sus particulares condiciones. Ésta fue una de las circunstancias que dieron lugar al descenso poblacional tan intenso que caracterizó esta etapa colonial, junto con las irrupciones de los piratas que se llevaban prisioneros para vender o canjear y las épocas de hambruna como las del año 1727 en las que debido a la poca o nula mano agrícola los campos se abandonaron.
La mayoría de los niños huérfanos, a pesar de la cruel ley impuesta por los encomenderos, fueron auxiliados en la mayoría de estos casos por los religiosos; con ellos como intérpretes se dio un nuevo giro a la conversión cristiana en la península. Estas generaciones mayas ante el cúmulo de oportunidades que les daba el contexto religioso, colocaron al servicio de Dios y del panteísmo heredado por sus antecesores, la esperanza de la libertad y el cambio de los privilegios que les eran negados por los europeos, situando en su inconsciente el hecho de demostrarles a ellos la irrealidad en que vivían y conduciéndose dignamente en su contexto personal en todos los aspectos, ya que los invasores representaban el lado execrable y los obstáculos para lograr sus anhelos.
Dos tipos de sentimientos se crearon en los jóvenes mayas: el agradecimiento y perdón que se debía otorgar ante toda acción, generado por la filosofía cristiana, y la ambiciosa idea de “domesticar el pasado” como menciona Sánchez (1995:30); es decir, sentirse orgulloso de sus raíces americanas, de su raza para sostenerse y nutrirse en la lucha diaria.
Estos parámetros fueron la energía que permitieron crear la paciencia, tranquilidad y raciocinio del pueblo yucateco, no así en algunos grupos de élite, que hasta nuestros días se encuentran vacilantes entre sus supuestas raíces europeas y su estancia incomprendida en tierra mexicana, en donde los títulos de nobleza son ignorados.
Bibliografía
Acereto, Albino (1977). “Historia política desde el descubrimiento europeo hasta 1920” en Enciclopedia Yucatanense. Edición del gobierno de Yucatán. México. 5-388.
Barrera Vásquez, Alfredo (1977). “La lengua maya de Yucatán” en Enciclopedia Yucatanense. Edición del gobierno de Yucatán. México. 205- 292.
Hamnett, Brian (2001). Historia de México. Edit.Cambridge, University Press, Madrid.
Landa de, Diego (2000). Relación de las cosas de Yucatán. Edit. Dante, Mérida, México.
Palacios, Juan (1977). “Guía arqueológica de Chacmultun, Labná, Sayil, Cava, Uxmal, Chichén Itzá y Tulum” en Enciclopedia Yucatanense. Edición oficial del gobierno de Yucatán. Tomo II. México. 405- 553.
Quesada, Sergio (2001). Breve Historia de Yucatán. Edit.F.C.E. México.
Ricard, Robert (2004). La conquista espiritual de México. Edit. F.C.E. México.
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