Para Paco Marín, desde la presencia en el mundo, de sus sueños[i]
Huele la noche a ventanas abiertas
Carlos Pellicer
y todo cerca de mí tiene ganas de hablar.
Veníamos a una epifanía desde la planicie. Para mi hija Ximena y para mí, la llanura era una avenida ruidosa y ajena, de cuyo nombre no tengo duda alguna, el Paseo Montejo de Mérida, y en un enclave de esa estepa urbana gravitaba, como un espacio discreto, casi clandestino, el teatro Tinglado.
Ximena me advirtió —es otro lugar en la ciudad.
La cortina y la antesala cubrían y descubrían los límites de un portal: de la calle a lo interior, del griterío al rumor, de las carreras y el viento a un surco de intimidad.
Aguarden un instante aquí, es bueno sentir el pulso de la atmósfera antes de respirar este reducto nuestro a pulmón.
No sé si fue Christian Rivero, el joven asistente, quien me dijo, o lo intuí en los poros más tímidos de mi piel. En efecto, podría ser una sutileza, inexplicable, pero de algún modo, empezaba a percibir un ritmo diverso, un cambio en la pulsación de cada espacio.
En unos instantes vendrá Paco, me pidió que les dijera que están ensayando un texto de Federico García Lorca, pero ya están por terminar. Es un poema del Amor de Don Perlimplín. Esa es la voz de Pedro, tal vez logren oír.
“…Decid a todos que ha sido
el ruiseñor.
Bisturí de cuatro filos,
garganta rota y olvido.
Cógeme la mano, amor,
que vengo muy mal herido,
herido de amor huido,
¡herido!
¡Muerto de amor!”.
*
Así, al centro de la espera, aquella noche se me abrió el umbral de un ámbito poblado de voces, intactas y únicas, que se me tatuarían en ciertos momentos de claridades, por el recuerdo: la de Nonoya Iturralde, de anfitrionías providentes y generosas; la de pedro Colmenares, desenfadada y juguetona, con burbujas cual ramitos de cristal; la de Silvia Kater, la diosa Atenea, majestática, como rocío de un astro clarividente, y la de Ligia Barahona, aquella Electra atormentada, en rumor de olas que transgrede el silencio. Aún más tarde, también la de Elena Larrea, galopando a pelo tesituras solemnes o suaves de una miel volátil; y otras muchas ondulantes que se sumarían en la curva de ese espacio-tiempo. Pero presidiendo todas, aflorando en el instante exacto, la rotunda y de texturas serenamente líquidas del maestro Paco Marín.
Ah, y siempre al cierre, el broche luminoso de un aplauso; pero más hacia dentro, en lo íntimo del aliento, el aletear de las risas y el alivio residual de algún suspiro.
*
—Aquella noche primera, en el preludio de tal encuentro germinal con Paco, yo me quedé suspendido en lo aéreo del silencio. Mientras escuchaba las voces, se me infiltraron unas palabras recién conocidas –para mí, claro–de José Gorostiza:
“Así como Venus nace de la espuma, la poesía nace de la voz”.
Y justo en ese punto donde los senderos confluyen,cuando las voces y mi pensamiento se diluían, me tocó el hombro la mano afable de Paco.
Supongo o adivino casi que te interesa conocernos, que te inquieta saber qué hacemos aquí y, no sé, tal vez por qué y para qué nos congregamos e insistimos en esta locura compartida. ¿Es así, verdad?
Yo me sentí descubierto de improviso. El trapecio era sin redes y me hallaba columpiando en el vaivén de la ansiedad y las dudas.
¿Debería admitir aquello y formularle abiertamente mis preguntas? O ¿asumirlas como si no me rondaran en las uñas y pudiera conocer su respuesta anticipadamente?
Pasen al camarote, quiero decir al interior, porque este teatro es nuestro navío, lo mismo velero que asteroide, de muchas grandes y pequeñas navegaciones; en fin todas, travesías singulares.
Ahora mismo estamos en esa “Práctica de vuelo” de Carlos Pellicer con un poema suyo:
“Que se cierre esa puerta
que no me deja estar a solas con tus besos.
Que se cierre esa puerta
por donde campos, sol y rosas quieren vernos.
Esa puerta por donde
la cal azul de los pilares entra
a mirar como niños maliciosos
la timidez de nuestras dos caricias
que no se dan porque la puerta, abierta…
Por razones serenas
pasamos largo tiempo a puerta abierta.
(…)
Pero en la noche
la puerta se echa encima de sí misma
y se cierra tan ciega y claramente,
que nos sentimos ya, tú y yo, en campo abierto…”
*
—Ahora bien, Paco, nos has invitado a entrar en la casa del Grupo de Teatro El Tinglado, ese retablo que han construido juntos; pero me atrevo a pedirte un salvoconducto para, asomarme al menos, a esa tu gruta o caverna personal donde has vivido.
—Dime, ¿cómo fue que decidiste hacer del teatro, tu camino y tu hábitat existencial, ese búnker donde te amotinaste en el mundo?
