Palabras para un reencuentro[1]
Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de mis flores. Miguel Hernández[2] |
1. Motivos de la memoria
Ocurre con frecuencia que, al deber hablar sobre algo o de alguien relevante, me asaltan unos versos de Jaime Sabines que dicen: “En la orilla del aire/(¿qué decir, qué hacer?)…”[3]. Ellos afloran en particular ahora, cuando lo que pienso y aprecio de una poeta, la Maestra Irene Duch Gary (Mérida, Yucatán, 1947-2008) ya lo he escrito en mi comentario a su poesía reunida en este libro que nos permite acudir a su reencuentro.
En la orilla de este instante, tan especial, me resuena al oído también el estribillo de una canción (rola dirían los jóvenes actualmente): “Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir”[4]. Es que pareciera que, a través del espacio y del tiempo, ahora nos asiste la mirada tutelar de José Martí. Él nos trae un par de señales reveladoras, casi cómplices. En sus Versos Sencillos[5] dice: “En julio como en enero” “cultivo una rosa blanca”. Son para mí muy vigentes porque En la memoria de la rosa –este poemario que nos reúne– hay un puente existencial que me acerca a la silueta de Irene, la amiga del “jardín de arroyos mariposas” que me dio su mano franca. Al reconocer esto, admito no una culpa sino un hecho afortunado que no pretendo eludir: me declaro confeso del privilegio de haber gozado la amistad de Irene.
Pero quien quiera que haya tenido, como yo, la fortuna de conocerla personalmente, sabrá que en este reconocimiento no hay un mínimo asomo de retórica ni de hipérbole del corazón. Desde la subjetividad del afecto, mi palabra escrita al borde de su poemario fluye con la limpieza de la honradez. Sólo de este modo puede perdurar mi gesto de respeto mutuo a su poesía y su persona.
Por otra parte, desde una frase admonitoria, Martí nos apuntaba: “Conocer es resolver”[6].
Ciertamente en lo externo, este libro se produjo mediante el auspicio de dos entidades culturales: la Universidad Modelo y la Dirección de Cultura del Ayuntamiento de Mérida; mas la fuente profunda de la intencionalidad, su razón de ser y motivo es el conocimiento, la certeza del valor íntegro de la mirada y la palabra de Irene Duch.
En la nota preliminar se afirma: “En su obra, junto al rigor científico (teórico y metodológico) que la sustenta, se aprecia un enfoque filosófico de claro acento humanista, lo cual le brinda coherencia y amplitud de perspectiva. Tal rasgo característico, en el contenido académico y en la expresión artística, trasluce también la postura de ética personal que ella mantuvo a lo largo de la vida, con la que perfiló su pensamiento y ejerció su quehacer educativo y literario.”[7] Comparto tal mirada del Rector. Ethos y poesía en la vida labraron la poética en los versos de Irene. Esto es justamente a lo que deseo enfocarme aquí: al corazón y la mirada, a la actitud o postura de Irene ante su poesía, que es también el polen secreto de su poética personal.
2. Una poética existencial
Inmersa en una poesía natural en la vida que la caracterizaba, Irene Duch fue delineando su expresión poética con la espontaneidad inherente a su mirada y su aliento. Desde sus lecturas de juventud, una difícil conjunción (César Vallejo y Fr. Luis de León) que pudiera parecer antitética, encontraba en su entrecejo hilos de un tejido de cercanía y conjugación. De esa ribera de su conciencia afloró el pseudónimo “César de León” que eligió para algunos de sus poemas y ensayos literarios.
Irene no ignoraba –compartía mas bien con varios amigos– que la literatura es una herramienta de conocimiento del mundo, cuya vía primordial de contacto con los seres y las cosas es la emoción, cómplice secreta de la imaginación poética.
Como educadora, practicaba «el despertar emocional de la razón». Como poeta, asumía con Blais Pascal que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”[8]. Esta conciencia crítica la fue acercando a una visión holística del mundo, a una coincidencia con el pensamiento complejo que postula Edgar Morin –de quien ella admiraba en particular sus Siete saberes necesarios para la educación del futuro, así como al rechazo del llamado pensamiento único, entonces reinante en el discurso social.
