I
Las voces que rompen el silencio con su grito acallado lanzan permanentemente señales de alerta que no siempre sabemos interpretar. En Yucatán, el pasado 2021, se rompió un lacerante récord de casos de suicidio con al menos 246 reconocidos oficialmente, aunque existen otras estadísticas que hablan de más de 300. Lo cierto es que se rebasó la mayor cifra en una década, con un muy preocupante incremento en la ejecución de la muerte autoinfligida por menores de edad, siendo los hombres quienes encabezan la lista con números que triplican el conteo de mujeres. Ahora, entrando al sexto mes de 2022, se han rebasado los más de 100 casos concretados en la entidad.
En el contexto global actual no es difícil asociar este incremento de suicidios con la pandemia de Covid-19 y sus estragos en todos los ámbitos de la vida humana, sin olvidar las condiciones difíciles de vida previas a la propagación del virus, pero la desesperanza y la ansiedad se multiplicaron rápidamente en el mundo, junto a los despidos masivos, la precariedad, los procesos de duelo abiertos intempestivamente por todas las pérdidas acumuladas (tanto de seres queridos como en términos materiales) y su confrontación en muchos casos de manera deficiente por la poca o nula educación emocional y cuidado psicológico en la mayoría de la población, factores que terminaron de catapultar incontables procesos de crisis acumulados que se desbordaron de manera angustiosa sin que necesariamente hayamos podido advertirlo o saber cómo evitarlo.

Sin embrago, y de forma contradictoria, a pesar de que el suicida (mujer y hombre) suele idear el hecho en su interior generando un silencio profundo sobre aquello que le aqueja, también es señalado por una gran diversidad de especialistas que los y las suicidas envían señales puntuales a quienes les rodean, pero ante la falta de conciencia de las formas de estas manifestaciones de pesar y en general de los malestares psíquicos, estas señales o gritos acallados no encuentran el eco idóneo que posibilite la atención y la prevención, esto es algo que quienes hemos perdido a un ser querido de esta forma solemos aprender demasiado tarde y aún sabiendo que no significa culpa o responsabilidad, es muy difícil borrar la huella que nos queda grabada en el alma tras la partida impensada de quien instantes antes compartía la vida con nosotros.
El suicidio es mucho más que algo serio, poco a poco va ganando terreno entre las estadísticas de las principales causas de muerte, su incremento es una urgente llamada de atención tanto para las autoridades, especialistas, investigadores y sociedad en general, sus alertas y señales están ahí donde aún no hemos sabido llegar, entre otras razones por la falta de una educación emocional que nos ayude a saber cómo gestionar y expresar abiertamente de manera interna y externa los conflictos y pesares que nos angustian o causan algún tipo de malestar, los mitos y los tabús que en pleno siglo XXI siguen circundando al suicidio tienen que ser superados y revertidos mediante políticas públicas de salud mental y emocional, además de la implementación de procesos informativos y educativos de concientización sobre las emociones-necesidades humanas, rompiendo las concepciones equivocadas que señalan que hablar de nuestros pesares solo los incrementan, cuando en realidad hablarlos puede ser la gran diferencia que nos permita escuchar esas voces del silencio que gritan por un poco de ayuda. Lejos de una mirada moralizante o religiosa, lo que se busca es comprender un hecho humano que se acrecienta de manera acelerada.
II
En la tercera década del siglo XXI sigue resultado difícil hablar del suicidio, aún se le considera un tabú que propicia temor, ya sea por el dolor que ocasiona o por la idea que supone que al hacerlo se provoca un aumento en su práctica; estos pensamientos forman parte de los mitos que a su alrededor existen y que impiden la profundización y comprensión del tema.
Estos mitos nos alejan de conocer y comprender las conductas suicidas y no contribuyen a reconocer la evidencia y su acrecentamiento entre la población. El suicidio es una realidad que va en aumento, ocupando uno de los primeros lugares de causa de muerte en la gran mayoría de los países del mundo, siendo únicamente desplazado por la violencia ocasionada por accidentes o la pobreza y el hambre, superando ya a las muertes por hechos de guerra. Según la tendencia reportada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) se prevé un incremento de muertes por suicidio en la actualidad, más aún por las condiciones agravadas que vivimos a raíz de la pandemia de Covid-19. Tan sólo en Yucatán, durante toda la epidemia se han reportado de manera oficial cerca de 500 suicidios, de 2020 a lo que va de 2022. El contexto social, económico y cultural es de suma importancia, los datos muestran que la mayor cantidad de casos se presentan en personas que viven pobreza, marginación, explotación y violencia, condiciones que merman sus perspectivas hacia el futuro.

