Agustín Monsreal es uno de esos escritores que no necesitan presentación, se podría decir que es un escritor yucateco que nació en 1941 y que la mayoría de su vida la ha pasado en la Ciudad de México. Tiene más de 25 libros publicados y su obra ha sido traducida a varios idiomas. En 1995 el Instituto de Cultura de Yucatán instituyó el Premio de Cuento Agustín Monsreal y desde 2016 se festeja en Mérida el Día del Cuento en su honor el 25 de septiembre con diversas actividades.
Es todo un universo, como bien se titula la antología de Celia Pedrero, que ha dado pie, incluso, a nuevas palabras como monsrealidades o sirenidades, dentro de ese mundo mágico y maravilloso de la ficción agustiniana en la que las sirenas han ocupado un lugar especial.
Agustín Monsreal ha sido un eterno viajero, enamorado del amor y las palabras, ha sido un maestro para otros cuentistas, quien ha abierto caminos hacia el microrrelato o minificción, demostrando que la literatura no es igual al número de páginas sino en la genialidad de las ideas y el uso exacto de las palabras.
Mucho se pude decir de Agustín, como le dicen los amigos y algunos de sus alumnos, pero lo más importante es que, sin duda, es un autor que se renueva constantemente, tanto, que ahora podemos leer en las redes sociales su constante producción, e incluso, intercambiar ideas con él.
Por eso, hoy, en su primer número, Lectámbulos, rinde un breve homenaje a nuestro querido cuentista por coincidir en el mes de septiembre, mes de su nacimiento y del Día del Cuento, y no hay mejor homenaje que leer estas minificciones sobre la pandemia que él mismo, Agustín Monsreal, nos regala para nuestro deleite, una probadita del gran Universo Monsreal.
Verónica García Rodríguez
A media pandemia
1
Pues aquí yo: con unas ganas chingonas de mujer. No tengo mujer, pero las ganas chingonas sí que las tengo.
2
Que Dios la cuide, mi reina. Y que me la conserve así de buena pa cuando la encuentre ora que podamos volver a salir.
3
Buenas noches, amor. Abrazos y besos para tus sueños. Extraño tus besos, tus pechos, tus piernas. Pinche cuarentena. Carajo. Que descanses.
4
Hoy, arrebujado en el sueño cuarentenero, he decidido permanecer así. Esperaré a que tu voz, tu canto y tu sonrisa con aroma de café, me despierten.
5
Hablando con propiedad, la crisis emocional por la que atravieso no puedo decir que se deba a la clausura por la pandemia, pues el amor vivido como experiencia absoluta, al igual que los sueños, las lágrimas, las olas, carece de edad y está siempre más allá de una circunstancia, una enfermedad desastrosa, una tragedia universal.
6
Ora que salgamos de ésta, voy a propiciarme una mujer con la que siempre tengamos de que hablar, alguna cosa que decirnos, aunque sea mentarnos la madre, pero nunca, por ningún motivo, quedarnos pazguatos y asilenciados, le digo melancólicamente a la estufa, acariciándole distraído alguna de sus partes. Ella baja los párpados y no me deja ver sus ojos grandes, negrísimos, bellos. Y ojalá sepa cocinar bien, añado, crema de cilantro y esas cosas. Las paredes también hablan, es cierto, y lo entretienen a uno, pero ya me cansé de oírlas, platican puras banalidades, simplezas, tonterías. La estufa tuerce la boca, como resentida, y me dice: Sí, el silencio prolongado perturba la mente, y eso es muy feo. Por supuesto, le digo, y pego la carrera y una mosca verde y gorda, encabronadísima, trata de alcanzarme.
7
Esta mañana, cuando llegué a la cocina, la estufa se encontraba bella, radiante, con una expresión entusiasmada, feliz. De inmediato, con su mejor sonrisa mañanera, me ofreció un café. Mi corazón se puso a pegar brinquitos, igual que adolescente saltando la cuerda. Experimenté algo muy profundo que tenía en el olvido. Sentí que otra vez, pero como si fuese la primera, estaba locamente enamorado.
8
Tu recuerdo -hechicero, prestidigitador, ilusionista- va y viene, se esconde un rato en la distancia, aparece de nuevo, se aleja, vuelve, hace un poco de alegría en mi corazón, se ensilencia, luego pone a tu voz a decirme aquí estoy, y tus piernas sobre las mías, o me planta el aroma leal de tu sonrisa a media cara, o te trae de la mano con un café, ¿quieres?, aquí estoy contigo compartiendo la clausura, siendo, como he sido siempre, tu mujer, y el recuerdo me enlluviece las pupilas, tu mujer tuya de ti, y el recuerdo se amplifica, se multiplica, se glorifica, me avasalla, me desborda, y me encalma, y me embullicia, me facilita la vida, me dignifica.
9
Me acuesto temprano, para aprovechar el tiempo. Apago la luz. Me enredo entre las sábanas, adopto una postura incómoda, no importa. Me arraigo al voluptuoso aroma de tu piel en las profundidades de mi sueño, en el tormento de mis insomnios, en la vehemencia de mis noches dentro de ti, de tu sombra, de tu recuerdo, en la selva, en el océano, en la ciudad de tu cuerpo: inacabable paraíso perdido. Estoy fragmento de confusión, instintivo e inútil. Esto no es de hoy, ni es mera supuración de la clausura. Es de anteayer, es de siempre.
