Recordando a los grandes fantasmas laguneros algodoneros.

La Laguna tiene dinero,
la Laguna tiene algodón
y por eso los laguneros
siempre vivimos en gran vacilón…

La filomena

No es casualidad que, ante cualquier tela, yo prefiera para la ropa interior, exterior y sábanas, la de algodón; incluso, para mi hamaca, en la que duermo hace más de veinticinco años que decidí hacer de Yucatán mi hogar y sepulcro. Me gusta todo lo hecho con algodón, aunque tenga que planchar el doble, no importa, yo, al ver la clásica leyenda de “100% Cotton” enseguida mis manos acarician su suave textura, luego me la llevo a la cara como queriendo recibir de esa tela un beso e, inmediatamente, la huelo porque me remonta a mis orígenes, a todo lo que un día lucharon nuestros antepasados, la población lagunera de finales del siglo XIX y mediados del XX, reflejo de arduo trabajo agrícola y optimismo generadora de progreso en México.

Y es que la planta del algodón bien podría ser el ladrillo que reconstruya todo lo que somos los nacidos en esa zona conformada por seis municipios del estado de Coahuila y doce del estado de Durango.

El capullo de algodón simboliza nuestros periodos de ascenso, auge y caída como sociedad económicamente hablando; incluso, podría ser la brújula que nos vuelva a orientar al camino del éxito, porque tenemos más que memoria, somos una población programada para, juntos, convertir todo lo que se nos encomienda en un emporio.

Les repito, soy una orgullosa lagunera y, como tal, esa fibra textil vegetal que crece como arbusto del género Gossypium, perteneciente a la familia de las malváceas, tiene un lugar especial en mi árbol genealógico. Ver la punta de un cotonete o meter la mano en la bolsa recién abierta del algodón para curación y sentir su abrazo me hace, por muy lejos que esté de la Comarca Lagunera, saberme parte de ella. Es la tela de algodón de mi frazada de niña la que con ya entrados 53 años me sigue susurrando al oído que los laguneros no sabemos lo que significa la palabra rendirse y que si algo bien aprendimos es a sabernos levantar y luchar ante cualquier adversidad por muy difícil que sea. Son las sábanas blancas de algodón las que aparte de acurrucarme me recuerdan que, un día, no hace mucho tiempo, la Comarca Lagunera fue una zona de emporio, no sólo a nivel nacional sino mundial.

Y es que justo en estos días que recordamos a todos los que ya partieron es que tendríamos que mencionar todo lo que nuestros bisabuelos y abuelos nos contaron entorno al algodón, cuyo nacimiento de la época de impacto en la región se remonta a 1910 con la Revolución Mexicana, culminando su primera etapa de construcción en el sexenio cardenista, época de cimiento que les tocó a nuestros finados erguir a partir de sudor, coraje y una ética al trabajo férrea, porque si eres lagunero, seguro uno de tus familiares retratados en blanco y negro estuvo ligado directa o indirectamente a esa primera etapa de ascenso que el algodón brindó a nuestra región, parientes la mayoría perteneciente al movimiento migratorio que hizo posible un acelerado crecimiento de población en esa zona de Aridoamérica que nadie quería voltear a ver, a la cual le debemos la gran expansión agrícola; una generación de abuelos que le dieron a todo el norte un sello rural y urbano a la vez y que supieron aprovechar la conexión con la economía estadounidense y con el mercado mundial.

Puñado de laguneros, merecedores de un gran reconocimiento, quienes hicieron que el capital bancario del país vecino se convirtiera en pieza clave para el desarrollo de todos nosotros a partir de las negociaciones con empresas estadounidenses. Hombres dotados de gran paciencia en el periodo de expansión de la agricultura ejidal en la que hubo un gran estancamiento por falta de orientación gubernamental y visionarios cuando la agricultura privada cató la gran área de oportunidad existente en ese campo convirtiendo al algodón en el “oro blanco”, dándole un protagonismo crucial como componente del “milagro mexicano” tanto para la generación de empleos como para la aportación de divisas e impuestos.

El algodón dejó profunda huella en el Norte, de eso todos los cincuentones y más maduros lo sabemos, fue el iniciador de una época de optimismo galopante que ayudó a que muchas fortunas se formaran y luego se invirtieran en otros ramos, fue esa planta una gran precursora en el campo educativo y de salud, misma que ayudó a construir grandes obras de infraestructura. Más aplausos merecen nuestros muertos si comparamos la historia del cultivo del algodón con la de otras partes del mundo como Portugal o la India cuya historia está ligada al empobrecimiento, el trabajo forzado, endeudamiento y suicidio por no saber responder a las exigencias del mercado.