Las estadísticas indican que durante la pandemia se han registrado en Yucatán suicidios de niñas menores de edad y se han reportado diversos intentos de suicidio entre jóvenes en un rango de 12 a 19 años. Lo complejo del tratamiento, estudio e investigación del suicidio es por el hecho de que sus causas son multifactoriales, suele observarse más de un indicador en cada caso. Los sentimientos de desesperanza y depresión, junto a los problemas personales, laborales, afectivos, académicos y familiares aceleran estos comportamientos.
Observando la información disponible es posible relacionar un porcentaje mayoritario de los casos de suicidio a condiciones de pobreza y marginación, sin olvidar, que hasta la fecha en pleno siglo XXI, hablar del suicidio sigue siendo un tabú social y que particularmente entre los sectores acomodados de la burguesía esta información es manejada con mayor recelo, lo que dificulta la caracterización completa de los casos y las condiciones sociales de los y las suicidas.

El suicidio se ha interpretado de diferentes formas y por diversas corrientes de pensamiento, entre ellas, la teoría sociológica elaborada por Émile Durkheim, quien en su obra Suicidio (1897), considera que los hechos sociales deben ser estudiados como cosas, como realidades exteriores del individuo. Así la tasa de suicidios no puede ser explicada únicamente por motivaciones individuales, este autor interpreta que no son las personas las que se suicidan, sino que es la misma sociedad la que lo hace mediante ciertos individuos. Durkheim comenta que los suicidios son resultado de diferentes malestares en la relación entre individuo-sociedad y establece para su análisis cuatro formas de suicidio: el egoísta, el altruista, el anómico y el fatalista.
Por su parte, Carlos Marx también reflexionó sobre el tema en un texto titulado “Acerca del suicidio” escrito durante su exilio en Bélgica, en el que analiza-crítica la visión que se tenía en siglo XVIII al considerarse al suicidio como un problema moral. Su planteamiento fue publicado en la revista comunista alemana Gesellschaftsspiegel (“Espejo de la Sociedad”) en enero de 1846 y apenas traducido y editado en español en Argentina en 2012. En su artículo Marx dice: “¿Qué clase de sociedad es esta en la que se encuentra en el seno de millones de almas la más profunda soledad, en la que uno puede tener el deseo inexorable de matarse sin que nadie pueda presentirlo? Esta sociedad no es una sociedad; como dice Rousseau, es un desierto poblado por fieras salvajes”.
La propuesta es dejar de ver al suicidio únicamente como un acto realizado a raíz de alguna enfermedad o situación mental, pues si bien es cierto que un número importante de suicidas responden a estas causas y que el acto en sí suele ser multicausal, de igual forma lo es que la mayoría de los y las suicidas se relacionan con condiciones extremas de vida; desempleo, precariedad-pobreza, marginación, discriminación, violencia de género y violencia sistémica natural del capitalismo explotador. Por ello para afrontar al suicidio en Yucatán y el mundo debemos resolver y extirpar de raíz los males que laceran la vida y esperanza de los seres humanos, tal y como escribiera Marx en la obra mencionada: “fuera de una reforma total del orden social actual, todos los intentos de cambio serán inútiles”.
III
El doctor Gaspar Baquedano López, psiquiatra y antropólogo social, quien fuera director de la Escuela de Conciencia (ECO), realizó durante su vida y en diversas ocasiones importantes llamados para generar conocimiento en torno al suicidio, un problema humano que manifiesta una serie de facetas complejas, que rebasan el simple cúmulo de estadísticas e incluso los propios análisis psicológicos y psiquiátricos, un hecho trágico cuya razón de acontecer responde en cada caso a especificidades que a su vez reflejan un malestar generalizado en las sociedades contemporáneas expuestas a una serie de crisis-rupturas de dimensiones aún en estudio.
El suicidio es un hecho humano, una realidad en incremento y también un urgente llamado a repensar los diferentes escenarios que vivimos. La vida desde diversos ángulos se ve expuesta a la indefensión. El doctor Baquedano hizo hincapié en otro de los aspectos que como sociedad debemos considerar y no olvidar, pues es importante tener en cuenta a quienes se quedan, a las personas cercanas al contexto y situación de un suicida, a los familiares y amigos, parejas y compañeros de vida, que ante los trágicos hechos de un ser querido, deben continuar en una especie de sobrevida, llevando consigo el dolor y la ausencia que provoca el suicidio.

