Han transcurrido ocho largos meses desde la aparición en Cuba de los primeros casos de la COVID-19 y ahora, a sólo dos del adiós al 2020, es que la totalidad de los niños y jóvenes han podido regresar a sus centros de enseñanza. Es una de las más dañinas consecuencias de la pandemia y de la estela de sacrificios y sufrimientos provocados a la sociedad.
Como en muchas otras partes del mundo, el sistema de Educación de la mayor de las Antillas sufrió, tempranamente, los embates de la enfermedad, al cerrarse las instituciones escolares de todas las enseñanzas y con ello, la interrupción del curso lectivo de manera presencial.
Las alternativas para evitar un trauma mayor, nada nuevas en el escenario surgido, aparecieron y durante los meses subsiguientes los contenidos llegaron a los estudiantes de primaria, secundaria y preuniversitarios a través de las Teleclases, con la utilización de tres canales de la televisión cubana destinados para esos fines.
Incluso, para aquellos que debían concluir su último grado en la enseñanza media superior, el uso de la televisión contribuyó a su preparación de cara a las pruebas de ingreso a la Universidad, exámenes que se realizarán en el transcurso de este mes de noviembre.
Y si bien en los inicios de la primera década del actual siglo la popularidad de este método de enseñanza alcanzó a todo el país, hoy su utilización es complementaria y sobre él no puede sustentarse, solamente, la estrategia para la recuperación del tiempo perdido.
Es por ello que, desde este dos de noviembre, todo el país se encuentra inmerso en la recuperación de las clases, con el reinicio del curso en La Habana y la continuación en el resto de las provincias, que desde el primero de septiembre habían iniciado con normalidad el retorno a las aulas.
Sin embargo, las experiencias acumuladas en este periodo deben servir para su aplicación en etapas venideras.
Lo que ya todos llamamos nueva normalidad al parecer llegó para acompañarnos por mucho más tiempo del que deseamos y si en algún sector de la sociedad será imprescindible tenerla en cuenta, será en el de la Educación.
Imprescindible será la aplicación de las medidas higiénico-sanitarias en todas las instalaciones, pues en las edades primarias, sobre todo, aun los más pequeños no tienen la percepción de riesgo necesaria para cuidarse y evitar el contagio con el virus. Esa es quizá ahora mismo la mayor preocupación de la familia, que por un lado apoya la vuelta a clases y por el otro manifiesta la lógica preocupación de hasta dónde las medidas protectoras serán efectivas en los conglomerados estudiantiles.
Varias medidas se han tomado al respecto y el transcurso de los días dará la respuesta a si fueron efectivas o no.
Por otro lado, la transmisión de valores como la decencia, la solidaridad, el civismo, que son algunos de los pilares del sistema educativo nacional, afianzados durante todos estos años, necesitan de su cultivo en el contacto educador-educando, para lo cual se hace necesario que las aulas vuelvan a sentir las voces de sus protagonistas.
Si en Cuba algo une a toda la sociedad, es el curso escolar. Cada septiembre, son millones las personas vinculadas al acontecimiento, pues de alguna manera todos tenemos que ver con ese suceso.
Ya bien como maestros, estudiantes, familias, miembros de la comunidad, cada periodo docente significa mucho en un escenario donde la apuesta por la educación siempre ha estado entre lo más importante.
Este septiembre, una parte de los escenarios escolares cubanos permanecieron en silencio. No hubo ni los matutinos tradicionales de bienvenida, ni la entonación del Himno Nacional junto al izamiento de la bandera de la estrella solitaria.
Como mismo trastocó la vida cotidiana de todos, los impactos de la COVID-19 no sólo han alcanzado a la salud física de las personas. Las muertes por esta enfermedad han llenado de luto a millones de familias en todo el planeta, pero no se sabe cuánto afectará, aún más, en la vida espiritual futura de la humanidad.
La educación es el alma de cualquier sociedad, y sin ella quedamos huérfanos de espíritu. Es tan necesaria como el alimento, es tan útil como el aire, tan importante como la vida propia.
José Martí, el Apóstol de la independencia cubana, dijo: «el cultivo de la inteligencia, ennoblece», y yo agregaría que como único podemos cultivarla es con una educación adecuada para cada etapa de la vida.
«Saber leer es saber andar. Saber escribir es saber ascender, dijo el Maestro, y en otro de sus pensamientos sentenció: «La Educación es como un árbol: se siembra una semilla y se abre en muchas ramas. Sea la gratitud del pueblo que se educa árbol protector, en las tempestades y las lluvias, de los hombres que hoy le hacen tanto bien. Hombres recogerá quien siembre escuelas».
La pandemia de la Covid-19 interrumpió un rumbo, pero no lo cercenó. Las más diversas estrategias han permitido mantener, al menos, la vitalidad mínima del sistema educativo nacional, ese que ahora se prepara para los nuevos retos, en medio de un mundo que, aun, no sabe cuándo concluirá este momento.
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