Vida cotidiana en «Las otras voces del Paraíso». Polifonía del silencio

Rubén Reyes, poeta y estudioso de la memoria literaria de Yucatán, comparte este año una obra que despliega diversidad de voces, géneros y épocas de nuestro entorno: Las otras voces del Paraíso. Polifonía del silencio (Lectámbulos-UNEAC 2024), novela que integra un conjunto de textos en prosa poética, así como testimonio, epístola y nota informativa. Este ensamble de estilos refiere etapas políticas, sociales y económicas del país que fueron clave para explicar la vida cotidiana de los yucatecos de fines del siglo pasado, principalmente la de los ejidatarios y sus descendientes.

Entremezclando sucesos históricos en el universo de la ficción, Rubén suelta el verso para ofrecer un conjunto de breves episodios en prosa poética, exquisitas resonancias de dos grandes maestros, Juan Rulfo y Ermilo Abreu Gómez. Del primero, ha seguido el arte de poner en boca del pueblo una calamidad que se está destinado a padecer; del segundo, la brevedad, el fragmento preciso, el ritmo. Y en medio de estas influencias, destaca el sello de un poeta que por décadas ha adoptado un repertorio verbal y metafórico, un tono que sabemos distinguir, una voz propia. Rubén Reyes abre casi todos los episodios con esta voz, dibujando el escenario donde habrán de suceder los hechos, y las otras voces se encargarán de ponerle carne y tierra, de manera que la poética del autor aparece renovada, enriquecida por esta polifonía.

Una parte medular de sus contenidos es el testimonio de dos ejidatarios de la localidad de Kantirix, Tepakán, quienes a través de una entrevista realizada en los 90 por Rubén y Eduardo Sobrino, habían dado a conocer detalladamente las carencias y otras situaciones de vulnerabilidad que estaban viviendo, debido a las modificaciones estructurales implementadas durante el periodo de Salinas de Gortari. Cabe mencionar que Kantirix se encuentra en el casco de una exhacienda henequenera y es representativa de las más de 250 comunidades de este tipo en el Yucatán de los años 90. Por ello, haber dado a luz por primera vez a estas voces, a inicios de 1991, en una revista local, puede considerarse un acto de resistencia. Pues bien, este testimonio fue retomado por Rubén, quien ha vuelto a mostrar estas realidades, insertadas con maestría en la novela, y nos entrega de algo que las nuevas generaciones mexicanas tal vez desconocen. Algo que no suele aparecer en sus dispositivos, algo que quizá no imaginan siquiera que pasó o que podría acontecerles: los impactos de la gran devaluación de nuestra moneda.

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Además, es interesante mirar el aspecto ideológico en el personaje central, Adrián Canul, joven enamorado, con problemas semejantes a las de cualquier otro: sobrevivir. Adrián, personaje tipo del medio rural yucateco de hace tres décadas, puede ser hoy escuchado por nosotros, y es importante que comprendamos la manera en que él va procesando la problemática hasta encontrar una alternativa; es necesario que miremos cómo su vida recibe los efectos de la violencia económica sistémica. Es tan fuerte esta situación, que Rubén no encaminó al personaje hacia una lucha social, aunque Adrián estaba consciente de ciertos atributos suyos, propios de un líder. La circunstancia apabullante, este marco de referencia perfectamente diseñado, en donde ya no había ejido ni apoyo para el campo, es mucho más poderoso y devora cualquier otra aspiración, y desespera. Nos queda enfocar la realidad a pequeña escala, es decir, desde esa escala humana que había sido impulsada por algunos intelectuales como modelo para el desarrollo latinoamericano de los años ochenta. Rubén nos recuerda el desencanto, nos muestra que ese sueño nunca tuvo lugar, pues observamos tan solo migración, desarraigo, atropello, injusticia.

Así, el ser y hacer de los personajes transita diversos escenarios de la subalternidad. Encontramos el habla vinculada a los oficios que están al alcance de los migrantes y de quienes permanecen en sus comunidades de origen; pero algunas veces está la voz de autoridad que asoma entre quienes comprenden a plenitud los signos: “También en el tiempo de los sagrados padres de Cisteil y de Tepich, la luna lo había dicho para que se supiera en todos los confines por donde hubiera indios. Era claro sin lugar a sombras: había que estar alertas y volver a los antiguos libros, para saber de amaneceres próximos”.

Los antiguos libros, alusión a los códices, a las crónicas, pueden ser también interpretados como aquellos testimonios vivientes que recuerdan la historia económica de México y el mundo; es decir, aquellas generaciones que han visto pasar las noches desde un pozo cada vez más oscuro y que han podido, acaso y tan solo, mirar las estrellas, pero sin descifrar lo que la luna dice y que la tradición ha reservado a ciertas élites.

Si bien se alude a amaneceres próximos, también, con las voces de sus personajes periféricos, la novela extiende el marco temporal hacia atrás, aludiendo a la población maya que vivió amaneceres, aunque muy breves, pero ciertos y memorables, durante la etapa de Carrillo Puerto. Así que, como lectores de hoy, los adultos nos ubicamos a tres décadas de algo conocido, significativo aún, por lo cotidiano; de manera que el reto de esta obra sería captar el interés de las juventudes locales, pues sería necesario llegar a ellas con lecturas guiadas y aproximaciones críticas, mediante un recorrido por los municipios. De esta polifonía puede surgir un concierto de voces, consciencias vivas.  

Lourdes Cabrera Ruiz es Presidente de Club Cultiva Mente, A.C., miembro fundador de la Asociación Literaria y Cultural de Yucatán, docente, coordinadora de talleres literarios en contextos educativos, sociales y culturales. Contacto: ccultivamente@gmail.com