En conmemoración de la fecha luctuosa por el asesinato del Che Guevara.
Por la estepa de los sueños
Él me impulsó al camino. Aún recuerdo claramente nuestro mutuo asombro en mitad del aire, el día cuando me lo dijo.
Éramos cada uno las voces de la certeza y del sueño:
—¿Para qué servirán los molinos?— preguntó el joven al abuelo.
—¿Los molinos de viento?, ¿te refieres a esos molinos?
¡Para qué más, pibe!
Naturalmente, antes igual que hoy, servían y sirven, para que pueda venir algún Quijote, pues que los hay por los caminos aún en estos días– y sueñe con que los derrota.
—No, viejo. Te hablo en serio. No puedes responderme eso, ahora y aquí: al sur, en medio de tanta pobreza, en pleno siglo XX.
—Igual hoy que antes, te insisto.
¡Qué poca seriedad del corazón muestran los que no creen en los sueños. Pero dime, joven imberbe: ¿Tú no crees que su razón de ser los haga aún hoy imprescindibles? ¿No piensas tú en que los molinos deben seguir existiendo?
—Abuelo, desde luego sé que los había… Y, bueno, quizá aún puedan seguir existiendo.
Pensándolo bien, si en verdad sirven para que aparezcan galopando sueños por los caminos, ojalá ahora más que nunca, los sigamos encontrando al paso.
—Entonces Ernesto,
anda, toma tu camino y búscalos.
Por la estepa del mundo
Marzo 1965
Queridos viejos:
Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo.
Hace de esto casi diez años, les escribí otra carta de despedida. Según recuerdo, me lamentaba de no ser mejor soldado y mejor médico; lo segundo ya no me interesa, soldado no soy tan malo.
Nada ha cambiado en esencia, salvo que soy mucho más consciente, mi marxismo está enraizado y depurado. Creo en la lucha armada como única solución para los pueblos que luchan por liberarse y soy consecuente con mis creencias. Muchos me dirán aventurero, y lo soy, solo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades.
Puede ser que ésta sea la definitiva. No lo busco pero está dentro del cálculo lógico de probabilidades. Si es así, va un último abrazo.
Los he querido mucho, sólo que no he sabido expresar mi cariño, soy extremadamente rígido en mis acciones y creo que a veces no me entendieron. No era fácil entenderme, por otra parte, créanme, solamente, hoy. Ahora, una voluntad que he pulido con delectación de artista, sostendrá unas piernas flácidas y unos pulmones cansados. Lo haré.
Acuérdense de vez en cuando de este pequeño condotieri del siglo XX. Un beso a Celia, a Roberto, Juan Martín y Patotín, a Beatriz, a todos. Un gran abrazo de hijo pródigo y recalcitrante para ustedes.
Ernesto
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