Sueños de libertad
Son las diez de la noche. El herrumbroso candado se cierra sujetando mi cuerpo a la cama, divago entre el techo blanco lleno de telarañas y tu recuerdo. Un iguanillo perla, transparente, se desliza desafiando la ley de la gravedad ¿Cómo, madre, le harán para quedarse pegados al techo? Sus ojillos negros me miran y emite su sonido carcajeante, se burla de mis ganas.
Una hora más, un día menos. Mi cuerpo acalorado se pega a las sábanas. No llega el sueño ¿Dónde estarás? Deberías estar aquí en medio de esta humedad.
Cierro los ojos. Las sábanas se incendian. Las llamas alcanzan al iguanillo burlón que se retuerce carbonizándose. Sonrío. Abro los ojos. Todo sigue igual. Sueño, sueño. No llega el maldito sueño. Mejor otro cigarro.
Cierro los ojos. Corro desbocado por las praderas. Levanto polvo y piedras con mis cascos. Las crines se agitan con el viento. Mis músculos se tensan. Subo la montaña, resoplo por el esfuerzo. Las piedras desgarradas ruedan montaña abajo. Al fin llego a la cima. Detengo de golpe mi carrera. Estoy al borde del abismo.
Abro los ojos. Miro alrededor. Las mismas cuatro paredes ostión. Un pedazo de luna, el candado y una sola cruz en la pared vacía. Sueño, sueño. No llega el sueño.
Cierro los ojos. Mi cuerpo, apretado en un espacio reducido y oscuro, flota en un líquido viscoso. Estoy incómoda. Estiro un brazo, algo se rompe. Estiro mis entumidas patas. Escucho crujir el cascarón. Empujo la cabeza hacia fuera. Pedazos del cascarón caen. Bocanadas de aire entran por mi pico hacia mis pulmones. Logro salir. Agito mis alas. Emprendo el vuelo.
Abro los ojos. Todo sigue igual. El mismo techo blanco de hace seis años. El iguanillo pegado al techo serpentea su cola. Camina tras
su presa, una araña. Está de cacería. Mientras yo, cactus en medio del desierto, espero. ¿Cumplirá la gravedad su cometido? ¿Presa y cazador caerán sobre mí? ¿Salir? ¿correr?
Cierro los ojos. Ahora soy pequeña, nerviosa, de larga cola, orejas redondas, patitas rápidas. Alzo mi cabeza, olfateo tu aroma. Acicalo mis bigotes con las patas antes de partir. Camino y me escurro bajo la puerta. Corro. Me pierdo en los rincones de la noche.
* * * * *
El Santo Patrono (San Judas y Tadea)
A putazos me sacaron de casa el día de mi cumpleaños, el mero día de San Judas Tadeo. Fue plan con maña. Esperaron a que mi gente se alejara cargando la estatua del Santo en procesión hacia la iglesia. Lo bueno, mis hijos horas antes salieron a entregar un encargo. Lo malo, olvidaron cerrar el portón y subieron a Goliat a la camioneta que, inquieto, no dejaba de gruñir y olfatear en el aire a la jauría que se acercaba.
28 de octubre es la celebración nacional del Santo Patrono de las causas desesperadas, tradición de cada año en mi barrio. Sus fieles seguidores adornan con banderines de papel picado de colores las calles alrededor de la Iglesia que se cierran durante el festejo. Los favorecidos del Santo cumplen una manda por los milagros recibidos: ya sea repartir comida entre los creyentes, novenas o construir una capilla para su adoración, como la que levantaste en el patio de tu casa la última vez que sacó a tu papá de la cárcel.
Octubre, también es el mes de coronar en el negocio. La venta de coca se dispara hasta enero, no te das abasto con tanta clientela. Desde septiembre inviertes la mayor parte de capital en mercancía y entierras los kilos bajo tablas del altar o en la bodega. Estás acostumbrada a trabajar sin presiones, al amparo de las luces rojas y azules de las patrullas que vigilan el barrio, en donde sólo tú puedes distribuir; por eso no dudas en cooperar con el hueso acordado, en efectivo, para los perros que a diario pasan por su mordida.
Desde que tu bisabuelo llegó a vivir al barrio hasta hoy, has procurado mantener viva la tradición al Santo. Los primeros nueve días de rosarios se rezan en la capilla de tu casa. Al terminar, inicia la procesión hacia la iglesia llevando en hombros la estatua, casi de tu tamaño, de San Judas Tadeo.
Entre nubes de incienso y cantos, hombres, mujeres y niños vestidos de San Juditas caminan sonrientes con gladiolas blancas y escapularios en la mano para ser rociados con agua bendita en el atrio. Al concluir la bendición, el mariachi abre el festejo con “Amor eterno”, tu canción favorita. Cohetes de luces multicolores estallan en el cielo y el olor a pólvora quemada impregna el ambiente. Tu familia ayuda a repartir los tacos de barbacoa, cartones de cerveza y camisetas estampadas con la imagen de San Judas y tu nombre, Tadea, por ser doble celebración de cumpleaños.
