Viajando con mis lentes morados: El grandioso Egipto

Mejor que utilizar este valioso espacio para hablar de conceptos y teorías sobre el género femenino y nuestros derechos como mujeres, prefiero optar por otra manera de acércanos a estas temáticas, lúdica y quizá divertida: la experiencia propia.  Les contaré sobre uno de mis viajes a un increíble lugar que conocí a través de mis hermosos lentes morados: el grandioso Egipto.

Después de mi llegada al aeropuerto de El Cairo, y sorprenderme por el aparente caos que imperaba y de los gritos de los guías para reunir a los diferentes grupos  de turistas, me trasladaron a un camión y después al barco que funcionaría durante mi viaje, no sólo como transporte, sino a manera de hotel y comedor. Pasada la noche, salí de mi camarote y fui a la terraza del barco donde me encontré con uno de los paisajes más hermosos y sorprendentes, el azul del rio Nilo, enmarcado en doradas arenas y junto a ellas un verdor intenso de exuberantes palmeras, platanales y diversos árboles, formando un contraste esplendoroso de colores. No pude más que suspirar de satisfacción convencida de que valió la pena cruzar dos continentes, el europeo y el africano para conocer ese maravilloso lugar. Pero lo mejor, y lo peor aún estaba por pasarme.

No abundaré en muchos detalles, sólo compartiré algunos acontecimientos, el primero y más traumático fue al bajarnos del barco en la ciudad de Lúxor. Resulta que los cruceros se sitúan uno junto al otro de tal manera que el grupo de turistas al cual yo pertenencia tuvimos que atravesar varios de ellos antes de poder desembarcar. Delante de mí, había otro grupo de turistas guiados por una mujer menuda de falda larga y una hermosa pashmina floreada cubriendo su cabello, pero al llegar a la salida, ya para pisar tierra, dos guardias enormes le impidieron el paso. La mujer, protestó molesta y se enfrentó a los guardias subiendo la voz, pero ellos continuaron en su postura sin siquiera mirarle o contestar su arenga, hasta que nuestro guía se les acercó y les pidió dejaran de impedir el paso, los hombres finalmente se hicieron a un lado esbozando una sonrisa de burla y una mirada despectiva a la mujer. Bienvenida a Egipto, me dije a mi misma, un país hermoso, pero patriarcal y machista.

Me pregunté si en ese país, dominado por los musulmanes, quedaría algo del que fue el antiguo Egipto. Recordé que durante su larga historia, que incluye el periodo dinástico 3 mil100 años antes de la era común, hasta el periodo Persa 332 a.C. anterior al Helénico, las mujeres tenían ante la ley los mismos derechos que los hombres; podían heredar, conservar y disponer de sus bienes sin consultar con el marido. Incluso se les permitía acceder a la jefatura del Estado en las mismas condiciones que los hombres gracias a una ley promulgada durante la segunda dinastía. 

Encontré huellas importantes de ese antiguo poder femenino en sus templos, así como representaciones grabadas en las paredes de múltiples deidades. Pude contemplar a Mut con su doble tocado, a Hathor la diosa de la alegría, las flores y el amor, y sobre todo a Isis, la gran madre, lactando e inspirando la representación de la maternidad en otras culturas, las madonas de casi todo el mundo.

Diosa Isis

Pero, no es lo mismo leer en libros académicos la intensión patriarcal de invisibilizar  nuestro importante papel en la historia que conocer el enorme templo de Hatshepsut de la dinastía XVIII de Egipto, la faraóna que reinó de 1490-1468 a. C. en una de las etapas más importantes del florecimiento de la cultura egipcia. Y tampoco es igual que en el mismo lugar, el guía te muestre las paredes del templo donde a golpes de cincel borraron su nombre y que te explique después que sus estatuas fueron arrastradas y destrozadas, que su imagen y títulos fueron desfigurados. Entonces, el androcentrismo y su impacto en la historia ya no son teoría, sino realidad plasmada en piedra, como evidencia demoledora de todo lo estudiado.

Pero, para demostrar que mi pleito no es con los hombres egipcios sino con su cultura patriarcal, les confesaré el desfiguro que hice en el Valle de los Reyes: después de agotar mis tres boletos para visitar tumbas de faraones que incluían mi excursión, me quedé sin alguno para conocer la tumba de Ramsés IV, tarde me entere que ahí se encontraba la Diosa Nut, de la que tanto le hablé a mis alumnas en clase.  La desesperación se apoderó de mí y armada de valor me puse frente al enorme guardia que custodiaba la entrada, me incline levemente y de forma repetida le dije: “yo lejos, lejos, Ala, Ala”, suplicando mi entrada. Fue tanta mi insistencia, y quizás su fastidio de verme y escucharme, que como a la quinta vez que repetí mi frase, mirándome de manera severa puso sus dedos en la boca como señal de que me callara y, cuando pensé que me sacaría ahí a empujones, me indicó con sus manos que entrara rápido a la tumba antes que alguien nos descubriera. Y fue así, gracias al buen corazón de un egipcio, que tuve la experiencia más emocionante de mi viaje, mirar en aquella tumba a la Diosa Nut, la que traga el sol todos los días para parirlo después, la del cuerpo estrellado que después se convertiría en el manto de la Virgen María y que, levantada por el Dios del viento, Shu, dividió la tierra y el cielo. Igualito como le sucedió a otra diosa a millones de kilómetros de distancia, a Cipactli, la diosa azteca que fue partida en dos por Quetzalcóatl, una arriba y otra abajo, para formar el cielo y la tierra.  ¿Analogías casuales? No, yo no creo en las casualidades.

