Si enero es el mes de los propósitos y de los esguinces por salir a correr con hielo en la calle, diciembre es el mes en el que secretamente nos arrepentimos de todo aquello que no hicimos.

Nunca está de más imaginar cómo podría ser el mundo que deseamos en este nuevo año que se presenta con las mismas posibilidades (y el miedo o el entusiasmo) de la hoja en blanco. Ésta es una propuesta para mí misma y para compartir con quien me lee, sobre aquello que quisiera hacer con mis lecturas a partir de este enero.

Como si viviéramos un interminable capítulo de la distópica serie Black Mirror, 2020 fue un año en el que la humanidad conectada sustituyó las interacciones físicas por pantallas mientras el mundo se venía abajo y surgían nuevas formas para resistir. A semanas de iniciado el confinamiento, no pocos comenzaron a referirse al futuro como la nueva normalidad.

Si bien las reglas de convivencia, comercio, educación y trabajo han cambiado, esto dista mucho de ser algo normal para nosotros, porque la mayoría cree que todas estas medidas tendrán una fecha de caducidad ¿Cuándo? Nadie lo sabe.

Si algo nos enseñó el 2020 es nuestra vulnerabilidad ante la naturaleza, que lo único seguro que existe es el cambio, ese devenir constante del que no estamos conscientes y que con la prisa que vivimos, ignoramos; caminamos sin disfrutar cada etapa, cada paso en el camino.