10
Despierto y escucho la voz de la estufa, que canta. Me levanto y me acerco, feliz. Voy y la abrazo por la espalda. Siento cómo se estremece. Sonríe y me dice, mostrándome los brazos: Mira, me pusiste chinita. Nos reímos a carcajadas. Estamos locos, le digo, gritando de gozo. Pon algo de música, me pide. La mañana está soleada, espléndida. Lástima que no podamos salir, por la cuarentena. Regreso. Arrebujo a la estufa por la cintura. Bailamos. La cocina entera está impregnada de su aroma. Nos mecemos en la complacencia. En eso, tocan a la puerta. No abras. No, que se vaya al diablo, quien sea. Tocan más fuerte, casi violentamente. Voces como de susto, de alarma. Abro, por fin. Disculpe, señor, pero es que huele mucho a gas.
11
Y ahora, hasta quién sabe cuándo, todo habrá de ser sólo esperanza, y fe, aguardar y engolosinarnos con la promesa de un abrazo de larga duración y un beso profundo y prolongado por los tantos muchos que tuvimos que aguantarnos mientras la vida nos obligaba a ver cada quien las espaldas de la vida del otro, vidas a distancia, pues, tan cerca y tan lejos, de extremo a extremo de los brazos, de puente a puente de los ojos, de labios a labios apretujados por las ansias de la separación, no me toques, qué frase miserable, hasta quién sabe cuándo la negativa, la prohibición, por tu bien y por mi bien, tengamos esperanza, no será mucho, no puede ser que sea mucho, ten calma, y fe, aguarda, de un momento a otro ha de concluir la impiedad y han de reanudarse la alegría y el bullicio, el ruido, la prisa, el trabajo, la calle, las gentes, y volverá a cantar Victoria la historia del mundo.
12
Así más a menos arranco el día: despierto, me estiro, bostezo, me quedo muy quieto calculando qué tanto he despertado, bostezo otra vez, me estiro de nuevo, contemplo largamente la uñita de luz que asoma por entre las cortinas, pienso, reflexiono, medito, pienso en esto o aquello, en ésta o aquélla, en las vueltas que da la vida, los acelerones, los frenazos, esas cosas que inventa la vida para tenernos ocupados, ora un amor, ora un trabajo, ora un virus maligno, el caso es que no nos deja espacio para aburrirnos o para reflexionar ay cómo se nos va la vida, lo que ya es algo, sobre todo si el virus te encierra en casa para que trabajes y pares de quejarte de falta de tiempo para trabajar, y además como no tienes a la mano un amor para compartir la mitad huérfana de tu cama, pues ahí te estás, o sea ahí me estoy, meditando en lo importante que es para la salud, la mía, beber un vaso de agua en cuanto echo pie a tierra, y planeando lo que voy a hacer durante las horas que me esperan como midiéndome la intención, como premeditando si se me prolongan y se tornan interminables o se acortan y se vuelven insufribles y no alcanzan para nada, y bostezo, ahora con un suspiro ronco semejante al del placer, y me estiro igual que tigre enjaulado cuando baja el telón del placer, y me digo bueno, ya, arriba, levántate caballero que tienes grandes cosas que hacer, y pienso en ésta que es aquélla que me ayudaba a incorporarme trayéndome su sonrisa mañanera envuelta en aroma de café.
13
Regresaremos. Esta distancia no significa un adiós. La clausura sólo es, por ahora, un aislamiento momentáneo. Mañana, cuando salgamos, el sol y los besos estarán donde siempre. Sí, por ahora todo es cansancio, hartazgo, desesperación. La sangre avanza con incertidumbre. La calle es una nostalgia. Días enteros sin escuchar una sola voz. El insomnio nos desquicia, artero. La zozobra escuece la libertad del aire. Hay vidas que amenazan a la vida. Y la vida se duele de sí misma, se compadece de sí. Ausencia y distancia, por ahora. Días confundidos entre el sueño y la vigilia. El miedo como un diablo montado en la nuca. Y la esperanza mustia, callada, apenas si se atreve a decir esta voz es mía. No vamos de la mano por el parque, ni del brazo, no debemos hacerlo. Cuídate, mi amor. Cuídate mucho, por favor. Mañana se despejará este mal tiempo, y regresaremos. Te lo aseguro. Y, levantando las risas de la celebración, entonaremos otra vez nuestro canto de Victoria, y nos amaremos, de nuevo.
14
He vagado infinitamente, he recorrido calles, mercados, museos, plazas. Una doncella azul sonríe y canta junto a mí. He imaginado cada esquina orgullosa de los aromas de su nostalgia, me he visto al amparo cómplice de muchos zaguanes y he contemplado, no sin melancolía, el asombro humedecido de innúmeras fuentes, en el atardecer, en el alba. Un hombre y una mujer detienen el tiempo para quererse por primera vez. He conocido, sin poner un pie fuera de casa, aceras que no ha caminado nadie, metales tristes oxidándose al sol, suburbios sin una sola gente, almacenes cabeceando la hora de la siesta, silencios opacos que, de no ser por la artera generosidad de la pandemia, con su profecía de muerte, no hubiese conocido jamás. Este conocimiento aleatorio me dignifica, y la suma de mis pasos sobre la tierra, de cada uno de mis pasos nuevos e improvisados, modifica y amplía el curso de mi destino. El amor espera que alguien lo llame por su nombre. Algún día, quizá, me sea obsequiado el recordar que recobré, efímeramente, el paraíso perdido, y lo agradeceré, infinitamente.
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