«Un enemigo del pueblo» o de la insoportable fragilidad de la democracia

Recientemente se ha estrenado en Mérida la adaptación de Nelson Cepeda Borba a la obra de Henrik Ibsen Un enemigo del pueblo. La obra fue publicada originalmente en Noruega, hacia 1883. Borba hace su adaptación al contexto yucateco en 2024, como un ejercicio de tropicalización del drama nórdico, que remite a un Yucatán anterior, cuya temporalidad no se alcanza a precisar, en el cual se destacan aspectos de cierto encanto y horror provincianos, tanto en la ambientación como en las mentalidades de los personajes.  Se trata de una lectura del texto de Ibsen en la cual las personas dramáticas se han adaptado de tal forma que el Dr. Stockman, interpretado por Raúl Uranga es presentado como el Arqueólogo May, y el medio de comunicación impreso del periodista Hovstad, es sustituido por una señal radiofónica, representada como uno de los espacios importantes en la puesta en escena. Hovstad es sustituido por el oportunista Pacheco, radiodifusor interpretado por Juan Carlos Argáez en dupla con Gabriel Moreno, quien, sustituye a Billing, utilizando una mesa a modo de cabina, desde donde hace de locutor y programador. Este espacio coexiste en escena junto con la casa del profesor, donde se ve a su hija, la maestra de escuela, quien es interpretada por Itzel Riqué y a su esposa, interpretada por Guadalupe Quintal. Ahí llega de visita su hermano, el alcalde May, interpretado por Fernando Amaya, y el tercer espacio es el lugar público donde el protagonista se dirigirá a sus conciudadanos en el momento climático de la pieza, que se extiende a la gradería del teatro con la participación de miembros del equipo de producción que se mezclan con los espectadores, entre los que destaca el veterano actor Paco Ríos y desde la platea expresan frases y exclamaciones que reforzarán o intentarán atemperar las evidentes injusticias por las que atraviesa el protagonista.

            La puesta en escena de textos clásicos como Un enemigo del pueblo permite reflexionar en torno a una amplia gama de ideas, así como de cambios sociales e históricos. Son textos que aportan una mirada lúcida de su propio tiempo y adelantan una visión hacia el futuro. La actualidad de la lectura propuesta por Borba la podrá comprobar el espectador que asista a la temporada.

            Por mi parte, la experiencia de ver representado este texto en Yucatán me ha motivado a releerlo y a tratar de esbozar un análisis de la propuesta de Ibsen desde su contexto de origen, así como tratar de seguir en el tiempo el devenir de las ideas que postulaba entonces. Como hemos dicho, la obra fue publicada en 1883 en Noruega. En aquella época, los países nórdicos no eran todavía el modelo de socialdemocracia que han sido desde la segunda mitad del siglo XX, con sus progresistas estados de bienestar, sus partidos políticos bien organizados, sus ejemplares sistemas educativos y su opinión pública ilustrada. Se podría pensar que Ibsen fue un visionario que se adelantó a su tiempo, al denunciar la manipulación mediática que ejercen desde entonces los medios de información, pero no se debe pasar por alto que Ibsen también fue un duro crítico de las democracias parlamentarias que, en su tiempo, se comenzaban a experimentar en su país.

Las modernas democracias liberales, que se caracterizan por su propósito de garantizar un bienestar a la mayoría de la población, eran cosa muy incipiente en Europa, considerando que su correlato necesario, el capitalismo industrial, llevaba menos de un siglo desarrollándose en Inglaterra y que monarquías con intereses comerciales globales como la británica, la austrohúngara, o la holandesa, aún mantenían como divisa el colonialismo y el imperialismo de viejo régimen.

Para mediados de 1883, Carlos Marx había fallecido y la explotación que había denunciado en la mayor parte de su obra era moneda corriente en todo Europa. No existía una conciencia de clase ampliamente difundida, y la noción de ciudadanía todavía no se pensaba patrimonio de quienes no fueran parte de la burguesía propietaria. No existía el voto femenino y las prerrogativas populares que consideraban la posible organización de obreros y campesinos tardarían todavía otro medio siglo en comenzar a cobrar importancia en la opinión pública. Esta opinión desde luego no representaba a todos los grupos, sino solamente a quienes podían acceder a los medios impresos. Estos medios estaban destinados a la escasa población alfabetizada formada por la pequeña burguesía que aglutinaba a comerciantes, empleados públicos, profesionistas y artesanos. Los imaginarios sociales de entonces apenas vislumbraban cambios en el orden establecido que no fueran producto de luchas violentas.