No es exagerado hablar de sobrevivientes del suicidio, contrario a lo que se ha pensado por mucho tiempo, el suicidio no es un simple acto individual que sólo responde a la decisión de un ser, es en realidad un acontecimiento social sobre el que apenas se comienza a generar conciencia de sus dimensiones socio-culturales, pues los análisis que extreman la particularidad del suicida, dejan de lado todo el entrono de actuación y afectación, es decir, las repercusiones de un suicidio van mucho más allá del hecho de la lamentable muerte de un ser humano, hablamos en ese sentido del desgarramiento de la humanidad por sus propios causes.
Los que se quedan, personas que parecieran condenadas a vivir con el pesar de la ausencia y agonía cotidiana entre fragmentos muchas veces carentes de sentido, tienen también la necesidad de asimilar el proceso que genera la perdida, esto desde luego, no reduce o diluye la importancia de quien ha tomado por una u otra razón la decisión de andar por el sendero del suicidio, en realidad, le otorga una dimensión mayor, involucrando más aspectos a tratar, se hace a quien vive con la ausencia parte de todo lo que debe estudiarse y tratarse para la superación y prevención de la reproducción de una realidad que sigue aumentando.
Al suicidio hay que nombrarlo y visibilizarlo, por doloroso que sea tanto para quienes han sufrido una pérdida como para la sociedad en general; la forma de ir saliendo de esta agravada situación es recociéndola e implementado medidas para resarcirla en lo individual y en lo colectivo. Implementar en los sistemas educativos la formación emocional junto a la científica serviría como defensa ante el suicidio, romper los mitos e instaurar una educación abierta que divulgue literatura científica sobre la cuestión, sus causas y formas de prevención, nos posibilitaría comprender un poco más sus dinámicas ocultas. Hay que hablar del suicidio y de todo lo que conlleva; antes, durante y después de los hechos. Tanto la persona suicida como quienes se quedan son fundamentales para el complejo mundo que necesitamos humanizar.
Requerimos entender al suicidio como un acto que acontece no necesariamente por impulso sino como resultado de un proceso pensado por largo tiempo, el suicidio suele ser una idea que subsiste durante un tiempo siendo analizada, desechada y retomada, es en muchos casos el último acto de una vida incompleta, infeliz y desesperanzada. Los mitos y creencias falsas necesariamente tienen que superarse y dar lugar al tratamiento informado y cada vez más especializado de un problema social e individual que nos lastima fuertemente en México y en el mundo.