—Era ya un universitario en la ciudad de México, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me acerqué a las jornadas de teatro. Conocí entonces a José ramón Enríquez, quien era el director; él me invitó a participar en la obra que ensayaba y fui uno de sus primeros actores. Sentí a partir de esa experiencia que el teatro era un espacio, una cavidad al margen del mundo que me atraía a su centro con algún magnetismo poderoso.
Ese reconocimiento, “toma de conciencia” –decíamos así los estudiantes de la generación del 2 de octubre del 68. A mí se me dio en 1969, apenas un año después de Tlatelolco– fue como un despertar. Ocurrió en mí que recordé o reviví un hecho que había leído en el Quijote:
“Esta concavidad y espacio vi yo a tiempo cuando ya iba cansado y mohíno de verme, (…) y, estando en este pensamiento y confusión, de repente y sin procurarlo, me salteó un sueño profundísimo; y, cuando menos lo pensaba, sin saber cómo ni cómo no, desperté dél y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede criar la naturaleza ni imaginar la más discreta imaginación humana. Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto; con todo esto, me tenté la cabeza y los pechos, por certificarme si era yo mismo el que allí estaba, o alguna fantasma vana y contrahecha; pero el tacto, el sentimiento, los discursos concertados que entre mí hacía, me certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora.”[ii]
*
Pues mira, Paco, he vuelto pronto, será porque tu navío tiene aroma de colmena. Quizá por ello, al querer subirme a este asteroide de todos ustedes, vengo pensando en Antonio Machado, acaso como un cómplice de esas sus ‘amigas viejas’, ‘inevitables golosas, perseguidas por amor de lo que vuela’; y porque al estar contigo, tengo la certeza de aquello que él alguna vez dijera: ‘tus manos hacen el fuego’.
Aunque vine también porque a un tiempo, aquí me hacen reír y pensar. Así me sucedió recientemente con la puesta en escena del Tartufo de Moliere cuando presencié tu actuación. A tiro de piedra, se nota que logran ese efecto de espejo que –según me han dicho ustedes- es un poder del teatro como arte de la presencia. Y yo agrego, también de la poesía, pues como dijo Octavio Paz, el poema es “casa de la presencia”- y nos permite mirar y mirarnos.
—Es oportuna sin duda tu visita. Oportuna y afortunada. Ahora está con nosotros Wilberth Herrera, un viejo cómplice de travesuras, y por si no lo conocieras, voy a presentártelo como se merece, literariamente:
“Éste es un famoso titerero, que –(como aquel Maese pedro)– ha muchos días que anda por esta Mancha de (Yucatán). Va “enseñando un retablo” de una tal Lela Oxkutzcaba, quien como la “Melisendra, libertada por el famoso don Gaiferos”, es una de las mejores y más bien representadas historias que de muchos años a esta parte en este (sitio) se han visto.”[iii]
Hijo o nieto de Maese Pedro y su retablo, Wilberth, en su Teatro pedrito, “Trae asimismo consigo un (gato azul) de la más rara habilidad que se vio entre (mininos), ni se imaginó entre hombres, porque si le preguntan algo, está atento a lo que le preguntan (…); y, aunque no todas veces acierta en todas, en las más no yerra, de modo que nos hace creer que tiene el diablo –(seguro algún kisín)– en el cuerpo.”[iv]
—Sí, claro, Paco, ahora puedo ubicarlo: alguna vez lo he escuchado. Y son tan chispeantes sus Titeradas que, a maravilla, deslizan tal ironía y crítica social, que son transparentes aun para los niños. Bueno, es que en realidad ellos son los más abiertos de la mente y del corazón.
—Oye, Paco, hoy me siento afortunado. Muchas gracias por haberme incluido en el pequeño grupo de amigos invitados al ensayo general de Salomé, de Oscar Wilde que tú mismo tradujiste. En lo personal me han impresionado mucho los parlamentos de Salomé, como éstos que están repitiendo:
-SALOMÉ: -¡Iokanaán, estoy enamorada de tu cuerpo! Tu cuerpo es blanco como un lirio en un valle jamás segado por los segadores. Tu cuerpo es blanco como las nieves que yacen en las montañas. Como las nieves que yacen en las montañas de Judea y bajan hacia los valles. Las rosas del jardín de la reina de Arabia, no son tan blancas como tu cuerpo. Ninguna de las rosas del jardín de la reina de Arabia, ni los pies de la aurora cuando caminan sobre las hojas, ni el pecho de la luna cuando descansa sobre el pecho del mar. Nada hay en el mundo tan blanco como tu cuerpo. ¡Déjame tocar tu cuerpo!
