La Covid-19, el aislamiento y las trabajadoras cubanas

Fotografía: Dariagna Steyners Patiño

Los encierros para dominar las pandemias acompañaron a la humanidad durante siglos, pero la Covid-19 los extendió a todos los países porque los infectó simultáneamente. La OMS recomendó aplicar un enfoque de género para conocer las manifestaciones específicas de esta pandemia. Esto me motivó a estudiar algunos comportamientos de las asalariadas cubanas durante los seis meses en que el aislamiento social y físico asumió distintas gradaciones, para identificar los obstáculos que enfrentaron al compaginar sus empleos con la atención a sus familias en escenarios prácticamente inéditos.

Desde mediados de marzo hasta fines de junio Cuba vivió en un confinamiento intenso, que cedió a medida que las provincias pasaban a las fases epidemiológicas que permitían más libertades. Pero cuando parecía que la pandemia finalizaba y que en septiembre la nación retornaría a la “nueva normalidad”, emergieron los rebrotes en julio, que obligaron que varias provincias, municipios y comunidades retornaran a los aislamientos más rigurosos. En las últimas veinticuatro semanas la mayoría de la población vivió en condiciones en que los centros de enseñanza cesaron; el transporte público paró o disminuyó drásticamente sus servicios; funcionaron las instituciones laborales imprescindibles para mantener la economía y casi todos los pequeños negocios privados cerraron.

¿Cómo influyó esta situación en las trabajadoras? Del total de las cubanas ocupadas, aproximadamente 57.53% participa en 6 de las actividades que se mantuvieron laborando. Su presencia con respecto a los hombres ocupados en cada una de ellas es la siguiente: salud pública y asistencia social, 68.78%; educación, 66.24%; intermediación financiera, 63.40%; ciencia e innovación tecnológica, 43.18%, administración pública, defensa y seguridad social, 41.65%; comercio, reparación de efectos personales, 36% [1]. No calculé la proporción de féminas en las comunicaciones, que es alta, porque se incluye junto a las de transporte y almacenamiento. Por tanto, alrededor del 60% de las cubanas asalariadas acudieron a sus empleos en los diferentes rigores del aislamiento y sus traslados pudieron favorecer los contagios. No desconté cuántas de ellas permanecieron en sus casas porque rebasaban los 60 años o presentaban alguna vulnerabilidad ante el virus. Sin dudas, las asalariadas garantizaron que Cuba mantuviera sus actividades básicas, especialmente por su alta calificación profesional.

Aunque no puedo precisar qué proporción de estas trabajadoras dedicaron su descanso a la segunda jornada, infiero que buena parte lo hizo. La cultura machista entronizada en cubanas y cubanos, provoca que las féminas estén mejor entrenadas para reproducir la vida cotidiana familiar con insuficientes recursos. Lo singular en estos aislamientos residió en que las tareas domésticas se tornaron en “pesos pesados”: durante meses todos los miembros de las familias permanecieron en sus hogares, e incrementaron las demandas de comida y limpieza que debieron proveerlas allí.

Generalmente los alimentos y los artículos de aseo no suplen las necesidades de los 11 millones 338 mil cubanos acostumbrados a comer 3 veces al día, bañarse más de una vez y mantener ropas y casas limpias. La pandemia agudizó estas carencias porque la economía nacional prácticamente se paralizó. El presupuesto nacional reorientó sus partidas hacia la salud pública para enfrentar la pandemia. De los dos principales rubros de exportación que engrosan el presupuesto nacional, el de los servicios profesionales prestados a otros países, fundamentalmente los servicios médicos, decreció drásticamente en los últimos dos años debido a las presiones de EEUU, que desacreditó su calidad e instó a los países que rompieran los convenios con Cuba. El turismo cesó desde mediados de marzo. El bloqueo de EEUU sobrepasó sus límites históricos desde mediados de 2019. Las actividades agropecuarias, ineficientes hace décadas, no suplieron las demandas alimentarias.

Decrecieron los ingresos para importar los productos que demanda la población, así como para las producciones nacionales dirigidas a la exportación y al mercado interno. Lo poco que existe se distribuye por el sistema de racionamiento y se vende en las tiendas. Las filas en estas últimas son fuentes de contagio porque son enormes, los consumidores deben acudir varias veces porque no pueden adquirir lo que buscan, y las personas incumplen el distanciamiento físico y el uso de la mascarilla. Las mujeres continuaron siendo las principales compradoras de los productos para sus familias.

Además de la movilidad que experimentan las asalariadas que se mantienen trabajando, el fardo multiplicado de la compra de alimentos y útiles de aseo puede explicar que la distribución por sexo de los contagiados con la Covid-19 en Cuba sea prácticamente igual. Añado una hipótesis: el 44.9 % de los hogares cubanos lo encabezan mujeres [2]. Entre mediados de marzo e inicios de septiembre, Cuba muestra una relación de contagiados casi igual por sexo, con una tendencia al ligero aumento de las mujeres en el período del rebrote iniciado el 3 de julio [3].  Hasta el 11 de septiembre, del total de contagiados 50.2% corresponde a mujeres y 49.8% a los hombres [4].