En una sus investigaciones, intitulada “El suicidio en la Cultura Maya: una aproximación psicoantropológica” (2013), el doctor Baquedano escribió que: “La investigación del suicidio y las estrategias preventivas no pueden dejar de lado las consideraciones de tipo social, antropológico y psicológico. Sin embargo, hay una fuerte tendencia en México y también en otros países a considerar unilateralmente este complejo problema. A menudo la psiquiatría actual, fuertemente influenciada por la farmacología circunscribe el problema a la depresión, a las bases genéticas y bioquímicas de la conducta. De esta manera el suicidio es cosa de enfermos mentales y por lo mismo, debe tratarse como un desorden psiquiátrico. Esta simplificación de la problemática suicida complica las estrategias para su prevención, que no pueden quedar en acciones ingenuas, románticas o idealistas, sin tocar el fondo de esta grave problemática económica, social y cultural”. Como puede apreciarse, su interés se enfocaba, entre otras variantes, en abrir el espectro analítico sobre el suicidio, con el fin de buscar la implementación en la política de salud pública de nuevos y variados métodos y estrategias que consideraran la multiplicidad de factores como causales socioculturales en las diversas realidades comunitarias, particularmente en el contexto yucateco.
El hecho de que en Yucatán durante los últimos años se registre un incremento en los casos de suicidio es más que un urgente llamado de atención, el aumento es claro en los casos de jóvenes y menores de edad, las cifras actuales demuestran que la población perteneciente a esos rangos de edad recurre con mayor frecuencia a esta decisión encabezando la lista los hombres, además, las estadísticas advierten que cada vez más menores de 12 años realizan este acto.
La crisis económica que hemos vivido en los últimos años, acrecentada por la pandemia de Covid-19, han dejado a millones de seres humanos en la indefensión y sin perspectivas de vida, esto, junto a los problemas psíquicos, culturales y sociales, no ponen como sociedad ante un enorme reto que debemos afrontar sin vacilación y con determinación consciente, de que estamos en estos tiempos, frente a una gran crisis de humanidad que se profundiza y acelera.
IV
La forma en que manifestamos nuestros pesares encuentra en cada uno de los seres humanos cauces particulares y expresiones propias que contribuyen a delinear nuestro ser, y no es que sean las lamentaciones el indicativo ideal para definirnos, pero tampoco es posible ocultarlos o relegarlos a la hora de reflexionar sobre nosotros mismos y respecto a aquello que deseamos lograr durante nuestra existencia, así como los caminos que para alcanzar esas metas debemos recorrer. En todo caso, pueden en cierta forma, asumirse como señales coyunturales o continuas que encubren o revelan síntomas profundos de nuestra psique y de nuestros patrones socio-culturales heredados y aprendido a lo largo de la vida.

Reconocer y comprender la raíz de esos pesares es fundamental para procurar el mejoramiento de nuestras condiciones emocionales y psicológicas, esto siempre acompañado de la transformación de las condiciones de vida material de los seres humanos, pues no deben disociarse ambos aspectos, ya que estamos en mayor o menor medida, influenciados por el entorno y por elementos internos que pueden desbordarse según la conjugación de uno y otro.
Los grandes flagelos que laceran la existencia humana en su mayoría tienen razón de las condiciones objetivas de vida, convenidas por el sistema económico político que nos rige, pero, también, las condiciones psíquicas de cada ser deben ser valoradas al momento de afrontar un padecimiento, malestar o trastorno.
Esta situación hace urgente la necesidad de replantear la política pública de salud con una perspectiva humana, alejada de la lógica mercantilista que busca la ganancia en detrimento del bienestar emocional y material de las personas, requerimos con inmediatez nuevos planteamientos y debates que involucren a la sociedad para que entre todos tomemos conciencia de la importancia de hacer frente a cada uno de los padecimientos psicológicos que puedan presentarse, no debe escatimarse en esfuerzo cuando hablamos del desarrollo emocional y psicológico.

Los mitos que todavía se circunscriben alrededor del suicidio deben superarse, hoy en día han ganado terreno diversas organizaciones e instituciones que trabajan en su prevención, mediante talleres, conferencias, publicaciones y otras formas buscan generar conocimiento y conciencia sobre sus efectos, posibles razones (muy diversas), tratamiento a personas con conductas suicidas y por el desarrollo de políticas públicas que reconozcan la necesidad de la participación de todas las partes para hacerle frente a este mal social. Además, como han señalado diversos investigadores, debe incrementarse el tratamiento de las personas que sobreviven a un suicidio, no solo refiriéndonos a quienes lo intentan sin lograrlo, sino de igual forma a los familiares, parejas, amigos o cualquier otro ser que mantuviera una relación con una persona suicida, pues lo efectos van más allá de la muerte de quien se la autoinflige.
Hablar de nuestros pesares nos hace más humanos y sensibles al afrontarlos y aceptarnos tal y como somos, respetando nuestras formas de ver y entender el mundo, así como los factores externos e internos que nos rodean, aceptando la diversidad psíquica y socio-cultural, sin laceración alguna.
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