Presas en sus hogares

Con la mirada baja escuchaba casi todas las noches lo inútil que era, lo poco atractiva que se veía, y es que, después de haber hecho todas las labores de la casa, apenas le quedaban ganas y fuerzas para tomar un baño antes de la cena, el cual era el momento que más temía del día, porque llegaban los insultos que poco a poco iban haciendo su autoestima más baja. Lo que más le dolía era que sus hijos presenciaran estos episodios, porque no quería que pensaran que era lo que un matrimonio normal vivía, a ella le había tocado vivir eso, y lo vivía con resignación porque en su mente no cabía la posibilidad de abandonar a su verdugo, porque se había alejado de sus padres, y había cortado toda relación externa, so pena de recibir una paliza.

Vivía prácticamente en una celda, que si bien no era lujosa, tampoco hacía falta nada. A menudo pensaba en lo que pudo haber sido su futuro, fuera de un matrimonio que lejos de hacerla feliz, la estaba consumiendo y acabando con sus sueños y ganas de vivir. Se habían conocido en la universidad, ambos estudiaban derecho, y una vez graduados, decidieron unir sus vidas tanto por lo civil como por la Iglesia, y aquí estaba la paradoja: conociendo las leyes y teniendo una carrera para abrirse camino en la vida, se encontraba en una cárcel tanto física como mental.

La fuerza de su juventud la había abandonado, al igual que su autoestima, no podía reconocerse ni recordar la última carcajada que había hecho que llorara de risa, de felicidad… esos tiempos quedaron enterrados y se encontraba viviendo un presente muy amargo: como a muchas mamás, sentía pánico de que sus hijos le fueran arrebatados de comenzar el trámite de su divorcio. Conocía muchos casos, y no quería sufrir otro embate en su vida: no era por el bien de sus hijos, sino porque no podría vivir apartada de ellos. Además, cuando se casó dejó el despacho donde realizaba sus prácticas, por lo que prácticamente había olvidado lo aprendido en la universidad.

¿Qué esperanza podría tener ante esto? Día a día lo pensaba y la respuesta que siempre encontraba era que ninguna, porque sabía que ya se concedía la custodia de los hijos a los padres con más frecuencia, porque el dinero lo tenían ellos y a las esposas las dejaban desamparadas y a su suerte cuando se atrevían a optar por un divorcio. Ella lo sabía, y el miedo la paralizaba, sobre todo, hablar de este tema porque si llegara a los oídos de su cónyuge cualquier comentario sobre maltrato o intención de abandono, el maltrato sería espeluznante y había incluso a temer por su vida.

Así, como ella, muchas mujeres sufren de violencia emocional, a tal grado, que son despojadas de su autoestima, las han dejado sin voz, sin fuerza para pelear. Viven en un cautiverio pretendiendo ante una sociedad ciega, que todo está bien, que son la familia perfecta que muchos envidian pero pocos conocen. Mientras haya misóginos que hayan aprendido este comportamiento en su casa, o bien hayan descubierto la fragilidad de una mujer y la manera de manipularla, habrá presas sin pecado en sus cárceles viviendo una vida que no escogieron sin poder levantar la voz por miedo a perder a sus hijos, o su propia vida.

Pilar Faller
Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social y Maestra en Mercadotecnia por la Universidad Anáhuac Mayab. Fue docente de Literatura Mexicana en el Colegio Mérida y Directora de Vinculación en el Instituto de Cultura de Yucatán de 2000 a 2004. En 1984 trabajó como correctora el Diario de Yucatán y el año siguiente comenzó a colaborar artículos y traducciones. A partir del 2010 comenzó a colaborar con el periódico Por Esto! hasta el año 2020 en donde también se desempeñó un tiempo como correctora. Actualmente realiza colaboraciones para la página de “El cronista Yucatán” y la revista Lectámbulos.