Cuidar a los niños y a los adolescentes añadió nuevas cargas. Cuando cerraron las escuelas primarias, secundarias y media superiores, los educandos concluyeron el curso 2019-2020 a partir de tele clases. Los familiares, principalmente las féminas, debieron asegurar que los estudiantes las vieran, además de despejar sus dudas y ayudarles en las tareas escolares. No cuento con las fuentes académicas, pero estimo que estas actividades se cumplieron diferencialmente según los tipos de familia, sus ingresos, el estado de las viviendas y el funcionamiento de los televisores. Seguramente los hijos e hijas de las trabajadoras acudieron a ellas para cumplir sus actividades escolares.

Resulta complicado atender a los familiares mayores de 60 años, ya que no pueden salir de las casas porque la mortalidad por la Covid-19 a partir de esa edad concentra más del 80% de los fallecidos y los hombres tienen una mayor probabilidad de morir que las mujeres [V]. Estas personas, tanto si conviven con las trabajadoras o viven en otras casas, reclaman atenciones propias de personas con niveles educacionales e historias laborales distintas a las de generaciones anteriores.

Por tanto, las asalariadas están agobiadas y pueden sufrir desequilibrios emocionales permanentes. La psicóloga cubana Patricia Ares ofrece soluciones para afrontar estos peligros en los medios. Reproduzco fragmentos de uno de sus artículos.

“Revise si está siempre a la defensiva, si es una persona reactiva que saca chispa por todo, si responde de forma agresiva”.  ….” Nunca olvide que lo importante no es el tiempo que va a durar el confinamiento, sino las huellas que puedan quedar, que basta un segundo para decir o prodigar un mal gesto o una mala acción, pero se necesitará de mucho tiempo para sanar las heridas que dejemos”.  

“No hay moratoria para seguir soñando, creciendo y aprendiendo como personas. Entre las dificultades se esconden las mejores oportunidades. Cuando la vida te cierra la puerta, la esperanza te abre una ventana. Si hay algo que puede cambiar, ponga manos a la obra, todo es difícil antes de ser fácil. La vida es y siempre será una batalla, y la fuerza y el coraje se entrenan, no se compran con receta”.

Patricia Ares

Como bien dijo Martí: «La vida no tiene dolores para el que entiende a tiempo su sentido»[6].

  1. Cálculos de la autora a partir del cuadro 7.3 del Anuario estadístico de Cuba 2018, Oficina nacional de estadísticas e información (ONEI), 2019.
  2. Edith, Dixie. “Cada vez más mujeres “jefas” de hogares”. SEMlac. Cuba, 6/09/2016.
  3. CEDEM (Centro de estudios demográficos). Boletín INFOPOB, Edición especial Covid-19, No. 10, 10 de septiembre, 2020. Página 6.
  4. Conferencia de prensa del Director de Epidemiología del MINSAP, 12 de septiembre, 2020.
  5. CEDEM. Boletín INFOPOB, Edición especial Covid-19. No. 3, 27 de mayo, 2020. Página 4.
  6. Ares, Patricia. “Miradas existenciales ante la pandemia de la Covid-19”, diario Granma, 24 de abril, 2020.

Marta Núñez Sarmiento (Cuba, 1946) Es socióloga y profesora titular y consultante de la Universidad de La Habana, de donde se retiró recientemente. Investiga cómo influye el empleo femenino en las relaciones de género en Cuba, así como las relaciones Cuba-EEUU. Es Máster en Sociología (Facultad de Ciencias sociales –FLACSO-, Santiago de Chile, 1971) y Doctora en Ciencias Económicas (Academia de Ciencias de la URSS, Moscú, 1983). Fue profesora invitada en universidades de República Dominicana, Suiza, Suecia, Estados Unidos, Canadá, España y Argentina. Imparte la asignatura “Género, raza y desigualdades” a estudiantes norteamericanos matriculados en el Programa Cuba del Consorcio de estudios avanzados en el exterior (C.A.S.A.) en La Habana. Imparte conferencias sobre “Relaciones de género en Cuba” a estudiantes universitarios norteamericanos durante sus estancias en Cuba. Ha sido consultora de género para agencias de Naciones Unidas (1988-2015), para la Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional (CIDA) (2007-2009), para la Asociación de Estados del Caribe (1999) y para ONGs. Es fundadora de la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana (1991) y del Casablanca Dream Group integrado por académicas feministas de países del Sur (2007). Fue experta del Consejo de Ayuda Económica (CAME) (Moscú 1978-1983) y consejera en la Embajada de Cuba en la Federación Rusa (1993-1997). Fue profesora invitada del David Rockefeller Center for Latin American Studies de Harvard (2010). Ha publicado en libros y revistas científicas de EEUU, Cuba, Canadá y otros países. Escribió la columna “Metodología de los por qué” en Unicornio de POR ESTO! (2018-junio 2020) Publicó el libro Yo sola me represento (2011). Ostenta la Orden por el Conjunto de su Obra Científica otorgada por el Rector de la Universidad de La Habana. Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Agosto de 2020