La trama argumental de Un enemigo del pueblo presenta al Dr. Tomás Stockman, ciudadano principal de su comunidad, respetado por sus conocimientos y su honestidad, quien tiene como antagonista en la obra a su hermano Pedro, el alcalde de la ciudad. Ambos encarnan los modernos arquetipos sociales del científico y el político, de los que habló con lucidez, Max Weber. Durante la transición del siglo XIX al siglo XX, se comenzaron a delimitar los campos de acción social de ambos sectores. Weber propuso que, en los incipientes estados nacionales de aquellos tiempos, el político emplearía cualidades como su propio carisma personal para influir en los votantes, conteniendo al mismo tiempo sus propias emociones para dar soluciones prácticas a las problemáticas sociales, procurando apegarse a las leyes y a una idea del bien común. Por su parte el científico, aunque podría participar como ciudadano en política, procuraría, ante todo, apegarse a la búsqueda de la verdad como objetivo primordial, mediante el método científico, amparado en la legitimidad de las universidades y sometiendo sus hallazgos a prueba para verificar su eficacia. Weber estableció que el científico debería transmitir su saber procurando formar profesionales con alto sentido de responsabilidad. Hacía también un deslinde entre ambos campos profesionales, advirtiendo que no es ético que un profesor pretenda influir en las posturas políticas de sus estudiantes en el aula. Es decir, que ciencia y política se irían configurando como campos autónomos e independientes dentro de los llamados Estados Nación modernos, a lo largo del siglo XX.

En el drama social de Ibsen, la confrontación entre esos modernos arquetipos, el científico y el político, es necesaria para detonar el conflicto. El hecho de que sean hermanos consanguíneos afirma su condición simbólica, al evocar las figuras bíblicas de Caín y Abel. Su enfrentamiento será a muerte, pero en este caso, se tratará de una muerte social y simbólica. El Dr. Stockman, quien ha impulsado la creación de un balneario para aprovechar las aguas termales de la ciudad, ofreciendo bienestar a quienes lo visiten como destino de salud y esparcimiento, se da cuenta de que esas mismas aguas se han contaminado y que la apertura del balneario deberá retrasarse un par de años hasta asegurar que no signifiquen un peligro para los visitantes. De no procederse a remediar el problema, el pueblo verá asegurada su ruina en el largo plazo y las consecuencias podrían llegar a ser trágicas.

Dado que remediar el problema requeriría suspender un proyecto que promete riqueza material a la comunidad y ha dado popularidad al alcalde, este decide seguir adelante con la apertura del balneario, pese al fundado informe de que las aguas son tóxicas y mediante sobornos al editor del periódico local, logra manipular la opinión pública al grado de convencer a la mayoría de los ciudadanos de ignorar las advertencias de su hermano y hacer aparecer al Dr. Stockman como “un enemigo del pueblo”. La reputación del científico, lejos de ser reconocida por su afanosa intención de salvar a la comunidad de un futuro desastre, es puesta en entredicho cuando da a conocer sus estudios sobre la toxicidad de las aguas. Cuando se defiende de la incomprensión de sus conciudadanos, el Dr. pasa a ser objeto de repudio y sus vecinos lo agreden de diversas formas. Terminan por apedrear su casa, tratando de expulsarlo de la comunidad, confirmando así su muerte social.

El médico queda profundamente decepcionado de sus conciudadanos, comenzando por su propio hermano, quienes, obnubilados por la ambición, son incapaces de abrir los ojos a la verdad y prefieren el corrupto beneficio material inmediato, sin pensar en las consecuencias a largo plazo. Su desazón se extiende a la opinión pública, que no le merece la menor estima y sus esperanzas quedan depositadas en un futuro en el que la educación haga la diferencia, logrando que la sociedad despierte de su letargo y pueda tomar decisiones razonables e informadas. Su hija Petra, la maestra del pueblo, quien admira la honestidad, el profesionalismo y el valor civil de su padre, encarna ese futuro en el cual las nuevas generaciones podrán ser mejores que las actuales.

