Minificción Carmen Alvarado

Polvo entre polillas

Se posan en mi piel secando tus recuerdos, caen en forma de arena sulfurosa quemando las palmas de mis manos al escaparse; sonreír es lo único que resulta en este circo. . .  los equilibristas del ayer caminan parados de manos, entre la baba que escapa de nuestros labios cenizos. Dejemos que las palabras sigan su camino, que se encarguen de separarnos en el viento.

Frida

Mirará el espejo, creyendo ser libre;
en sus caderas revive
un rechazo prolongado.

Pensar que algún día te tuvo en sus manos; hoy, su corazón te pertenece. El sueño termina y la pesadilla entra. Suave su lengua remueve en tu mente escarabajos que revolotean en busca de una salida: finalmente, chocan con tu cráneo, caen al instante, reposando para encubar de nuevo aquella voz ronca y adormilada. Su voz irrumpió entre tus piernas, fragmentando la luz de los dibujos, los vestidos de crinolina, tus relaciones.

 Lo miras tendido en la cama: quieto, es una mueca retorcida, sin lengua. El susurro de tus manos te acorrala como una hiena alimentándose de lo que queda, de la eterna soledad que te obliga a correr sin poder detenerte a disfrutar de un beso… sientes al insecto de la envidia entrar por tu nariz, con olor a añejo, ¿Por qué disfrutan de mi clítoris y no pueden ver al monstruo que se encuba en el pecho, que los muerde? ¿Acaso soy la causante de este mal que me persigue? No, ya no puedo ser solo esto.

 Sentada en el borde de la cama, sin poder mirar a tu presa, con un remolino en la boca del estómago, tomas un cigarrillo. Observas la habitación en busca de una salida, te sonríe con forma de lamprea, en espera devorarte; aullidos de dolor, gritas con furia lo primero que se te viene a la mente ¡Puta madre!; el grito hace que tires la cabeza hacia atrás; miras en el espejo un bulto negro salpicado con su sangre.

Encojes los hombros y lanzas un golpe a tu imagen, ¡maldita sea, estoy harta!; el dolor recorre tu brazo, mientras la sangre de los nudillos calienta tu axila, no piensas, cortas con furia tus muslos, abres un abismo en el párpado derecho: no logras mirarte como pensabas, tu forma es la misma… levantas la mirada, te observas en lo que queda del espejo, encontrando tu nueva máscara.

Frida, y con esto ¿Cómo te sientes?

Ley seca

Vi su cuerpo retorcerse, como si cada gota de sudor y sangre fueran absorbidas por la ansiedad; la piel reseca lo delataba, y sus ojos, desorbitados, parecían buscar la salvación.

Todos sus fluidos se escapaban, como un manantial de fetidez; en su último aliento escuché su voz, seca como una hoja…

-«Ya, tráiganme la pinche chela»

-que no chingao, no hay ni clan, como chingas…

Todos se despidieron de Don Eulogio, mientras yo, solo pude pedir perdón por no comprar el cartón a tiempo… ¡Ayy jefesito, nos vemos después!

La esencia

Te sentí recorriendo las diferentes habitaciones de la casa, ansioso de encontrar tu cuerpo, una recaída más, quizá la última; suspiré y te dije:

«Hola, espero que estés más tranquilo ahora, ya es momento de que decidas tu siguiente paso, sólo despídete antes de partir»

Esperaba un simple roce de hombro, pero ese incesante prender y apagar luces, me indicó que ni así, muerto, me dejarías de joder.

 ¡Puta madre! por eso me alejo de las almas perdidas.

El último filtro

Cuando un alma está apunto de partir de la tierra, todos los errores a lo largo de su vida desaparecen, y no es culpa del olvido colectivo, es la expiación que el dolor de la muerte ofrece como pago final.

“Sí, mi compadre era muy bueno, mató a un vato estando bien pedo, pero era muy bueno”.

Carmen Alvarado
Egresada de la Facultad de Antropología de la Universidad Autónoma de Yucatán, Licenciada en Literatura Latinoamericana, integrante de ALICY, tallerista, redactora web. Fue seleccionada para publicar en la Antología de la Facultad de Antropología (UADY) en 2010.