Las mujeres que hemos migrado del área rural a la ciudad, como es mi caso, hemos pasado por una serie de procesos para adaptarnos a contextos inimaginables, desde la escuela hasta el espacio público.
Ser maya es un reto en una ciudad con muchos matices, tintes, con historias de discriminación, racismos, donde a la fuerza te adaptas si quieres sobrevivir y superarte, una ciudad en donde lo maya es visto como mano de obra para servicio doméstico, para criar a los hijos de la gente adinerada, donde los mayas si no trabajan es porque son flojos y no quieren una superación, son pobres porque así les gusta estar.

Pasar de la discriminación a la superación, de aceptar que ser maya no es sinónimo de pobreza, es un largo proceso, difícil, pero es posible y, quizá, eso mismo genera una mayor empatía con mis hermanas mayas. Reflexiono, sobre el papel tan importante de las mujeres en la sociedad actual, en Yucatán, en México, su participación en el sentido de ir rompiendo esquemas para ser visibles en distintos espacios y lo representa para las comunidades.
Si bien es cierto que las brechas de igualdad aun requieren de un largo camino de lucha, hoy se vislumbran las aportaciones de mujeres mayas en lo educativo, lo comunicativo, lo productivo, lo artístico, entre otros. Habemos educadoras, antropólogas, comunicadoras, actrices, funcionarias, editoras, promotoras, escritoras, deportistas. No sólo somos artesanías, no sólo somos monumentos.
Sin duda, la lucha de las mujeres que nos han antecedido ha requerido de mucha participación y organización. Somos el rostro de esa mujer maya que quiero que conozcan. Hablar la maya me da fortaleza, venir de un pueblo no es sinónimo de ignorancia, sólo son las condiciones socio económicas que nos tocó vivir y el esfuerzo nos hace trascender nuestras realidades y decir aquí estamos, luchando en nuestro día a día, por nuestros hijos e hijas, por ser visibilizadas en todos los ámbitos con los mismos derechos que todas las mujeres y hombres.

Habemos educadoras, antropólogas, comunicadoras, actrices, funcionarias, editoras, promotoras, escritoras, deportistas mayas. No sólo somos artesanías, no sólo somos monumentos.
Elisa Chavarrea Chim
Las mujeres mayas hemos caminado y aprendido a romper barreras, decidimos superarnos sin sacrificar nuestra propia identidad, nuestra propia manera de vivir, con el mensaje de que también tenemos los mismos derechos, podemos buscar las mismas oportunidades y exigir que nuestro nombre maya no sólo sea usado de manera superficial como si la identidad fuera algo simple.
En la ciudad podemos encontrar mujeres que han logrado superar el miedo a no poder mantener una familia solas, casos en los que, sumidas en una historia de discriminación y despojo, siguen con fe y convicción de mirar crecer a sus hijos, hijas, nietas, nietos; más allá de las críticas que como mujeres enfrentan de su misma comunidad por salir a trabajar.
Sin duda, la realidad de la ciudad no se asemeja a la de las mujeres mayas que viven en las comunidades del interior del estado donde faltan servicios de calidad, servicios médicos, información oportuna y pertinente. Es ahí donde, quienes vivimos en la ciudad, nos volvemos empáticas y voceras de esas mujeres que luchan cada día para salir adelante, para buscar una vida mejor, porque hemos vivido lo que ellas aún enfrentan y les decimos: aquí estamos, caminamos el mismo camino, pero no sólo en marzo. Recordar cómo viven, como vivimos, es todos los días. La lucha es cada amanecer y anochecer, nos toca también mostrar esa realidad ignorada de las mujeres mayas.

Foto: Portada del libro Sakalbil Woojo’ob, Palabras tejidas.
Es tiempo de mostrar nuestro rostro, estamos vivas, estamos en nuestro derecho a la lucha, aquí seguimos, las mayas no nos fuimos, luchamos día a día para que se reconozca nuestro aporte, adaptándonos a los cambios, para ser visibles en todos los ámbitos, porque conocemos nuestra realidad, vivimos nuestra realidad, somos el rostro de la sociedad como mujeres y como mujeres mayas, sólo buscamos una participación igualitaria. Maaya ko’olelo’on kuxa’ano’on.
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