La fábula propuesta por Ibsen sugiere diferentes lecturas que convergen en un debate que se ha mantenido abierto a lo largo del último siglo: el de la lenta construcción de la democracia liberal y su expresión en nuestras sociedades modernas. Dejando de lado las tramas adyacentes, como el cuidado de la naturaleza, la corrupción política, la manipulación de la que hacen ostentación los medios de comunicación, lo que se define como el meollo de este drama es precisamente la conveniencia de construir sociedades democráticas o sociedades autoritarias. La pertinencia de la democracia como sistema político era la disyuntiva central que Ibsen planteaba en su tiempo, para los modernos estados nacionales europeos, frente a la crisis de las democracias parlamentarias como sistema de gobierno.

Aquellas democracias parlamentarias que fueron transitando a lo que se llamó socialdemocracia, no lograron evitar la primera guerra mundial y la emergencia de las masas formadas por trabajadores asalariados fue capitalizada por regímenes autoritarios, en los cuales quedaba cancelado el debate público. Lo que subyace al drama del íntegro Dr. Stockman, quien se enfrenta a la mediocridad y venalidad de sus conciudadanos, es una crítica frontal al igualitarismo de las democracias liberales. Cuando las grandes decisiones sociales y políticas se dejan al arbitrio de las mayorías, por lo general, ignorantes, iletradas, mediocres y fácilmente manipulables, se termina por expulsar a los mejores ciudadanos, a los más puros y honestos, del seno de la sociedad. En un sistema político donde deciden las mayorías, los ciudadanos más preparados y dispuestos a trabajar por el bien común son percibidos como una amenaza.

En el discurso con el cual el Dr. Stockman expresa las amargas verdades que necesita escuchar el pueblo, se percibe la profunda desconfianza de Ibsen en la capacidad de las mayorías para discernir cuál es el bien común y una virtual repulsa a un sistema de gobierno democrático. Si se dejara el bien común a los designios del sufragio universal, es decir que todos aquellos que conforman la masa popular tengan voz y voto, se renunciaría al progreso moral y al verdadero bienestar de las sociedades.

Hoy en día, después de haber contemplado los horrores de los regímenes fascistas del siglo XX, sabemos que las palabras del Dr. Stockman, que a finales del siglo XIX se podían percibir como el noble discurso de un hombre bienintencionado, fueron también el fundamento de algunos de los regímenes más autoritarios que han existido. En estos, el bien común era representado por un caudillo, el mejor de los ciudadanos. Este ciudadano ejemplar, sabio e incorruptible, sabía de antemano lo que convenía a las masas ignorantes y desaprensivas, a las cuales se sentía obligado a conducir a la luz de la verdad. Cuando el Dr. Stockman pronuncia aquel juramento en el que expresa su despecho y su ira:

Os juro que no otorgaré ni una palabra de limosna a los desgraciados de pecho comprimido y respiración vacilante, quienes no tienen nada que ver con el movimiento de la vida. Para ellos no son posibles la acción ni el progreso. Pero existe una aristocracia intelectual que se apodera de todas las verdades nacientes. Los hombres de esa aristocracia están siempre en primera línea, lejos de la mayoría y luchan por las nuevas verdades, demasiado nuevas para que la mayoría las comprenda y las admita. Pienso dedicar todas mis fuerzas y toda mi inteligencia a luchar contra esa mentira de que la voz del pueblo es la voz de la razón.

Nos resulta imposible ignorar el tono trágico que acompañó las trayectorias de algunos representantes de aquella nueva aristocracia, que en la primera mitad del siglo XX harían conmover al mundo. Dirigentes políticos como Adolph Hitler y Benito Mussolini fueron percibidos en su momento por las masas, precisamente como esos seres especiales, que gracias a sus virtudes personales, lograron elevarse por encima de sus conciudadanos con el único anhelo de conducir a estos al verdadero bienestar social, bajo su trascendental sentido de la verdad y el bien.

Desde luego que Ibsen no podía anticipar que su héroe dramático habría de inspirar a dirigentes cuya acción política resultaría tan deplorable, pero en cambio, su obra nos muestra la enorme fragilidad de nuestros modernos sistemas políticos, que aspiran a la democracia. Nos anima a involucrarnos y a estar siempre alertas a reconocer la manipulación mediática pero también a interesarnos en saber qué hay detrás del pronunciamiento de verdades trascendentales, así como de la aparición de aristócratas del pensamiento. Nos recuerda que el debate público debe permanecer abierto y debe estimularse, pues los grupos sociales tienen visiones diferentes de lo que es el progreso humano y en la medida en que las masas puedan informarse adecuadamente y cuenten con bases formativas sólidas, podrán elegir libremente las mejores políticas públicas. Sin embargo, para que exista una opinión pública informada, es preciso primero asegurarse de que el debate sea posible y no esté manipulado de antemano. Para el desmoralizado e iracundo Dr. Stockman la esperanza última estará en la escuela que abrirá su hija. El campo de la educación será el espacio donde se fraguará pacientemente una sociedad futura, mejor informada, más sensible, más capaz de gestionar el bienestar para todas y todos, así como para proteger el medio ambiente. Sin embargo, para que Noruega llegara efectivamente a experimentar esa realidad, su pueblo habría tenido que padecer los horrores de dos guerras, así como la instauración y posterior derrota del fascismo como régimen político en la mayor parte de Europa. Actualmente, no hay que olvidarlo, el fascismo ha vuelto a experimentar un extraño renacimiento, debido nuevamente a las grandes fallas de las democracias liberales y a su incapacidad para generar condiciones de justicia social para todos y todas, nacionales y migrantes.