El reconocimiento de la pluralidad cultural y de los contextos históricos como ámbitos de validez de una verdad, la hacía plantarse en los umbrales de la visión postmoderna de la sociedad. Aun más, un ápice de su conciencia mostraba indicios de una mirada lindante entre la óptica postmoderna y una más amplia: mundicéntrica e integral. Esta perspectiva era acorde a la escala de su inteligencia espiritual, esa capacidad de comportarse con sabiduría y compasión, manteniendo la paz interna y externa. A partir de su espiritualidad, que la dotaba de una fina sensibilidad para percibir y expresar su comunión con la naturaleza y su solidaridad humana, asumió en modo ex profeso la búsqueda de una serenidad y paz interior. Así lo indican estos versos suyos: “Qué morirá cuando yo muera./Quedará algún vestigio del combate conmigo/por construir una mujer serena./(…) Existirán mis sueños,/(…) Seguirá viviendo ese anhelo incesante/por abrazarlo todo.”
La intuición de la experiencia poética que Irene poseía en su vida y su palabra la fue haciendo aquilatar el poder de la poesía. Así, al comentar su poema «Ha muerto la flor», expresó: “En mi poema, la flor funciona como símbolo de la vida, efímera pero eterna en el instante de contemplarla. Dolor del tiempo, la vida brota, invencible, de la música elemental del sonido que corona el poema.”
En lo personal, ella asumió la experiencia poética, en la vida y la escritura, como territorio íntimo de expresión de su vivencia de abrazo, humano y cósmico. Por tanto para Irene, según decía, escribir poemas era «una forma de cuidar el alma».
Será porque, como dijera María Zambrano, “La poesía es la conciencia más fiel de las contradicciones humanas, porque es el martirio de la lucidez, del que acepta la realidad tal y como se da en el primer encuentro. Y la acepta sin ignorancia, con el conocimiento de su trágica dualidad y de su aniquilamiento final.”[9]
Esta certeza de la creación poética como gimnasia o camino de elevación espiritual, acaso la supo Irene también, escribiendo. Es decir, ella pudo descubrirla en el ejercicio mismo de su creación poética. De tal sentido son estos versos de su primer poemario Si abril y el viento: “La alcántara secreta/reverdece/en el olmo cristalino de la piel/labrando enredaderas/que trascienden las arcanas vestiduras del aliento.”
Pero ¿de qué manera a Irene Duch escribir un poema la ayudaba a nutrir y renovar el espíritu?
Si con la palabra convocaba al saber liberando el pulso de su imaginación a través de la emotividad y la intuición, la honradez consigo misma y la solidaridad genuina con el ser humano que la habitaban convertían ese conocimiento en sabiduría y compasión, toque de ascenso espiritual. Practicaba ella de un modo espontáneo eso que Fernando Pessoa alguna vez llamara la misión superior de la poesía.
En torno a su expresión lírica, es oportuno subrayar que –aun cuando el lenguaje poético se vale comúnmente de imágenes sensoriales y cotidianas con las que externa trazos de universalidad– las intuiciones plasmadas en los poemas de Irene expresaban tanto experiencias sensitivas a flor de labios, como brochazos de saber intelectual y aun de revelación espiritual.
En general, sus poemas son de textura sencilla y sonora, surgidos en afloramientos de espontaneidad. Sin embargo, al contemplar la gama de imágenes y figuras presentes en su expresión poética, se observa que éstas pueden ubicarse en una terna de planos de existencia o gravitación. Las limpiamente sensitivas, aunque no por ello dejan de esparcir algún cariz subjetivo a la percepción natural, como en su poema «Flamenco del estero: “Tu figura/altiva en el estero/tiene el color que enciende la tarde”; otras que se sitúan y mueven en la esfera de lo mental y cuyo matiz poético se despliega en este campo: “Esa brizna de luz/es una espiga que florece/en cada poro abierto de mi alma”; e inclusive algunas que median en un éter más amplio de infinitud o intemporalidad donde el lenguaje juega un rol vicario de complicidad: “cuando lo inalcanzable nos pertenece/deshoja la miseria de lo efímero/y nos invita a convertir la vida/en un salmo de alabanza”.
En todos estos niveles campea la metáfora como estrategia del poema. Pero el uso de las imágenes sensoriales como vehículo o medio para expresar aspectos de universalidad en sus poemas, encierra al menos una doble representación. Observamos naturalmente la presencia de metáforas y figuras del lenguaje literario, algunas realmente nítidas y musicales: “Manantiales de jazmines deshojados;/Y sus pétalos de aguas cristalinas”. Pero muchas veces estas mismas figuras revisten una naturaleza de símbolo que sugiere significados abstractos (filosóficos y emotivos) de una hondura encubierta o apenas semidescubierta: “el cántaro se quiebra en el aire como lluvia de otoño/vertiendo su aureola incandescente/sobre las maceradas flores del olvido”.