Los algodoneros transformaron el Norte, de eso no nos queda duda y en la medida que cambió a todas las ciudades situadas en esa coordenada del mapa cambiaron al país porque nos demostraron que había más rutas para hacer dinero, no solo el eje económico México-Puebla-Veracruz que conectaba con Europa, sino también los caminos que vinculaban con el país vecino.

Fueron precisamente la gente que recordamos en color sepia la que aprovechó al máximo los ferrocarriles del siglo XIX , las carreteras y la inversión de dinero público del siglo XX y los que vivieron también una época, no con coronavirus, pero sí llena de abusos, sufrimiento e injusticias al ver sus presas recién construidas secas, o la rabia generada de varios que fueron jornaleros y trabajadores ante las marrullerías y abusos de algunos patrones al momento de pesar el algodón recién cosechado por hombres, mujeres y niños y, además, tratar de reducir la paga de la pizca o el enojo ante el asesinato impune de algunos líderes o destrucción de sus casas improvisadas. Bisabuelos de hierro, estoicos que sabían perder con dignidad ante la caída del precio provocado por maniobras estadounidenses o empresas algodoneras como la texana Anderson & Clayton o ante el creciente endeudamiento con los bancos. Mujeres laguneras que apoyaron incondicionalmente a sus esposos y les abrazaron cuando tuvieron que apretar la quijada y dientes ante la inminente sequía de 1953 o las inundaciones de 1958 o el ataque de plagas en 1963 o la impotencia y amargura ante el embargo y remate de ranchos, tractores y casas. Gente a la que debemos recordar para agarrarnos de ellos, hoy que vivimos la penuria de la pandemia y preguntarles cómo le hacían en un trabajo acompañado de altas y bajas temperaturas en la época de pizca o qué fue lo que hicieron cuando los ingresos de ensueño recibidos mejores a los de otros estados del país dejaron de proporcionarse por los reveses que la vida brinda.

Y hablando de las mujeres laguneras, un premio especial para ellas, de las cuales no hay documentación y se es preciso mencionar, porque fueron las que estiraban en épocas de penuria los pocos billetes obtenidos, fueron también las encargadas de hacer que sus hijos —nuestros padres— estudiaran con poco y que los lápices les duraran hasta cuando ya el sacapuntas no daba. Dios les enseñó a saber multiplicar de la mejor manera los panes y peces y a hacer que la olla de frijoles rindiera el doble y que el pan duro de ayer supiera a gloria y a saber llorar sin lágrimas y quejarse sin voz de los faltantes monetarios que había, convirtiendo los estambres en suéteres de herencia generacional, remendando de manera mágica los pantalones rotos haciendo que parecieran nuevos y, muchas veces, poner bajo el árbol de navidad, cuando la lana escaseaba, morralitos de vistosos listones con piedras para tirar en los estanques de agua y así pasar momentos en familia inolvidables, mismos que quedaron retratados en algunos de nuestros álbumes de fotos.

Estos días, amigos, que tengo que lograr de manera mágica que el kilo de tomate llegue hasta fin de mes, y que además el calendario me dice que debo recordar a los que ya partieron y desde el cielo nos ven, es que va mi aplauso y mi abrazo.

Bibliografía: Aboites L (2013) El norte entre algodones. Población trabajo agrícola y optimismo en México, 1930-1970, El Colegio de México.

Nació en Torreón Coahuila, en 1968. Licenciada en Historia con un posgrado en Educación. Docente de asignaturas del área de Ciencias Sociales. Trabajó del 2016 al 2020 como Responsable Académica del Bachillerato Intercultural de Popolá en Valladolid, Yucatán y del 2016 al 2018 supervisando de manera académica a los 198 planteles del Telebachillerato Comunitario (TBC) en el mismo estado, actividades que la conectaron con las costumbres, tradiciones, formas de vida y el aprendizaje servicio propio de las comunidades rurales. Ha colaborado con la Dirección General de Bachillerato de la SEP en la creación del programa modular de primer semestre del TBC “Matemáticas, fuerzas y movimiento”, con la Universidad del Valle de México campus Mérida en la elaboración del programa de la asignatura Comparative History, así como en la revisión del programa de estudios del Bachillerato Intercultural de Yucatán bajo la supervisión de la Coordinación General de Educación Intercultural y Bilingüe CGEIB.