Aunque la historia lo niegue… fuimos invadidos

El genial George Orwell periodista y novelista autor del maravilloso libro 1984 (un adelantado a su tiempo);  Sir Winston Chruchill, primer ministro de Inglaterra durante la segunda guerra mundial, entre otras personalidades del periodismo y la política, han recurrido y enunciado una frase que puede darse a toda clase de debates pero que hoy retomo para contextualizar lo que a continuación habré de compartir con usted que amablemente me obsequia parte de su tiempo para leer mis colaboraciones: La historia la escriben los vencedores.

Pareciera de primera instancia una verdad de perogrullo; sin embargo, toma total trascendencia al hacer referencia a etapas de la historia de nuestro país que por esa obviedad hemos pasado por alto.

La historia nos dice que el principio del fin da inicio en el siglo XV, cuando (según los datos oficiales) el 12 de octubre de 1492 el navegante genovés Christophorus Columbus, conocido con el catellanizado nombre de Cristobal Colón, pone pie, sin saberlo, en el continente americano; la historia continua y en 1518-1519 personajes como Juan de Grijalva intentaron invadir lo que hoy es Tabasco y Campeche, siendo repelido por los habitantes de la región; Gonzalo Guerrero y Francisco Hernández de Córdoba hicieron lo propio en Yucatán y Hernán Cortés según la fecha aceptada del 21 de abril de 1519, llegaba a lo que hoy es Veracruz dando así inicio a la invasión que culminaría con la caída de la gran Tenochtitlán.

Pero ¿Por qué me refiero a estos hechos histórico como “invasión”? según la Real Academia Española el verbo Invadir, proviene del latín invadere cuyo significados serían: 1.- Irrumpir, entrar por la fuerza. // 2.- Ocupar anormal o irregularmente un lugar.

¿Acaso no es eso lo que hicieron los españoles al llegar a estas tierras?

Al margen de lo anterior, ¿Qué tiene en común la historia de prácticamente todo el continente americano? Pues como mencionaba al inicio, la historia como la conocemos ha llegado a nostros a través de los textos realizados por los sacerdotes, frailes y demás personajes que acompañaban a las fuerzas militares invasoras y eso pone en entredicho -al menos para quien esto escribe- la veracidad de la relatoría clerical y de las versiones edulcoradas que ellos hacían llegar semanas o meses después de haber ocurrido los hechos en la Nueva España; además siempre las “ingeniaban”para presentar la mejor cara a los reyes Europeos dando realce a las “hazañas” mientras se entregaban a la “sagrada tarea” de civilizar a los “salvajes” que se encontraban a su paso -con la evangelización forzosa incluída desde luego- propiciando que la transmisión oral de las tradiciones y creencias de los pueblos originarios invadidos fueran relegados a meras supercherías y blasfemias en contra de la religión impuesta por la fuerza y justificando de tal manera la barbarie a la que eran sometidos los verdaderos habitantes de estas tierras, quienes muy probablemente veían impávidos como llegaban esos extraños que sin más razón que la de las armas decidían cambiarles sus creencias con ataques y  asesinatos, amparados por un dios no sólo diferente a su politeísmo existente sino que esos mismo dioses parecieran haber sucumbido ante el avasallante paso del ejercito invasor y el enarbolamiento de preceptos religiosos que transformaron para siempre su vida y por supuesto su historia.

A lo anterior se suma que desde la llegada de los letrados escribanos franciscanos, los habitantes de estas tierras pasaron a la categoría de “subhumanos”, personas que “necesitaban” de los sacramentos religiosos y el somentimiento de su voluntad a la corona española no solo para ser aparentemente aceptados, sino también para poder sobrevivir a los castigos y escapar en la medida de lo posible del largo brazo de la inquisición, lo que generó no sólo la desaparición en un corto plazo los datos de esos pueblos, tanto por su destrucción como por haber sido escondido por los poseedores de ese conocimiento para poder perpetuarlo, conocimiento que hoy sería muy valioso y nos permitiría enriquecer la cultura y aprender de nuestro remoto pasado; además de junto con ello se dio un fenomeno con los  dialectos puros que debido al sincretismo y la obligatoriedad de comunicarse con los españoles, los habitantes de las tierras invadidas fueron aprendiendo el castellano a la par que olvidaban buena parte de su lengua nativa.

La historia que nos cuentan y que se ha reproducido tal cual de forma incesante durante décadas en el sistema educativo y que ha permeado en el México posterior a la independencia, ha tenido la misma constante: fuimos “conquistados y civilizados” (por lo que implicitamente deberíamos estar agradecidos) y todo lo demás gira en torno a eventos, acciones, milagros (no olvidemos el del Tepeyac, con todas las dudas que implica) y crecimiento social donde hasta el día de hoy y que gracias a esa historia manipulada, hecha a modo y repetida hasta la nausea, generaciones posteriores  a la lucha de independencia -cuya intención original no  fue tal- siguen haciendo de menos a los verdaderos dueños de este país, viéndolos como personas de menor capacidad, de menor inteligencia e incluso hasta de menor valor como seres humanos, donde ni siquiera la guerra de castas de 1847 y el movimiento armado de 1994 ha sido suficientes para darles un lugar en la mesa de la historia y reconocerles el lugar que por derecho les corresponde.

Y, ya con el correr de los siglos, no sólo tuvimos que enfrentarnos a una historia creada y acomodada a conveniencia (los escribanos lo interpretaban todo desde su cosmovisión) sino acostumbrarnos a esa verdad, sin importarnos si correspondería o no a la realidad vivida, pues de tanto repetir una mentira, acaba convirtiéndose en verdad.

Mural que representa el Auto de fe de Maní, del pintor Yucateco Leonardo Paz, exhibida en la plaza de Oxkutzcab, Yucatán.

Aún más, con el paso del tiempo y sólo como botón de muestra tenemos a Diego de Landa quien el 12 de julio de 1562, castigó cruelmente a un número no determinado de sacerdotes mayas en Maní, Yucatán, quienes fueron azotados, trasquilados y les fueron puestos sambenitos según describe el propio franciscano en su libro Relación de las Cosas de Yucatán, demandas de lo anterior quemó una gran cantidad de códices, estelas y estatuillas, perdiéndose una enorme cantidad de información de los habitantes y barriendo con la cultura del lugar; actos como estos se cuentan por decenas en los registros realizados desde la invasión española, hasta el proceso de “independencia”, el cual de todas maneras no trajo mayores beneficios a los dueños de esta tierra.

La deuda que tiene la historia como la conocemos con los pueblos originarios es enorme y hasta la fecha no se vislumbra un interés real por integrarlos a una sociedad que tanto hoy como ayer, pareciera alejarse de ellos buscando su disolución en la oscura noche del tiempo, sin querer entender que con cada dialecto, con cada pueblo que desaparece muere también un parte importante de nuestra cultura y nuestro pasado.

Hasta la próxima entrega…

Germán Quijano Mena
Nacido en la ciudad de Campeche, México; con estudios de licenciatura y Maestría en Ciencias de la Comunicación por el Instituto Campechano; Maestría en Gestión Educativa por la Universidad Pedagógica Nacional. Productor y conductor de radio y televisión actualmente se desempeña como docente de nivel superior en el Instituto Tecnológico de Estudio Superiores “René Descartes” y como locutor en la radio de la Universidad Autónoma de Campeche; ha impartido conferencias y charlas a diversos organismos y empresas a nivel nacional.