Dramaturgia Si quieres tener lazos, debes coserlo de Pamela Castro Amaya

A: Juana, la abuela
B: Luisa, la hija
C: Marta, la nieta

Una habitación amplia, de techos altos; paredes color verde menta decoradas con figuras religiosas: santos, cruces, oraciones. Poca iluminación; por el lado derecho entra la luz del sol. Al centro un foco que apenas ilumina y dos sillas de madera; en una está sentada Juana con retazos de tela sobre sus piernas, a su derecha tiene una mesita de madera con hilos; en la otra está Luisa con un pedazo de tela sobre las piernas.  

Juana: Tienes que ir despacio, para que queden derechitas las líneas. No andes a la carrera; fíjate bien de lo que haces.

Luisa: Estoy haciéndolo despacio…

Juana: ¡No! Mira como metes y sacas la aguja, pareces máquina de coser. Hazlo al ritmo de tu respiración.

Luisa continúa costurando; Juana la observa.

Juana: Que vayas despacio, te digo. Mira: Juana estira la tela que está costurando y la pone a la altura de la vista de Luisa. Uno, dos; uno, dos. Juana mete y saca la aguja por la tela lentamente. Si no puedes hacer algo tan simple como el dobladillo de un mantel, ¿cómo pretendes hacer un vestido?

Luisa: Aleja con la mano la tela que Juana insiste que vea. Ya, Mamá, ya te entendí. No me estés presionando, no estoy de humor para tus regaños.

Juana: Pensé que querías aprender, hija. Bueno, ya no te presiono. Hazlo a tu ritmo, ya no me vengas a decir luego que porqué te quedan chuecas las mangas o que se te rizó el cierre.

Luisa: No, Mamá, que sí quiero aprender…

Juana: Entonces, ¿qué pasa, hija? No te concentras.

Luisa: Es que ayer Marta…

Juana: ¿Sigues peleando con Marta? Ya te dije que la dejes en paz.

Luisa: ¿Cómo la voy a dejar en paz? ¿Y que haga lo que quiera? Soy su madre, por Dios, es mi obligación cuidarla. No tiene límite: llega en la madrugada, a veces acompañada por personas que no conozco; dejó la escuela; se hizo un tatuaje… Anoche llegó con una botella y un cigarro en la mano. ¿Lo peor? Nunca le doy dinero, y la floja no trabaja; no tengo idea de cómo le hace para pagarse la fiesta.

Juana: Ay, hija, es la edad. Me acuerdo que cuando tú tenías la edad de Marta también llegabas tarde por las noches.

Luisa: Mamá, a los dieciséis años mi única diversión era ir al cine, y a veces iba a la función de media noche; por eso llegaba tarde. No andaba enfiestada bebiendo y fumando.

Luisa pone a un lado su costura. Juana continúa costurando sin voltear a ver su hija.

Juana: Bueno, es que son dos generaciones diferentes. En tu época lo único que había en este pueblo para entretenerse era ese cine al aire libre; ahora ya hay plazas comerciales, antros, bares… Es obvio que una adolescente querrá probar eso.

Luisa: Marta ni siquiera tiene edad para entrar a un bar o a un antro, ¿estás de acuerdo? Se lleva las manos a las sienes y se las masajea.

Juana: Mientras costura. Deja que lo pruebe, luego se va a fastidiar y cuando te des cuenta a la niña le va a dar flojera salir de casa un viernes a las diez de la noche.

Luisa: No, Mamá, no puedo permitir eso. Tengo que imponerle límites; no me importa que me odie, si eso va a mantenerla a salvo. No sé con quienes se junta, me da miedo que le hagan daño o que la metan en problemas. ¿Qué tal si la meten en las drogas? Se rasca los brazos nerviosa.

Juana: Deja su costura; mira a Luisa. Hija mía, creo que el estrés te está afectando y te nubla el juicio; pero está bien, haz lo que tú consideres adecuado respecto de la crianza de tu hija.   

Juana retoma su costura. Luisa se queda inmóvil, con la mirada perdida. Nadie habla.

Luisa: Se pone de pie. Mejor lo dejamos hasta aquí. Guarda los hilos en la caja.

Juana: ¿Qué quieres que te diga? Te digo lo que pienso, te molestas; te doy por tu lado, te molestas. Con nada estás contenta. Ya te dije que dejes a mi nieta en paz, ya se le pasará. Es una buena muchacha, siempre tan cariñosa conmigo. Contigo se porta de esa manera porque quieres manejarla a tu antojo. Entiende que no es como tú: es diferente.

Entra Marta a la habitación y corre a los brazos de su abuela; la besa. Ignora a su mamá que está de pie a un lado de ella.

Marta: ¿Qué haces, abue?

Juana: Un nuevo mantel para el comedor. Le acaricia el cabello a su nieta.

Marta: ¡Qué bonito! ¿Me enseñas?

Juana: A ti, mi vida, lo que me pidas. Agarra ese retazo de tela que tu mamá dejó y acércate a mí. Te voy a mostrar cómo enhilar la aguja y cómo hacer dobladillo. Ahorita vengo.

Juana sale de la escena; Marta y Luisa se quedan solas sin dirigirse la palabra. Por momentos se miran de reojo.

Regresa Marta con un vaso en cada mano.