Diosa Nut

A través del análisis de las religiones y los mitos podremos comprender cómo se impuso el patriarcado y Egipto es ideal para ello, ahí en uno de sus barrios antiguos, donde podrías imaginar que aparecerá en cualquier momento Jesús montado en su burrito,  puedes visitar también una iglesia Copta y entrar a uno de sus oficios religiosos en donde hombres y mujeres son separados desde la entrada por un pasillo, pero al menos están sentados en igualdad de circunstancias.

Mas traumático fue entrar a una sinagoga judía donde los hombres están sentados orando mientras las mujeres en el segundo piso observan paradas y, no muy lejos de ahí, a unas cuadras, encontrarnos una mezquita musulmana con dos entradas diferentes: para hombres y mujeres, y descubrir que ya adentro no podrán verse entre sí, pero sí mirar detrás de un cristal el Arca de la Alianza.

Sus templos, sus pilares, sus esfinges son todo lo hermoso que ustedes se pueden imaginar,  pero una no se puede abstraer de su sociedad actual. Por eso, en la mañana que nos dieron libre en la ciudad de Asuán, decidí recorrer, junto con el que fue mi acompañante en aquel entonces, lugares no turísticos. Fue así que al pasar junto a una escuela me encontré un ventanal desde donde pude mirar a unas mujeres dedicadas a realizar manualidades, flores de papel crepe y bordados entre otros. Por su puesto, yo no sé nada de árabe, ni ellas sabían español, pero después de un rato me encontraba platicando con ellas animadamente, entre señas, algunas palabritas en inglés y mucho ingenio. Entonces, la que al parecer era la maestra o directora me hizo una seña para que entrara a la escuela y yo no lo pensé dos veces, en unos minutos nuestros rostros y brazos se encontraron, nos miramos con alegría y empezamos nuevamente a tratar de comunicarnos cuando dos figuras siniestras entraron al salón: un árabe muy alto y mal encarado que gritaba que me saliera de la escuela, y mi acompañante, que también era alto y fornido, exigiéndome lo mismo. Dos mujeres y dos hombres discutiendo, dos brazos fornidos arrastrando a la maestra hacia lo que creo era la dirección de la escuela y otros parecidos arrastrándome hacia afuera.

Durante todo el regreso al barco me dediqué a jurar por las diosas que todas las mujeres del mundo nos uniríamos para que ningún varón patriarcal pudiera evitarnos entrar o salir de donde nos viniera en gana. Feministas del mundo uníos, fue ese día mi grito de batalla.

Jamás olvidaré Egipto, espero regresar pronto luciendo mis hermosos y agudos lentes morados ¿Alguien se anima a acompañarme?

Georgina Rosado Rosado
Georgina Rosado Rosado es egresada de la Universidad Autónoma de Yucatán, de la licenciatura de Ciencias Antropológicas (UADY), tiene una maestría en Antropología Social en “El Colegió de Michoacán”. Profesora Investigadora de la UADY durante 33 años, donde realizó diversas investigaciones sobre la mujer y las relaciones de género, la cultura maya, la violencia y discriminación entre los jóvenes, entre otras temáticas. Pionera en la aplicación de la perspectiva de género en la docencia y en la investigación en Yucatán. Autora y coordinadora de diversos libros sobre los temas mencionados, así como de artículos científicos y de divulgación en revistas nacionales e internacionales. Durante la gestión de gobierno 2007-2012, fue directora general del Instituto para la Equidad de Género del gobierno de Yucatán (IEGY). Integrante del Sistema Nacional para la Prevención, Atención, Sanción y Erradicación de Violencia y del Sistema Nacional de Igualdad entre Mujeres y Hombres. (2007-20012). Siendo directora del IEGY desarrollo un programa editorial gracias al cual se editaron la Revista “Alas de Mariposas” y cincuenta libros de diversos autores y autoras entre ellos “La Siempreviva”, emblemático del Bicentenario del gobierno del estado. La maestra Georgina Rosado es autora de publicaciones muy relevantes destacando entre estas: 1) Mujer maya: Siglos tejiendo una identidad. 2) Amazonas: Mujeres líderes de la Costa Yucateca, 3) Género y poder entre los mayas rebeldes de Yucatán, 4) Violencia y discriminación de género entre jóvenes de educación media superior en Yucatán. 5) Mujeres en tierras mayas: Nuevas Miradas, 6) Deshaciendo Nudos y 7) Las Hijas de Eva. Las semillas de una revolución. Articulista del Por Esto! del 2000 a la fecha. Colaboradora de la sección Unicornio donde participa en la difusión y desarrollo del periodismo cultural y científico.