La familia Moghrabi compuesta por el padre Kamel, su esposa Haniya, las dos hermanas de ella y ocho de sus nueve hijos se despertaron en la madrugada del 27 de abril de 1948 y partieron apresuradamente en dos vehículos hacia la frontera del Líbano. El viaje desde Akka en Palestina, hacia la ciudad de Bent Jubail habitualmente se hacía en una hora, ellos tardaron más de 20 sobre carreteras destrozadas, sorteando las minas del camino y evitando a los francotiradores sionistas. Dejaban atrás toda su vida en Palestina, su casa, sus campos, sus muertos y el dinero que habían alcanzado guardar en el banco Nacional Árabe después de años de arduo trabajo y gracias a la buena administración de Kamel.
Él solamente quería instalar a salvo a su numerosa familia en el Líbano y regresar con su hijo mayor a su patria, para luchar por lo que estaba convencido les pertenecía y les sería devuelto. “Será cuestión de días o semanas”, repetía sin cesar.
No lograba entender por qué nunca les habían permitido a los palestinos gobernarse a sí mismos, primero creyeron en las promesas de los otomanos, después las de los ingleses, sobre otorgarles la soberanía de su patria. Ahora, la Asamblea de las Naciones Unidas decidía sin preguntarles que Palestina sería partida, otorgando a los judíos, que llegaron por miles al terminar la Segunda Guerra Mundial, la mitad de su territorio.
Pero lo que le parecía aún inaudito es que los sionistas no se conformaban con la partición y las tierras que les asignaron, pretendían quedarse con todo. ¿Acaso únicamente los palestinos tenían que pagar las culpas por los crímenes de un loco llamado Hitler?
Hacía pocos meses que Kamel llevara a su hijo Hamzi, a enseñarle una extensa tierra que había adquirido. “La dividiré en 10 parcelas” le anunció, “una para cada hijo y una para mí y tu mamá para envejecer rodeado de mi familia y mis olivos.
Akka estaba en el sector árabe, por lo que en un principio Kamel se sintió tranquilo, pero pronto comenzaron los ataques a los distintos poblados del lado palestino y muchos vecinos comenzaron a escapar al ver que no llegaba la ansiada ayuda prometida de los países árabes vecinos, ni las guardias militares de voluntarios lograban victorias. Haniya cuestionaba a su esposo sobre la necesidad de proteger a la familia, pero él no estaba dispuesto a abandonar su patria, sin embargo, muy pronto los constantes rugidos de cañones y de disparos se acercaron a su casa. Kamel tomó la decisión unos días antes de que los sionistas tomaran la ciudad.
Al llegar al Líbano, Kamel sintió una mezcla de alivio y dolor. Nadie dijo nada; no hubo ni lágrimas ni ovaciones. Sería por poco tiempo, se repetía, regresaría a su patria.
La familia Moghrabi, nunca pudo volver, ni recuperó sus tierras, ni su dinero, y pasaron muchas necesidades económicas cuando se les gastó el dinero que llevaban. Cuando Kamel se enteró que habían destruido sus campos de olivo e invadido su casa, sufrió una parálisis que lo mantuvo en silla de ruedas, murió al poco tiempo. Haniya y sus hijos sobrevivieron, los mayores buscaron trabajo y se mantuvieron unidos, adaptándose en el exilio a su “nueva normalidad”.
La humanidad en distintas épocas y en diferentes circunstancias ha tenido que adaptarse a crisis, holocaustos, desastres naturales, tsunamis, genocidios, y pandemias. Tomar caminos alternos, experimentar y descubrir otras formas de vida no es fácil, la posibilidad de un desvió conlleva mucho temor.
La misma palabra acuñada en esta pandemia “nueva normalidad”, implica dejar de ser normal, abandonar el estado natural como describe el diccionario Sin embargo, la historia ha demostrado que las grandes crisis de la humanidad van acompañadas de los más importantes progresos, buenas enseñanzas y avances en la civilización, incluyen compromisos de revisión de pensamientos, gobiernos, sentencias y relaciones con la naturaleza y nuestros semejantes, de repensar esa normalidad.
Hoy debemos salir fortalecidos y, en muchos aspectos, poner en el banco de los acusados los excesos que hemos cometido contra el medio ambiente, contra nuestro mismo cuerpo y, más, con nuestros semejantes en todo el mundo. Ha habido pena y dolor en muchos hogares, como la de la familia Moghrabi, pero así como su historia debe servirnos como enseñanza para no volver a permitir atrocidades como las cometidas en contra del pueblo palestino, (más de 700,000 palestinos se refugiaron en los países vecinos durante 1949-1950), y para nunca más ver esos atropellos como “normales”, los sobrevivientes de esta pandemia tendremos que asumir muchos compromisos de cambio con nuestra alimentación, con nuestra tierra y el medio ambiente, con nuestra lucha por la justicia y contra las desigualdades. Pero antes, y para llegar a eso, espero y deseo que muchos podamos decir en el 2021, como García Márquez: “Todo normal mi coronel”.
La historia de la familia Moghrabi está basada en el libro “El sueño del Olivar” de Deborah Rohan, una excelente recomendación para iniciar el año.
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