En el discurso poético de Irene, espacio y tiempo configuran un universo simbólico, donde coincide o se entrecruza el ámbito personal con el cósmico: “Dejo mi libro y abro la puerta/para que la tarde entre a conversar conmigo”. Y a la inversa también, era toda la curvatura del firmamento la que Irene percibía y expresaba en su aliento poético. En una suerte de ablución marina, dirá en su poemario Ceniza en flor: “Bebo del mar/la transparencia de sus aguas,/el azul de su profunda intensidad./Toda su sal/adentrándose en mi cuerpo, toda su sal/hasta las márgenes del sueño.”
La voz lírica de estos poemas es la de una conciencia humana que asume y a la vez incita a descender a la raíz cósmica del ser para recobrar la semilla del aliento y subirla a salvo hasta la región frugal de la esperanza: “Es preciso romper la efímera existencia/encadenada al instante eterno,/descender al fondo del abismo/para extraer su raíz profunda/y permanecer despiertos/en un vértice del aire y de la vida,/del tiempo y su semblanza,/hasta encontrar en el vientre desnudo de la arcilla/la voz del hombre surcando las alturas de los sueños.”
El hombre y la mujer (como persona o humanidad) fueron un centro de gravitación en la conciencia de Irene, por lo que su mirada del mundo se constituye como un ethos estético. A momentos, tal comprensión del mundo es dolor en la conciencia y tal conciencia es unión con el dolor del mundo: “Hay días, como hoy,/que llevo/todo el dolor del mundo en la mirada,/agostándome la sombra hasta el filo del relámpago”.
Pero más allá del dolor del mundo asumido en la arena del regazo –cofre de resonancia–, esta poesía enarbolaba el ensueño obstinado de la luz o de la esperanza por encima de la soledad y del tiempo: “Para cuando el alba crezca/florecerá ligera la soledad/y será una fiesta de emoción la primavera.” Por encima del dolor y el desamparo, una militancia poética por la esperanza de la hermosura se siente emanar de su aliento. Así, en unos versos elocuentes de su Ceniza en flor, ella diría: “En los despojos de mi corazón/hacen su nido las palomas.”
De esta suerte, una voz lírica de la conciencia, humana y cósmica, en la raíz sencilla de la hermosura del instante: tal es la poética del aliento ético de Irene Duch.
En suma, Irene esculpió en el trazo de su vida y sus poemas un aliento de poesía existencial, donde pensamiento y palabra se transfunden en un mismo testimonio humano de rebeldía y ternura, de aspiración cósmica y latidos cotidianos. Es por ello que pese a la nostalgia, al recordar a Irene Duch –su ternura del coraje y el coraje de su ternura–, por el perfume de su aliento se nos abre en lo íntimo, en lo individual y en nuestra naturaleza de humanidad, un puñado clandestino de alegría.
Si a su paso esta voz clara –como dice su poema «Una carreta de olvido»– “todas las sombras se lleva,/todas las sombras” es porque es agua de un arroyo límpido, frescor de rocío y puente de barro humano, a una orilla posible de esperanza para el mundo.
Bien ya tú lo decías, Irene: “Es temprano todavía;/en el horizonte despunta/una promesa de aurora incandescente.”
[1] Versión completa del texto leído por el autor en la presentación del poemario En la memoria de la rosa. Poesía reunida de Irene Duch Gary (2021) en Mérida Yucatán. Libro disponible en la tienda virtual de Libros en Red: https://bookstore.librosenred.com/libros/enlamemoriadelarosapoesiareunidadeireneduchgary.html.
[2] Del poema “Elegía a Ramón Sijé”.
[3] Del poema “En la orilla del aire”.
[4] De la canción “Coincidir” de Fernando Delgadillo.
[5] Martí, José. “Poema XXXIX” en Versos Sencillos. José Martí: obras completas. Volumen 16. (2011). Comp. Centro de Estudios Martianos. Editorial de Ciencias Sociales, Karisma Digital y Centro de Estudios Martianos. La Habana, Cuba.
[6] “Nuestra América”. Publicado en La Revista Ilustrada de Nueva York, Estados Unidos, el 10 de enero de 1891, y en El Partido Liberal, México, el 30 de enero de 1891.
[7] Carlos Sauri Duch. Rector de la Universidad Modelo.
[8] Pascal, Blaise. Pensamientos. Cita recuperada del sitio web Instituto de filosofía y ciencias de la complejidad <https://www.ificc.cl/extension/coloquios-paseos-por-la-complejidad/el-corazon-tiene-razones-que-la-razon-ignora-como-afirmaba-blaise-pascal-en-el-siglo-xvii/>
[9] Filosofía y poesía. (2006). Fondo de Cultura Económica. México.
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