(…)
-Salomé: Es de tu boca que estoy enamorada. Tu boca es una cinta escarlata en una torre de marfil. Es como una granada cortada por un cuchillo de marfil. Las flores de la granada que florecen en los jardines de Tiro, que son más rojas que las rosas, no son tan rojas. Los rojos alaridos de las trompetas que anuncian la llegada del rey y ponen miedo en sus enemigos no son tan rojos. Tu boca es más roja que los pies de los que pisan las uvas en el lagar. Más rojos que las patas de las palomas que habitan en los templos alimentadas por los sacerdotes. Más roja que los pies de aquel que viene del bosque donde ha matado a un león y ha visto tigres dorados. Tu boca es más roja que esa rama de coral que los pescadores han encontrado en el crepúsculo del mar; del rojo coral que sólo es reservado para los reyes. Tu boca es más roja que el bermellón que los moabitas encuentran en Las minas de Moab; el bermellón que los reyes acaparan. Es más roja que el arco del rey de los persas qué está pintado de bermellón y tiene cuernos de coral. No hay nada en el mundo tan rojo como tu boca. ¡Déjame besar tu boca!”[v]
*
—Paco, como escribió Zulai Fuentes en tu semblanza, y por lo demás es evidente en tus obras, tú eres un poeta dramático y tu dramaturgia es del todo poética.
Esto presupone, desde luego, un profundo saber literario; pero ¿Cómo fue que elegiste esa comunión entre la expresión teatral y la poesía para tus textos? Permíteme valerme de Federico García Lorca, quien como tú sabes, al igual que Pasolini y Shakespeare, es de mis autores esenciales.
El Maestro Agustí Bartra cuenta que García Lorca dijo de viva voz a Gerardo Diego: “Pero ¿qué voy a decir yo de la Poesía? Eso déjaselo a los críticos y profesores. Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la Poesía. Aquí está: mira. Yo tengo el fuego en mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente, pero no puedo hablar de él sin literatura…”.
Comprendo bien, Paco, eres un poeta y así lo sentías y lo hiciste naturalmente. Estos versos que son una traducción de alguien anterior a ti, pero son tuyos, lo atestiguan y son también un juego de espejos de muchas voces posteriores a la tuya misma:
“Como el instinto sabio muy temprano
me enseñó a simular que yo era alguien,
muy pronto me encontré el sutil oficio
que la vida me había predestinado…
Así, en actor de pronto convertido,
pude jugar sobre los escenarios
a ser alguien en otro -cuando menos-
convenciendo en el juego a que jugara
el público asistente a las funciones
a tomarme por alguien, seriamente.
Entonces conocí la maravilla,
la única tal vez y la primera
felicidad que tanto había deseado
Sin embargo, después de los aplausos,
la fría irrealidad me devolvía
a la triste certeza de ser nadie.”
*
Pero actualmente, tras el tiempo que llevas de haber despertado en esa tu Cueva de Montesinos y de compartirla transportando a muchos –jóvenes, sobre todo– en ese velero o asteroide convertido al final en tu Clavileño que habría de ser un Caballo Azul, cuéntanos, Paco:
¿Cómo soñaste esas semillas y las incubaste en el odre del tesoro en alguna isla de tu inconsciente, antes de despertar y reconocerlas nítidamente, en plena desnudez?
“Una casa pensaba cuando niño;
donde pudieran mis ensoñaciones
entenderse posibles y, mis juegos
pudieran resolverse acompañados.
Una casa que fuera hecha del agua
plateada que acaparan los espejos,
pero desparramada de los marcos
para otros enseñarnos de nosotros.
Una casa distinta yo quería
para que los distintos habitemos,
sabiendo ciertamente que no importa
ser como los demás ni es necesario.
(…)
Nace de la mirada la palabra
cuando saben los ojos encontrarse.
Cuando desnuda la verdad enseña,
nace de la palabra la mirada.
Esto comprenden bien los oficiantes
de este misterio al que nombramos casa,
sitio para mirar, entarimado,
zona de juego, altar, foro, tinglado…
Saben de incomprensiones y peligros,
pero persisten siempre entusiasmados,
saben que su ritual se transfigura,
porque su esencia guarda inalterable.
Todo esto saben, pero, sobre todo:
comprenden que son campos de batalla
donde no existe tregua: sus personas;
donde casas abiertas son sus cuerpos.
Porque si toda falta, pero quedan
una mirada y un actor dispuestos
para implicarse en arriesgado juego,
puede mi casa ser reconstruida.”
Sí, Paco, en efecto: reconstruida y alumbrada. Aquí, en ésta tu casa que soñabas cuando niño; ahora cuando “huele la noche a ventanas abiertas”, vinimos juntos a soñar y refundarla, contigo, un instante.
Referencias
de Cervantes Saavedra, M. (1615). “Capítulo XXIII” y “Capítulo XXVI”. Segunda parte El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
En Bartra, A. (1999). ¿Para qué sirve la poesía?
García Lorca, F. (1933). Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín.
Marín, P. Discurso de recepción de la Medalla Yucatán 2019.
Shakespeare, W. Venus y Adonis. Trad. Paco Marín. Pellicer, C. (1941). R
[i] Francisco Marín Manzanero (Mérida, 1949-2022), director teatral, actor, dramaturgo y poeta.
[ii] Cervantes, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, Parte II. Cap. XXIII.
[iii] Cervantes, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, Parte II. Cap. XXVI.
[iv] El Ingenioso Hidalgo… Parte II. Cap. 25.
[v] Salomé, de Oscar Wilde, traducción de Paco Marín.
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