Quintana Roo
Eres doncella que el caribe baña
reina preciosa que el camino mellas
Chetumaleña se escuchan tus huellas
tú eres chiclera que ni al tiempo engaña.
Furia en tus aguas, huracanes gesta
fina armadura de corales bríos
son caracoles, sacrificios fríos
mármol de estrella de tu lecho en fiesta.
Son tus leyendas de ancestrales mayas
rayos que emanan de tu invicto escudo
perlas preciosas de suprema laya
suave eres canto de un mensaje rudo
aventurera que a tus pies me encallas
dame la calma, ya que Ixchel no pudo.
Chetumal ( Del libro de cuentos Nada que Fingir)
Regreso después de quince años. Me siento en la banca que siempre estuvo ahí, ocupada por el mismo espectador fiel a su vocación, gentil y cortés saludando a quienes, día a día, transitábamos por la av. Héroes. Algunos llevan carriolas, otros a sus hijos de la mano, algunos más con los hijos mayores. Otros estamos solos en esta avenida, sin papá o mamá que nos lleve a los algodones de azúcar, a los hot dogs empanizados, a los machacados de frutas, que refrescaban las insoladas caminatas vespertinas. Las venteras de cada esquina ofrecen chicharrones, palomitas, esquites, elotes y fruta con chile y limón.
Esa banca hoy es mía por primera y posiblemente por última vez. Ya no soy el transeúnte de quince años atrás. Hoy soy el espectador de ese retrato chetumaleño que ha vencido al tiempo; las mismas acciones, los mismos lugares, detrás de la banca el monumento a Gonzalo Guerrero, y el Mercado Andrés Altamirano, y en la calle, los que transitamos.
Intento reconocer a alguien en medio de ese entorno, que parece fotografía de los noventas, pero no distingo a nadie. Ya no está el que ocupó esta banca años atrás: un anciano de tez quemada, de mirada agradable y sombrero de paja, con la voz enrarecida por el tabaco. Parecía que me esperaba cada viernes cuando acostumbraba, con mis amigos de adolescencia, caminar rumbo al Boulevard, “Hola güero, buenas tardes güero, que te vaya bien güero”.
Nadie me voltea a ver; me siento obligado al saludo, pero ni siquiera perciben que estoy aquí sentado. Nunca supe el nombre del anciano, sólo sé que si él hubiera estado en esta banca, Chetumal sería más cálido. Junto a mí pasa, casi atropellándome, una señora que se detiene a comprar un granizado de uva para su hijo. El niño me mira, como esperando algo de mí; me pongo de pie, le acaricio la cabeza despeinándolo un poco: “hola güero” le digo, mientras camino sobre la Av. Héroes, cazando algún recuerdo atrapado en las paredes de sus edificios.
Excelentee gustó mucho tu poesía y ni qué decir de la prosa me gusta mucho tu estilo literario. Felicidades.