Juana: Toma, mi vida, para que te refresques. Le puse piquetito. Guiña el ojo.

Luisa: ¡Mamá!

Marta: Gracias, Abue. Bebe todo el contenido del vaso. Estaba delicioso.

Luisa: No lo puedo creer; en mi cara, Marta. Son unas descaradas. Se lleva las manos a la cabeza y se jala el cabello. Mamá, después de todo lo que te acabo de contar… Rompe a llorar.

Juana voltea los ojos; se muestra harta de la actitud de su hija. Marta sonríe triunfadora mientras ve a su madre llorar. Ignoran el llanto de Luisa.  

Juana: Mira, primero chupas la punta del hilo y lo metes por el ojal de la aguja. Enhila la aguja. Ya cuando pase, jalas el hilo hasta dejarlo parejito con el que está en el otro lado. Estira el hilo hasta dejarlo en dos hebras de la misma longitud. Le haces un nudo aquí al final para que no se te escape la aguja.

Marta: Enhila la aguja sin dificultad. ¿Así, abue?

Juana: Contenta. ¡Bravo! Qué maravilla, estás aprendiendo rápido. Ahora vamos a costurar el dobladillo. ¿Quieres otro?

Marta: Por favor.

Juana sale de nuevo de la escena. Luisa se pone de pie frente a Marta; le arrebata la tela.

Luisa: Está horrible esto. Jala los hilos con sus uñas.

Marta: ¡¿Qué haces?!

Luisa: No te quedó bien, lo vas a tener que volver a hacer. Aunque para ti eso no es un problema, ¿no? Te puedes quedar horas y horas bebiendo; es un buen pretexto.  

Marta: Dame eso. Intenta arrebatarle la tela a Luisa. ¡Que me lo des!

Luisa avienta la tela lejos. Agarra los hilos y los empieza a aventar uno por uno. Le tira algunos a Marta.

Marta: Llorando. ¿Qué te pasa? ¿Por qué me haces esto?

Luisa: Ya te dije que no me gusta que estés bebiendo. Ni siquiera eres mayor de edad.

Marta: Mamá, eso no tenía nada. Era una broma.

Luisa: Sí, como no. A ver, acércate para que te huela la boca.

Marta: Estás loca.

Entra Juana a la escena apresurada; se nota preocupada.

Juana: ¿Qué les pasa? ¿Por qué están discutiendo?

Marta: Abuela, mi mamá está loca. Empezó a aventarme los hilos…

Luisa: Ya me gastaste la paciencia. Las dos. Par de borrachas.

Juana le da una cachetada a Luisa; se queda inmóvil con la mano extendida. Se muestra arrepentida. Se sienta en la silla con las manos cruzadas sobre su regazo. Luisa y Marta permanecen calladas.

Juana: Nunca les conté cómo aprendí a costurar. Era aprendiz en un taller que estaba cerca del centro. Ahí iba todas las tardes a ayudar a doña Marcela, la modista. Así como tú, Marta, en seguida le agarré a la costura. Poco a poco me dieron más responsabilidades; primero barría los retazos de tela, luego corté patrones, ya a lo último me quedaba sola en el taller para atender a las clientas. Todos los viernes, antes de cerrar el taller, doña Marcela me pagaba. Un viernes no apareció, y como al día siguiente era la fiesta del pueblo y quería comprarme algunas cervezas para festejar, agarré dinero de la caja sin permiso. Ese día habían ido varias clientas a dejar anticipos, y como pensé que no había manera de que doña Marcela se entere, puesto que no estaba ahí, tomé ese dinero. Al día siguiente gasté todo en la fiesta del pueblo; invité a varios amigos a los tragos y tamales. Mi lengua, larga por el alcohol, no dejaba de presumir que lo que estábamos gastando era el dinero que acababa de tranzar. El lunes me dijeron que si no tenía el dinero que me había llevado mejor me fuera. Me di la media vuelta y me fui; nunca devolví el dinero.

Luisa se sienta en la silla donde estaba previamente; mira a su hija. Marta toma las manos de su abuela. Juana, avergonzada, llora y sale de la escena.

Marta, nerviosa y sin saber qué hacer, retoma la costura. Llega al final de la tela; no sabe qué es lo que sigue. Luisa se acerca a su hija.

Luisa: Aquí a lo último fuiste rápido y se te hizo un nudo.

Marta: Apenas estoy empezando.

Luisa: Te estoy corrigiendo, no te estoy humillando. Quiero que lo que hagas salga bien. Mira, tienes que seguir por todos los bordes de la tela para que puedas terminarlo.

Luisa toma la tela y dobla las orillas no costuradas; les pasa alfileres para que la sostengan. Le devuelve la tela a su hija.

Luisa: Ya con esto puedes continuar.

Marta: No sabía que para eso son los alfileres.

Luisa: Yo tampoco, hace apenas unas semanas lo aprendí de mi mamá. A veces es indispensable acercarse a alguien que sabe un poco más, ¿no crees?

Marta: Creo que voy a empezar a pasar las tardes con ustedes para que la abuela me enseñe a costurar.

Luisa: Nos encantaría.

FIN

Pamela Castro Amaya
Nació en Mérida, Yucatán. Abogada postulante y estudiante del área de Creación Literaria del Centro Estatal y de Bellas Artes.