El director Nelson Cepeda Borba con el elenco de la obra: Francsco Ríos «Zapote» Raúl Uranga, Fernando Amaya, Guadalupe Quintal, Itzel Riqué, Juan Carlos Argaes, Gabriel Moreno, Jairo Rebolledo, Patricia Fernandez y Maritza Figuero.

Lo que Ibsen muestra, en última instancia, es que el perfeccionamiento de nuestras sociedades capitalistas requiere de largos y densos procesos de maduración. El tiempo presente consiste, para los elementos más progresistas de cada generación, en luchar inlcaudicablemente por ciertos ideales de justicia social a los que se opone un estado de cosas que parece demasiado difícil de cambiar. Sin embargo, en la larga duración, los cambios sociales van teniendo lugar de manera casi imperceptible para las generaciones que los protagonizan.

Regresando a la puesta en escena de Borba Teatro, es preciso señalar que la lectura y adaptación del texto original apuesta por centrarse en aludir problemáticas actuales como las grandes amenazas a nuestros sistemas hídricos y la crisis ecológica que ha provocado en el territorio yucateco la mala gestión de los deshechos de las empresas porcícolas. Esta realidad no es de menor importancia y requiere atención urgente, de modo que la puesta en escena se convierte en un poderoso argumento para afianzar la atención a tan importante problemática en el imaginario del espectador.

Más allá de considerar si son atinadas o no las decisiones estéticas del director y adaptador, este comentario se decanta por reconocer su valor para atreverse a poner un clásico como Un enemigo del pueblo y con ello estimular nuestro panorama teatral local. Con ello esta compañía nos recuerda que los grandes temas de nuestro tiempo han sido tratados a fondo por los grandes autores de la literatura dramática occidental, que mantiene su potencia para inquietarnos y conmovernos en la actualidad. Por ello, sugiero a los lectores que no dejen de verla. Aunque no estoy seguro de si se llega a desarrollar suficientemente en la puesta, yo me quedo con el planteamiento que hace Ibsen del personaje de la maestra, interpretada por Itzel Riqué, quien representa a la siguiente generación y su decisión de comprometerse, mediante la educación, con el proyecto de cultivar una nueva cultura política más apegada a la búsqueda de la verdad. Un proyecto que, por cierto, está vigente en nuestro propio contexto, de largo aliento, para construir una sociedad más participativa, democrática y plural, en la cual la política y la ciencia coincidan en la búsqueda del bien común y la fraternidad humana.

Doctor en Historia por el CIESAS Peninsular, Maestro en Trabajo Social y Licenciado en Literatura Dramática y Teatro por la UNAM. Desde 1993 ha actuado en numerosas obras escénicas en la CDMX y en Mérida como Crack o de las cosas sin nombre, La Hija del aire, La historia de la Oca, La importancia de llamarse Ernesto y El Tío Vania. También ha colaborado como actor cinematográfico en numerosos cortos y largometrajes. (Hasta Morir, The Davil’s Tale, Apocalipsis Maya, El asesinato de Villa) Desde 2008 es director fundador de Murmurante Teatro, grupo con el que produce espectáculos transdisciplinarios y películas documentales con un enfoque marcadamente social, tales como El viaje inmóvil, estudio en espiral sobre el suicidio, Manual de cacería, Las Constelaciones del deseo y Sidra Pino, Vestigios de una serie. Como director y actor ha participado en numerosos festivales nacionales e internacionales y con Murmurante recibió el Premio a la Cultura Ciudadana 2014. Ha sido profesor en la Licenciatura en Teatro de la Escuela Superior de Artes de Yucatán. Es parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2022.