Como hamaca se descolgó mi sonrisa de la comisura de los labios cuando, a patadas, rompieron la puerta los uniformados. Cayeron de golpe y estaba sola, con las bolsitas de a cien gramos sobre la mesa. Empuñando el cuchillo pastelero y agitando la melena roja les grité que se largaran a la verga con el dinero de su cuota, pero los malditos hijos de perra que siempre quieren más, entre cuatro me sometieron. Agandallaron droga, alhajas y celulares, ¡hasta los cartones de cerveza se llevaron! A macanazos destrozaron todo en el cantón, también mi boca.
—¡Avisen a mi familia que me secuestran estos hijos de la chingada! ¡Que se acuerden de mi en los rezos! —grité a mis vecinos cuando los polizontes me sacaron a la calle por los pelos.
Detrás de las cortinas asomaron a filmar con sus celulares los culeros, ya les recordaré cuando vuelvan a pedir su vicio fiado. Les enseñé el dedo de en medio e intenté correr, pero los perros clavaron sus garras en mis hombros y, con un brazo mantecoso como tenaza alrededor de mi cuello, me esposaron. A puños en las costillas me treparon a la perrera.
En estas épocas no se puede confiar en nadie, los pactos no se respetan y abundan los envidiosos, piensas mientras enfundan tu cabeza en una capucha negra y te avientan al suelo. Alcanzas a ver de reojo el perfil de gorra y lentes del que, valiéndole madre los topes, va manejando a gran velocidad. Una voz ronca escapa por tu garganta reseca —¿Quién carajo son ustedes?— La suela de una bota presionando tu espalda contra el suelo te responde. Aprietas los ojos e intentas gritar, pero la tela sudorosa se pega y despega de tu boca abierta. Como flashazos aparecen rostros conocidos en tu mente, sobresale la cara de papión sagrado de tu ex que, desde que lo corriste del barrio, amenaza con vengarse.
Este pendejo caradepapión, ¡cara de pichón, mejor dicho!, quiere quedarse con la plaza. Mi cerebro repasa los últimos segundos mientras lucho por zafarme las esposas, como el del tutorial en youtu. Seguro fue él quien mandó a sus perros disfrazados de policías a levantarme para después echarle la bronca a ellos. ¡Maldita la hora en que recogí esa basura! No soporta que una mujer tenga más huevos que él. Para sacarme del negocio van a partirme la madre hasta que me abra de capa o me refundan en la Peni con varios delitos inventados. No debe pasar a más, mi gente ya debe estar dando vueltas y los influyentes en la familia van a presionar hasta encontrarme. Hay que aguantar vara, ni modos, en este oficio caminas con un pie en la cárcel y otro en el cementerio.
¡Coño, mis hijos! A esta hora estaríamos abrazados en la fiesta. Las lágrimas se agolpan en mis ojos sin querer salir. Suspiro. Los más jóvenes rezan, cenan, platican un rato y a dormir mientras los adultos caemos sobre las caguamas. Ya bien prendidos, cacareamos los peligros de los que nos ha librado el Santo. Uno hace su lucha para no irse a achicharrar al averno y estos herejes de mierda ni el día respetaron. ¡Pero, hay un Dios! Apenas San Judas me salve de esta, ¡juro!, que los voy a mandar a un infierno ¡Peor, al que me regalan de cumpleaños!
Te bajan a empujones en una hacienda abandonada a las afueras de la ciudad. El ronroneo de los motores que pasan por la carretera interrumpe tus pensamientos. La luz de los faros traspasa las cortinas desgastadas de la única ventana en la habitación y arrastra por las paredes las sombras de los perros rabiosos que, en danza salvaje, caen a zarpazos sobre tu delgado cuerpo.
…¡Oh glorioso apóstol, San Judas Tadeo!, siervo fiel y amigo de Jesús… imploras. De los tobillos te cuelgan a una viga que atraviesa el techo y te arrancan la ropa… El nombre del traidor que entregó a vuestro querido maestro en manos de sus enemigos… Tres tablazos columpian tu cuerpo que se sacude frenético… ha sido la causa de que tu hayas sido olvidado por muchos… Seis, revientan la piel morena de tus nalgas… la iglesia te invoca como el patrón de los casos difíciles y desesperados… ocho, hilos de sangre lamen tu espalda y gotean hasta el suelo… ruega por mí… Te abren las piernas, por todos lados te penetran… Estoy sin ayuda y tan sola, te lo suplico… La noche bebe a sorbos tus gritos.
Un cubetazo de agua fría te despierta. El olor nauseabundo a sudor y semen impregna tu nariz en un ataque de tos que te hace volver el estómago… ¡Ven en mi ayuda San Judas Tadeo! … pataleas… quiero recibir el consuelo y socorro en todas mis necesidades… cortan de tajo la soga y caes de cabeza en el cemento, sus risas estallan como bofetada en tus oídos … tribulaciones y sufrimientos… te esfuerzas por abrir los párpados hinchados y observas en un pedazo de espejo tirado en el suelo el reflejo de tu cuerpo ultrajado que se arrastra, como oveja en el matadero, entre mierda y sangre… Prometo, glorioso San Judas, nunca olvidarme de este gran favor… Sujetas con rabia el filo del espejo entre tus manos y aguardas… prometo honrarte siempre como a mi especial y poderoso Santo Patrono… Amén.
En casa nos esperan.
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