El maestro Rubén Reyes ha escrito esta novela tal vez porque, en su sabia intuición, al redactarla se convierte en otro, pero la esencia de lo que significan “los otros” es su propia esencia: él es los otros. Por y con su experiencia, él tiene autoridad para recrearlos. Las escenas denuncian y declaran la flaqueza de la vida, no de la vida en modo impersonal o concebida en un tono apático ausente, sino de una existencia individual. Al escribirla, el autor imprime su peculiar perspectiva y experiencia. La fragilidad o la fuerza de cada uno de sus personajes “son” el inmenso cosmos, sin límites, sin fechas, que pareciera eterno y repetitivo, ahora cristalizado en voces polifónicas.
El título en sí mismo es un gancho inmediato, un anzuelo, un acceso para asomarnos con tiento y prudencia a un sospechoso anclaje. ¿Quiénes son “las otras voces”? ¿Cuál paraíso? Las palabras son las historias que lo cuentan. ¿Qué terrenos nos instiga pisar? ¿Es verdad o farsa lo que viven o padecen sus personajes? Tenemos motivos para pensar que el escritor lo sabe muy bien; armoniza su habilidad y apuesta su conocimiento en voz de varios protagonistas.
Es a través del poeta por quien sabemos con certeza lo que sucede, no en su apariencia externa, sino en su interior, porque ha hurgado en su intimidad.
¿Cuándo comenzó la saña del poder sobre la tierra? ¿Cuál es el primer paso hacia la degradación fatal de campesinos y jornaleros? ¿Qué argumentos utiliza? En la penumbra de la noche, en el oscuro pozo de los ancestros se hallan las respuestas.
Duele, y mucho, la mutilación a la que son sometidos los originarios de la península, otra vez, eternamente, mas la prosa poética del maestro Rubén Reyes, nos salva de caer en un desconsuelo sin fondo con las patadas arrojadas por amos, dueños, gobernantes, a la gente del común. En su prosa se encienden luces, reflejos, consuelo: una voz dice: “Cuando llores por algo, procura mirar a través de tus lágrimas, de seguro ahí está mamá, ahí la podrás ver”. Y, con un nudo de garganta deshecho, el lector mira y la sensación está, sin necesidad de explicaciones superfluas. O aquella otra advertencia que hace doler. Para tener lo que quieres, sólo hay que comprarlo, el problema es conseguir dinero.
El empleo de la primera persona es muy acertado, el autor piensa y siente al personaje, ese yo confronta la morada íntima de la escritura, permitiendo cobrar fuerza y apariencia y vuela o cae o surge o se desvanece en un punto final o, en otros casos, en unos puntos ambiguos que el lector debe precisar. A veces no es fácil seguir algunas intrigas aquí narradas, el novelista le deja la última palabra a su lector cómplice, lo hace trabajar, pensar, sentir, y, en el momento del punto final, lo deja decidir.
Cada viñeta, tiene un nombre, un título sugerente va preparado al lector con lo que van a enfrentar los personajes, el viejo Hilario, la sabia Matilde con sus ruegos y lamentaciones, el compadre Mariano, tratan de prevenir a Adrián Canul, hijo natural de un patrón, el personaje principal encarnado en tantos jóvenes inciertos e inseguros de su fatalidad. Por la luz que incendia el aire, se convierte en el inquieto compañero de su sombra. Habremos de leer paso a paso la historia y saber, así, cómo se ha llegado hasta donde Adrián Canul ha llegado con y sin Sofía/ Catalina.
En otro párrafo contundente se advierte:
Cazar es un deporte, entre más aves mejor. En el monte era distinto, pedían permiso a los señores del monte y tomábamos lo que se necesitaba para comer, lo imprescindible para el sustento. Los que eran del campo y al irse a Cozumel o a Cancún no aguantaron ser de mar.
Era como si la pregunta y la respuesta se hubieran saludado ya, concluye el narrador.
La tierra está en la sangre, es la consigna a repetir.
Como lectora, en esta obra inmensa encuentro el verdadero alcance de la literatura, el reto de escarbar, ahondar, hundirse en los personajes hasta hallar el origen de su conflicto y revelar su herida; en una historia que no es un suceso o una simple anécdota; con las palabras, el maestro Rubén Reyes hace poesía, incita las zonas oscuras del alma, remueve la verdad, la esencia, el miedo, y, así, la condición humana se ve expresada sin concesiones.
En Las otras voces del paraíso el doctor Rubén Reyes muestra y completa su presencia de narrador. Lo hace de una manera novedosa, pues no es esta una novela convencional. A nivel literario, sorprende la estructura del libro. Con lenguaje narrativo, encontramos: testimonios, ficción, viñetas, relatos que se engarzan para dar sabor de novela a algo que también es usos y costumbres, geopolítica, Historia Nacional, apoyado con hermosa atmósfera poética. No hay discusión banal al respecto, su voz y su obra lo autorizan. Están a salvo.
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