Narrativa Recuerdos de mi amigo Willy de Ivi May

I

Nunca llegué a saber cómo mi amigo Willy atravesaba puertas y paredes, sólo sabía que eso no es algo muy común para niños de su edad. Willy llegó a nuestra comunidad hace como cinco días. A partir de su llegada la noche se hizo menos oscura, como si la luna brillara más de la cuenta y eso no hizo feliz a mucha gente, sobre todo a los ladrones y a los niños que se escondían mientras jugaban, por eso no comenté con nadie el hecho de que Willy pudiera atravesar puertas de madera o paredes de concreto como hacen los fantasmas.

Hay que decir que Willy no era desconfiado, su familia incluso nos invitó a comer al día siguiente de que se instalaron en este lugar. A pesar de que yo sabía que Willy tenía alguna especie de poderes mágicos, nunca lo vi hacer nada extraordinario en su casa (los días siguientes en que fui y ya sabía de su secreto), tampoco en la escuela donde iban los pocos niños que vivíamos en aquella comunidad. Para todos, menos para mí, Willy era la persona más normal de todas.

II

Los viernes después de cenar, todos los niños salíamos a jugar “patealalata”. Un juego muy sencillo, para muchos, pero debo de confesar que para mí era un juego que me causaba un enorme pavor. Era como las escondidillas, sólo que alguien tenía que patear una lata para que saliera disparada a la mayor distancia posible, el buscador tenía que ir por la lata mientras los demás se escondían; el buscador tenía que colocar la lata en el lugar desde donde se pateó, pero al regresar de buscarla tenía que caminar de espaldas, por lo que le daba tiempo a todos los niños de buscar o elegir magníficos escondites.

Mi mayor temor consistía en ser el elegido para ir en busca de la lata, esa elección se sometía a un sorteo con papeles, el que tuviera el marcado con una “X” sería el primero y el único de la noche en buscar, ya que el chiste era encontrar a todos, pero sin perder de vista la lata, porque si cuatro o cinco eran encontrados y alguno salía de su escondite sin ser visto y tocaba la lata sin que el buscador se diera cuenta, entonces se volvía a patear la lata y se recomenzaba con la búsqueda.

Hay que decir que era casi imposible que alguien pudiera encontrar a los 12 que éramos sin descuidar la lata, por lo que la suerte decidía si tenías que ser tú el que pasaba más de cuatro horas busque y busque, o el que se pasearía cuatro horas conociendo escondites nuevos.

Así fue que conocí el techo de todos mis vecinos, la parte de debajo de los autos estacionados que sabía nunca arrancarían, ya fuera porque estaban descompuestos o porque sus dueños ya no saldrían de casa; la cima de todos los árboles del rumbo, ya que eran uno de los mejores sitios para esconderse y muchos lugares más.

Un día Eugenio había encontrado a 10 de nosotros, sólo quedábamos Willy y yo, estábamos escondidos dentro de la bodega de doña Rosa, una señora de 80 años que siempre nos cerraba un ojo en señal de complicidad cuando nos acercábamos a su bodega. Si Eugenio miraba en ella estaríamos perdidos, ya empezaba a temblar cuando lo sentí acercarse, porque al último que encontrara se convertiría en el nuevo buscador, y la noche era joven. Antes de que Eugenio abriera la puerta y dijera mi nombre, Willy había atravesado la pared para ir a tocar la lata, ahí fue que conocí el secreto de Willy.

III

Había pasado un mes desde que me enteré del secreto de Willy, él nunca me decía nada, pero me miraba con complicidad. La luna seguía siendo resplandeciente, como no dejaba de serlo desde el día que llegó.

Una noche los ladrones se molestaron, no pudieron soportar tanta luz de luna, entonces se levantaron en armas y encerraron a todos los niños en calabozos y los obligaron a apagar la luz. La luz es un arma que hiere al ladrón, por eso tenían ganas de exterminarla. A mí me encerraron junto con mi familia en nuestra propia casa. Llevaba tres días encerrado cuando apareció Willy, tenía el rostro triste y pálido, se despidió de mí diciéndome que intentaría encontrar un país mejor para vivir y atravesó la pared; entonces mi casa se hizo aún más oscura. Han pasado casi seis años de eso y hasta ahora no lo he vuelto a ver.

Director del Grupo “2012 TEATRO”. Estudió la Maestría en Dirección de Escena (ESAY) y la Licenciatura en Literatura Latinoamericana (UADY). Cursó el II Diplomado Nacional de Estudios de la Dramaturgia (INBA-CONACULTA) y el Diplomado Nacional de Dramaturgia de la Zona Sur (CONACULTA-ICY). Premio Estatal de la Juventud en el área artística 2007 y Medalla al periodismo cultural “Oswaldo Baqueiro López 2017”. Finalista del Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo en 2005, 2009 y 2013. En el año 2010 fue ganador del II Concurso Regional de Creación Literaria Dante en el área de teatro. Obtuvo el primer lugar en la categoría B (lectores de hasta 12 años) en el Premio Estatal de Literatura Infantil “Elvia Rodríguez Cicerol 2011”. Premio Regional de Poesía “José Díaz Bolio 2014”. Primer lugar en el V concurso Nacional de Dramaturgia Altaír Tejeda de Tamez 2015. Ha publicado media decena de libros, su obra ha sido incluida en diversas antologías, revistas y suplementos culturales a nivel nacional.